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FRACASOS MATRIMONIALES ENTRE CATÓLICOS TRADICIONALES

Dominus est

¿Por qué algunos matrimonios suelen fracasar?

La caída de matrimonios cuyo sostén es la ‘carne’ no llama la atención, pero en cambio sí lo hace la caída de aquellos que eran “más espirituales” (por llamarlo de alguna manera). En este artículo me voy a referir al fracaso de aquellos matrimonios [de católicos tradicionales] que se casaron con conciencia de lo que hacían y con la debida formación religiosa.

El amor verdadero no es aquel que es placentero, sino aquel que es crucificado… Toda crisis se supera abrazándose a la Cruz.

Por P. Tomás A. Beroch. 23 de julio de 2019.

Algunas razones de los fracasos matrimoniales hoy en día.

En el tiempo que Dios me ha dado para ejercer el sacerdocio he visto muchas cosas en los matrimonios, buenas y malas. Pero he visto esposos que destruyeron su unión y eso es algo triste, ya que la destrucción de un matrimonio trae graves consecuencias personales y sociales. No voy a entrar en eso ahora, quizás en algún momento lo haga.
Es obvio que hay muchas razones que pueden ser consideradas como causa de divorcios. La realidad es que hoy en día la gran mayoría se casa ignorando los fines principales del matrimonio, y es por eso que hay razones de peso para dudar de la validez de muchas celebraciones matrimoniales. Sin embargo, no solo he visto gente mal formada que ha fracasado en su vocación. Lo que más me sorprendió es ver el fracaso de parejas que uno decía “se sabían el ‘Catecismo de San Pio X’ de memoria y asistían a Misa tradicional casi todos los días cuando eran solteros”.
Si uno ve caer un árbol enfermo, no le llama la atención. Lo que golpea fuertemente es cuando uno ve caer un árbol fuerte como el quebracho. La caída de matrimonios cuyo sostén es la carne no llama la atención, pero en cambio sí lo hace la caída de aquellos que eran “más espirituales” (por llamarlo de alguna manera). En este artículo me voy a referir al fracaso de aquellos matrimonios que se casaron con conciencia de lo que hacían y con la debida formación religiosa – que no son la mayoría de los casos. La mala formación de las parejas también es algo que da para hablar. Los sacerdotes tenemos gran responsabilidad en eso también, pero esto será tema para otro artículo.

¿Cuáles son las causas – que yo he visto – del fracaso matrimonial de muchos buenos católicos?

1) El desconocimiento del otro durante el noviazgo. Muchos católicos piensan que porque una chica o chico asiste a la Misa de San Pio V [Misa Tradicional] y sabe latín ya será una buena esposa/o. Desde ya que eso no es así. La Misa y el latín ayudan. Pero tienes que observar si esa persona es una persona de oración, si es una persona caritativa, si es una persona que respeta tu sana libertad (sana, no pecaminosa), etc. Es importante ver si el futuro esposo/a es sacrificado o solo piensa en sí mismo y en su bienestar, si lee y se instruye o sólo se la pasa mirando televisión, si tiene criterio propio o es influenciable por los demás (familia, amigos, terceros), si te defiende o a la hora de la dificultad te abandona, etc. En fin, no hay fórmulas mágicas para conocer a una persona. Pero no basta que alguien se presente con una foto religiosa en el perfil de Facebook y con el rosario en el cuello. Eso es bueno, pero no es suficiente. Si conociste a esa persona por internet, ten más cuidado todavía.

2) La falta de oración en familia. La familia que reza unida, permanece unida. El matrimonio está hecho para la santificación mutua. Los esposos deben ayudarse a salvar sus almas. La oración es la comida espiritual de todo cristiano. No rezar es como no comer. Cuando el matrimonio no reza en familia – no se trata solo la oración individual, sino matrimonial – le da lugar al demonio en sus vidas. El rosario es un arma poderosísima contra las acechanzas del enemigo, y rezarlo en familia ayuda a disuadir los ataques de Satanás, ya que el demonio le tiene un miedo inmenso a la Santísima Virgen. Por eso, si un matrimonio atraviesa por dificultades, entonces habría que revisar su vida interior. ¿Están rezando? Y si lo están haciendo, ¿lo hacen en familia? Nunca hay que abandonar la oración. Si se abandona la relación íntima con Dios, entonces todo está perdido.

