Comentario 31 de Enero del 2018: ¿Por qué la falta de fe?
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Existe
un “dicho” muy popular que reza de la siguiente manera: “Candil de la calle y
obscuridad de su casa”. Justamente este dicho se le refiere a una persona que
hace mucho bien a los demás, que está muy atento a servir a los más pobres y
necesitados, que habla de la bondad, pero que nunca ayuda ni practica la bondad,
y mucho menos menciona a Dios con su familia, los de su propia sangre. Alguien
a quien fuera de su casa todos la catalogan como muy buena, muy servicial, muy
entregada, todo un ejemplo a seguir; pero que dentro de ella no se muestra ni
se comporta de la misma manera. A esa persona, muchas veces se le dirige ese
“dicho”.
De
lo que se trata es de ser luz en todas partes, de que no vivamos de las
apariencias; si se trata de servir, de ayudar, de rezar, de hablar de la bondad
y de Dios en determinado lugar, que no solamente nos limitemos a ese lugar,
sino que podamos hacerlo dentro y fuera de casa o de la patria misma, puesto
que no podemos olvidarnos de la familia. El cristiano es cristiano donde quiera
que se encuentre, este título no es una etiqueta que nos podamos poner o quitar
según nuestros intereses o conveniencias. El que ama y es bueno tendrá que
proponerse serlo en todo lugar y en cualquier circunstancia de su vida.
Es
justamente eso lo que encontramos haciendo hoy en el evangelio a Jesús. Él no
se olvido de los suyos, sino que fue con los de su propia tierra para
evangelizarlos y hacer milagros, sin embargo, estos se resistieron a hacerlo;
la razón fue porque no tenían fe, no le creyeron, dudaban de él. Por eso,
tendremos que preguntarnos ¿qué es lo que no nos permite creer en Jesús?, ¿qué
es lo que impide que Jesús haga milagros en nuestra vida? Consideremos las
siguientes posturas:
Primero,
hay que decir que lo que no nos permite creerle a Jesús o a cualquier otra
persona, es la ignorancia. Cuando no se conoce a Jesús, no hay ni habrá nunca
fe. El conocimiento genera la confianza, permite creerle a alguien. Pero si no
conozco a la persona no seré capaz de generar y motivar un ambiente de
confianza, sino al contrario, lo único que se generará será un ambiente de
tensión, de desconfianza. Se nota claramente cómo los nazarenos no conocían a
Jesús, no sabían quién era él y de lo que era capaz, no entendían su misión.
Por eso, Si buscamos creer cada vez más en Jesús, encontrémonos con él a través
de su Palabra, la oración, la Eucaristía o a través de nuestros hermanos más
pobres y necesitados. Hagamos la experiencia de conocerle cada vez más.
Segundo,
lo que no permite que podamos creerle a Jesús o a otra persona es la cerrazón
de nuestro corazón, la indiferencia, la
frialdad, la indolencia, la insensibilidad. Se nota que a Jesús, los de su
propia tierra lo consideraban una persona mediocre: “¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago,
José, Judas y Simón?” Del concepto que tenían de Jesús, era la forma como
se referían a él y de ese modo lo trataban. Pero no es que lo trataran muy
bien, al contrario, lo miran por encima del hombro, lo ven con un cierto
desprecio, como a alguien incapaz de poder hacer algo importante o de hablar de
ese modo como lo está haciendo, con autoridad. Parece ser que Jesús no tiene
nada de bueno que tenga que decirles o enseñarles a ellos, más bien, lo
descartan, lo hacen a un lado y por eso no creen en él. La indiferencia brota
como fruto de un corazón orgulloso y autosuficiente, sin embargo, la compasión
crea nuevas relaciones, cercanía, rompe prejuicios para tratar a los demás y
genera un ambiente de confianza.
Tercero,
lo que no nos ayuda a creer en alguien es la envidia y los celos. Los nazarenos
no logran reconocer la grandeza del don de Jesús, un don que se reparte y
comparte con los pobres, con los enfermos y con los pecadores. No es cualquier
don, es el Hijo de Dios hecho hombre que pretende reconciliarnos con el Padre y
hacernos sus hijos, que busca devolvernos la verdadera vida. Pero eso no lo
entienden los nazarenos, al contrario, ven en Jesús la insignificancia de sus
pobres vidas: “¿Dónde aprendió este tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa
sabiduría y los milagros que hace? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María
y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no viven sus hermanas también
aquí, entre nosotros? A Jesús le tienen celos, no pueden comprender que
habiendo vivido con ellos haga las cosas que hace y pronuncie tales palabras,
en el fondo, sólo manifiestan lo absurdo de sus pobres y miserables vidas. Lo
mismo puede pasarnos: que cuando veamos a alguien que sobresale procuremos
achicarle, hacerle menos, abajarle de donde va escalando; que cuando vemos que
está creciendo tratemos de difamarlo, de dejarlo en ridículo, de hacerlo quedar
mal; que cuando veamos que planea o construye un proyecto que vale la pena
tratemos de menospreciarlo, hacerlo sentir inferior y, a veces, para hacerle
bulling le digamos que sabemos de dónde viene, cuál es su origen y a qué se
dedica. No es raro encontrarse con este tipo de personas que ni se superan ni
permiten que los demás se superen, ni se enriquecen ni permiten que los demás
lo hagan. Esta gente se alegra porque al otro le vaya mal, pero también se
entristece si al otro le va bien. La tragedia es que siempre viven inconformes
con todo mundo. Este tipo de personas entra dentro del pronunciamiento de otro
dicho también popular que afirma: “Ni pichan, ni cachan y ni dejan batear”. Por
eso Jesús no pudo hacer muchos milagros ahí, por la falta de fe.
¿Y
yo si le creo a Jesús? ¿Soy cristiano en todas partes o solamente cuándo y
dónde me conviene? ¿Permito que Jesús siga haciendo milagros en mi vida y en la
vida de los demás? Pidamos a Nuestra Madre y a San Juan Bosco que cada día
podamos crecer en la fe y en el amor a Dios y a los hermanos.
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