Comentario 30 de Enero del 2018: “A ti te digo, levántate”
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Hoy, vemos a un
Jesús que es buscado y apretujado por todos lados por las personas que tienen
necesidad de conocerlo, escucharlo y ser curados por él. A Jesús, por su parte,
como siempre, lo vemos lleno de compasión y abierto a las necesidades del
hombre que experimenta la debilidad de la carne en el sufrimiento. Jesús
manifiesta interés en la integridad de la persona, vino a salvarlo totalmente y
no sólo una parte de él.
Dos milagros
quedan unidos en esta secuencia que completa la primera revelación de Jesús. Él
tiene poder sobre la enfermedad y la muerte, así como sobre el demonio y las
fuerzas del mal. Jesús es el más fuerte. Ambos prodigios revelan también el
poder de la fe, tanto de una persona iniciada (el jefe de la sinagoga) como la
de una mujer sencilla (mujer enferma); la fe no conoce jerarquías. Es la
confianza en Dios la que abre a la persona a sus bendiciones; por la fe, el
débil encuentra fortaleza, el enfermo la salud, el desesperado el consuelo y el
muerto la vida. La fe es un don que Dios ha dado como riqueza a los hombres.
La mujer que
estaba enferma pensó: “Tan sólo con que
llegue a tocar su capa, quedaré sana”, y enseguida su actitud fue la de
arrodillarse delante de Jesús y contarle toda la verdad. Creer en Jesús
significa tener la certeza y la seguridad de que él tiene lo que yo necesito y
que solamente él es capaz de dármelo siempre y cuando se lo pida de corazón.
Esta mujer se arrodilló y le contó toda la verdad. La ventaja y el privilegio
que todos los cristianos tenemos, gracias a Dios, es el de encontrar a Jesús en
la Eucaristía. Ahí delante de él nos podemos arrodillar y contarle lo que
sentimos, lo que vivimos, la realidad que estamos pasando, lo que nos preocupa
o alegra; le podemos contar la verdad de nuestra vida. Jesús quiere sanar
nuestro pasado, las heridas de nuestro corazón y quiere consolarnos y
fortalecernos para seguir adelante y no dejarnos vencer por el desaliento o el
desanimo; acudamos a Jesús Eucaristía, acerquémonos a ese manantial de paz, de
salud y de vida.
Pero a veces nos
falta más perseverancia, más insistencia, más fe… Por eso Jesús nos dice como
le dijo a la gente que estaba en la casa del jefe de la sinagoga: “¿Por qué hacen tanto ruido y lloran de esa
manera?” Y es que cuando se pierde la fe, se pierde también la esperanza,
se pierde todo hasta que se cae en la desesperación: quejas, gritos, llanto.
Sin Jesús, la vida se convierte en lamento, pesimismo, tristeza y depresión.
Cuando se pierde la fe, se pierde la calma, la tranquilidad y comienza el
ruido. Pero a Jesús se le escucha en el silencio, en la tranquilidad, en un
diálogo confiado y amistoso. Sólo en el silencio escuchamos a Jesús que nos
habla al corazón y nos dice: “No tengas
miedo; cree solamente”.
Dejemos que
Jesús sea nuestro único médico capaz de devolvernos la dignidad. Comprendamos
que él nos llama por nuestro nombre, y nos quiere decir: “A ti te digo levántate”. Quien verdaderamente se ha acercado a Jesús,
ha podido constatar que ya no es el mismo, que él le ha mostrado caminos
diferentes y seguros, que ha podido superarse, ha crecido, ha dejado la vida de
miseria del pecado. Acerquémonos a Jesús todos los días para que él nos siga
levantando, para que le descubramos el sentido sobrenatural a nuestra
existencia, hasta que mantengamos la conciencia de que no pertenecemos a este
mundo terrenal donde hay dolor y sufrimiento, sino que Jesús nos quiere
levantar hacia lo alto, a la casa del Padre, para que ahí podamos poseer la
verdadera Vida, y gozar en comunión con todos los redimidos.
Pidamos a
Nuestra Madre, consoladora de los afligidos, que interceda por todos sus hijos
que sufren tanto en el alma como en el cuerpo.
Señor, aumentame la Fe.
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