3) De la falta de oración se desata la falta de caridad, como un efecto dominó. Como ya dijimos, no rezar es como no comer. Si uno no come por una semana, difícilmente podrá sobrevivir. Si uno no reza, luego difícilmente la gracia de Dios puede sobrevivir en el alma de una persona. De la falta de oración vienen todos los demás pecados, sobre todo la falta de caridad. El esposo comienza a tratar mal a la esposa y al revés también, y las causas de las peleas son incluso cosas insignificantes. El problema es que ya se le dio lugar al demonio en sus vidas, y el diablo sabe cómo matar un cerdo con un cuchillo de plástico, pues es experto en generar división y rupturas. La falta de caridad se manifiesta de muchas maneras. Por ejemplo: viendo siempre el defecto del otro y justificándose uno mismo permanentemente, aún en cosas que son injustificables; reproches por cosas pasadas cuando se supone que eran cosas perdonadas (y se supone que cuando uno perdona, perdona para siempre); pero claro, como no se vive la caridad, uno busca de todas las maneras posibles herir a la otra persona, y si no puede hacerlo con cosas presentes lo hará con faltas supuestamente perdonadas; buscando siempre imponer la propia voluntad; rechazando todo lo que el otro diga solo porque viene de él/ella, sin fijarse si lo que dice es justo o no lo es; etc. En fin, cuando no se vive la caridad, Cristo no reina en esa familia y eso es un serio problema.

4) De la falta de caridad se sigue la falta de diálogo, también como un efecto dominó. Si no hay caridad no hay confianza hacia la otra persona, y por lo tanto no se le podrá abrir el alma. Uno no puede entrar en diálogo con una persona a la cual no ama, ya que le pierde la confianza. Si en el matrimonio se perdió la caridad, se perdió también la confianza, y también el diálogo. Pero si no dialogamos con el cónyuge, terminaremos dialogando con otras personas, y no siempre lo haremos con aquella justa. Hay gente que recurre a los amigos, y si estos no son personas de fe lo primero que recomiendan es “divórciate, no tienes nada que hacer al lado de ese loco/a”. En algunos casos está la recurrencia a psicólogos que también dan consejos que no son de los mejores. He escuchado casos donde se recomendaba el recurso a un amante. Patético por donde uno lo mire. Estoy hablando de malos psicólogos – los hay buenos también, pero no se recurre a estos en la mayoría de los casos.

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En los momentos de crisis nuestra alma se encuentra en una “turbulencia espiritual”, y un mal consejo puede hacer mucho daño, al extremo de destruir una familia. Es por eso que el diálogo en un matrimonio es importantísismo, y a veces es lo que más falta. Hay familias que en el almuerzo y la cena ven televisión, y ahí es donde se mete el demonio. No hablan entre ellos, hablan con la televisión. Por lo tanto, no resuelven sus problemas. Diálogo significa “hablar” y “escuchar”. Cuando uno habla, manifiesta a la otra persona sus deseos, ideas, quejas, etc. Cuando uno escucha uno analiza si lo que la otra persona dice es verdad o es mentira, busca entender el problema del prójimo y ver la manera de resolverlo, etc. Si el diálogo en una familia se corta, la mayoría de las veces es reemplazado por el consejo del demonio, y ahí todo termina mal. No es buena señal que el esposo y la esposa no se tengan la confianza para decirse las cosas.

