Hay marcas que no se borran nunca, solo Dios puede quitarlas
El video que les presentamos a continuación muestra un proyecto que recogeexperiencias de personas que han salido de pandillas y han decido emprender una vida distinta. Ellos tienen muchas partes de su cuerpo tatuadas y la idea es que a través de un photoshop se les muestre cómo lucirían si no tuvieran tatuajes.
La iniciativa pretende llevar a estos hombres a que se reconozcan a sí mismos, sin los efectos de las marcas que ha dejado en ellos estos tatuajes, no solo las físicas, también las anécdotas e historias a los que esto les remite, experiencias dolorosas, de tristeza, de odio y también a la terrible carga de los juicios que tiene la sociedad de ellos.
Al escuchar sus impresiones, no podía dejar de pensar en lo que significa la mirada. Me hacía pensar que la mirada es una manera de relacionarnos y se puede aplicar a cualquiera de nuestras relaciones. La mirada hacia nosotros mismos, la mirada hacia los demás, la mirada hacia Dios. Junto a la mirada hay una actitud que califica y valora nuestras relaciones: el juicio. Estos hombres al mirarse a sí mismos podían hacer un juicio de sí mismos, quizá se calificaban por las cosas que habían hecho o habían dejado de hacer, quizá al verse tan marcados y tan poco parecidos a su figura original, les costaba aceptar y reconocer que más allá de esta apariencia había un corazón del cual podía rescatarse algo bueno. Este juicio negativo se acrecienta por la forma cómo los demás los miraban, desde la etiqueta, desde la apariencia: «si tienes todos estos tatuajes, si tienes estas marcas, seguramente eres de ese tipo de personas que…». Las personas se valen con mucha frecuencia de las etiquetas y de los estigmas para catalogar a los otros y se cierran a conocer el fondo del corazón, los aspectos más esenciales y valiosos de las personas.
Al escuchar sus impresiones, no podía dejar de pensar en lo que significa la mirada. Me hacía pensar que la mirada es una manera de relacionarnos y se puede aplicar a cualquiera de nuestras relaciones. La mirada hacia nosotros mismos, la mirada hacia los demás, la mirada hacia Dios. Junto a la mirada hay una actitud que califica y valora nuestras relaciones: el juicio. Estos hombres al mirarse a sí mismos podían hacer un juicio de sí mismos, quizá se calificaban por las cosas que habían hecho o habían dejado de hacer, quizá al verse tan marcados y tan poco parecidos a su figura original, les costaba aceptar y reconocer que más allá de esta apariencia había un corazón del cual podía rescatarse algo bueno. Este juicio negativo se acrecienta por la forma cómo los demás los miraban, desde la etiqueta, desde la apariencia: «si tienes todos estos tatuajes, si tienes estas marcas, seguramente eres de ese tipo de personas que…». Las personas se valen con mucha frecuencia de las etiquetas y de los estigmas para catalogar a los otros y se cierran a conocer el fondo del corazón, los aspectos más esenciales y valiosos de las personas.
Esta mirada es la que tenemos muchas veces de nosotros mismos. Hacemos juicios rigurosos, no nos perdonamos los errores cometidos, nos frustramos por no alcanzar esa imagen idealista que hemos pensado y planeado para nosotros. Se nos olvida que somos frágiles, que nos equivocamos y somos pecadores. Nos quedamos en la apariencia y nos cuesta ver nuestro corazón. De esta misma manera creemos que nos ven y valoran los demás, y más aún, pensamos que así nos mira Dios. Se nos olvida que Dios tiene una mirada de amor y de misericordia, que no le importa cuantas marcas tengamos, cuantas cicatrices por las heridas que nos hemos hecho al caer; Él no está ahí para juzgarnos, sino que nos tiende la mano para ayudarnos a ponernos en pie. Él solo quiere sanarnos y consolarnos, alentándonos a valorarnos cómo Él nos valora.Para Él cada uno de nosotros somos preciosos y maravillosos.
Nos haría bien meditar una vez más en la parábola del Hijo pródigo, que también podemos llamar la del Padre Misericordioso (Lucas 15,11.32). Recordamos con ella que la figura del padre, que espera con paciencia, con los brazos abiertos, es la figura de Dios que nos espera para consolarnos, para sanarnos luego de nuestras caídas y que no nos juzga por nuestra miseria, más bien nos engalana y nos invita a participar de una gran fiesta.
Hace unos días el Papa se dirigía a los jóvenes en Perú y quiero recoger algunas de sus palabras porque creo que tienen mucho que ver con la manera como Dios nos mira a cada uno de nosotros:
“Queridos amigos, el Señor los mira con esperanza, nunca se desanima de nosotros. Cuando Jesús nos mira, no piensa en lo perfectos que somos, sino en todo el amor que tenemos en el corazón para brindar y para seguirlo a Él. Para Él eso es lo importante, eso lo más grande, ¿cuánto amor tengo yo en mi corazón? Hay fotos que son muy lindas, pero están todas trucadas, y déjenme decirles que el corazón no se puede «photoshopear», porque ahí es donde se juega el amor verdadero, ahí se juega la felicidad y ahí mostrás lo que sos: ¿cómo es tu corazón? Jesús no quiere que te «maquillen» el corazón; Él te ama así como eres y tiene un sueño para realizar con cada uno de ustedes».
¡Que nada ni nadie nos lleve a mirarnos con desánimo ni desconfianza! Que las apariencias no nos engañen. Somos más que eso, confiemos en lo esencial, aquello invisible a nuestros ojos tantas veces, pero que es lo que a Dios le enamora de nosotros. Que sea Dios el que nos enseñe a mirarnos con misericordia.
Para terminar los invito a hacerse algunas preguntas: ¿Cómo es la mirada que tengo de mí mismo: desde lo que tengo en el corazón o desde lo que me hace falta? ¿Cómo creo que me ven los demás, me valoran por lo que soy o por lo que hago o dejo de hacer? ¿Cómo crees que te mira Dios?
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