5) La presunción. Hay mujeres y hombres que, una vez que se casan con una persona católica, no se preocupan por conquistarla día a día porque dicen: “no le queda otra que quedarse conmigo”. Es por eso que descuidan detalles, como podría ser el cuidado de las virtudes y también de cosas más superfluas como podría ser el cuerpo. Hay veces que algunos esposos o esposas son fríos con sus respectivos cónyuges. Nunca usan la palabra “por favor”, nunca dan una caricia, nunca usan una voz más dulce y calmada, etc. Por otra parte, muchos cónyuges no se preocupan por hacer ejercicio y cuidar la salud. Si bien el cuerpo no es lo más importante, es claro que no somos ángeles y que a veces Dios usa de las consolaciones sensibles para atraernos hacia niveles más espirituales. Una vez escuché una analogía que, si bien la analogía principal es con la mujer, se aplica también al hombre. Lo que se dice es que una mujer es como una rosa que, si uno la cuida y la riega, florece; de lo contrario, se marchita. Eso mismo puede decirse del matrimonio. No quiere decir que por el hecho de que uno haya conquistado a su marido/esposa una vez, no haya que hacerlo de nuevo. Al cónyuge hay que conquistarlo día a día con la caridad, la dulzura, la ternura, y con todos los medios que uno tenga a mano para hacerlo. También hay que cuidar la salud y el cuerpo, ya que este le pertenece al cónyuge.

6) El machismo o el feminismo. Hay veces en que muchos maridos cristianos recuerdan con mucha claridad la cita de San Pablo que dice: “mujeres, obedeced a vuestros maridos como al Señor”(Col 3, 12-21). Pero se olvidan de lo que sigue más adelante cuando el Apóstol remarca lo siguiente: “Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas”. Si bien San Pablo dice que el marido es la cabeza de la familia, no obstante el Apóstol dice que el matrimonio representa la unión entre Cristo (el divino Esposo) y la Iglesia (la Esposa del Cordero). ¿Qué hizo Cristo por la Iglesia? Murió en la Cruz y se sacrificó por ella. Si se mira la función del jefe como aquel que hace lo que quiere despóticamente con su súbdito, ese no es el sentido cristiano del liderazgo que tiene que ejercer el marido sobre la esposa. El déspota no gobierna por el bien del súbdito, sino que se aprovecha del mismo para sacar provecho favorable a sus caprichos personales. El déspota es como un gusano que chupa la sangre de su víctima. Mientras la víctima tenga sangre para ofrecerle, allí estará, pero cuando se le acabe la dejará muerta y ni se preocupará en lo más mínimo por ella. Así actúa el que gobierna despóticamente. Para entender la sumisión de la esposa al esposo, hay que mirar a Cristo y a la Iglesia. Cristo dijo “no he venido a ser servido sino a servir”. El Señor sirvió a la Iglesia hasta tal punto de dar su sangre por ella. Es así como el esposo tiene que gobernar a la esposa. No tiene que buscar sacar un provecho personal de su liderazgo, sino que tiene que gobernar la familia buscando el bien de la esposa y de los hijos. El marido debe recordar que como jefe de la familia tiene que ser el primero en sacrificarse y el primero en morir en la cruz. Cuando entre marido y mujer hay una lucha por el poder, eso deriva muchas veces en la ruptura matrimonial, ya que el matrimonio no está hecho para que reinen las ambiciones de poder, sino para el amor conyugal, que más que poseer es entregarse.

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7) El desconocimiento de las naturalezas femenina y masculina. Hay veces en que la mujer se olvida que está casada con un hombre y viceversa. Nos olvidamos lo que el sentido común básico nos dice: el hombre no es mujer y la mujer no es hombre. Ambos sexos son complementarios, es decir, uno le da al otro lo que al otro le falta. Ahora bien, si uno pretende que la mujer razone como el hombre y el hombre como la mujer, entonces eso quiere decir que uno no comprende absolutamente nada de la psicología del ser humano. Por dar un ejemplo: la mujer está más en el detalle, el hombre más en las cosas generales. Es común que una mujer puede ver cuatro tonos de color rojo, y en cambio para el hombre, todos esos tonos de colores son un mismo color rojo por igual. También es común que la mujer tenga más una tendencia sensible, y el hombre más una tendencia racional, es por eso que el varón tiene más la tendencia a la justicia y la mujer más hacia la misericordia (esto se ve sobre todo con los hijos. Suele ser la mamá quien trata de justificar a sus hijos cuando estos cometen errores, y el papá busca castigarlos para enseñarles que esa falta no se debe cometer). La mujer al ser más sensible suele expresar sus emociones con más facilidad. No así el hombre que a veces suele ser más parco para expresar sus sentimientos. Es por eso que muchas veces es inútil que la mujer quiera obligar todo el tiempo al marido a decirle “te amo”. Si el marido ya la eligió, se casó con ella, le demuestra el amor con sus obras todos los días y le es fiel, le demuestra ampliamente que la ama. El hecho de que no se lo diga no quiere decir nada, es simplemente la naturaleza del hombre (en muchas circunstancias) que no suele ser tan extrovertida para manifestar las emociones. Muchas peleas de matrimonios se dan porque el hombre desconoce la naturaleza femenina y al revés también. Es obvio que el hombre tiene que tratar de adaptarse a la mujer y la mujer al hombre. Muchas veces el hombre debe tratar de ser sensible a las necesidades de su mujer y la esposa debe entender a su marido. De todos modos, para que eso suceda, es necesario conocer las diferencias entre una naturaleza y la otra. Obviamente, hay cosas que no se pueden justificar por la diferencia de sexos. Si uno es maleducado, irresponsable, maltratador, u otras cosas, allí la naturaleza femenina o masculina nada tiene que ver. Pero hay aspectos que sí tienen que ver con el hecho de ser hombre y de ser mujer, y es por esto que hay que saber reconocer esos modos particulares de ser de los distintos sexos para no presionar al cónyuge con cosas que luego no son del todo esenciales.

8) No preocuparse por conocer los gustos de la otra persona. Esto es un detalle no menor. Cuando uno ama al otro, se interesa por lo que al otro le interesa. Recuerdo una vez, en una comunidad sacerdotal, donde el superior compró una Coca-Colasabiendo que había un sacerdote que no tomaba otra bebida que no fuese esa misma. Nadie le había pedido que lo hiciera. El superior de esa comunidad fue observando lo que tomaba cada uno, y en base a eso fue haciendo las compras. Eso es una señal de que realmente le importaban sus súbditos. Lo mismo deberían hacer marido y mujer, preocuparse por los gustos que tienen tanto el uno como el otro, ya que son detalles que ayudan a conocer a la otra persona y también ayudan a amarla de mejor manera. Cuando el egoísmo se apodera de un matrimonio y uno se preocupa solo de los gustos personales sin mirar a la otra persona, esto puede ser causa de una crisis.

9) Las adicciones. Estas pueden ser variadas, como la adicción al alcohol, la pornografía, las drogas, etc. Una adicción suele tener inicios en una frustración personal. Uno no suele estar contento con la vida personal o con su matrimonio, y suele buscar un escape. Ese escape suele ser un vicio que termina en una adicción. En estos casos, muchas veces suele suceder que el matrimonio se destruye porque el cónyuge adicto no desea dejar ese vicio y además niega su enfermedad (algo típico de las adicciones). También hay veces que el cónyuge adicto reconoce su enfermedad y lucha tenazmente para curarse, pero el cónyuge sano es muy duro con él/ella, y en vez de alentarlo suele ser muy severo/a ante sus caídas y tropezones. Ni una cosa ni la otra ayudan a la unión familiar. Cuando un cónyuge es adicto, debe reconocerlo y buscar ayuda profesional y espiritual. De lo contrario, el matrimonio puede terminar completamente destruido. Por otra parte, el cónyuge de la persona adicta que busca recuperarse debe darse cuenta que la recuperación no se da de un día para otro. Por lo tanto debe tener paciencia. Ya es una gran cosa que haya reconocido su adicción y que busque superarla. Es normal que tenga caídas de vez en cuando. En este caso lo que se tiene que ver no son tanto las caídas sino el esfuerzo que hace por recuperarse. Eso vale más que la caída en sí. Con oración, esfuerzo y el apoyo del cónyuge, se puede salir adelante.
10) La falta de intimidad. San Pablo dice claramente que el cuerpo de la esposa le pertenece al marido y el cuerpo del marido a la esposa. Es obvio que el sexo no puede ser solo por placer y debe ser ordenado al bien de toda la prole. Sin embargo, la falta de deseo íntimo en los cónyuges es siempre preocupante. A no ser que haya causa justa para la abstinencia sexual, si uno de los cónyuges, o ambos, no siente deseo por el otro, esto no es buena señal. El no querer realizar el acto conyugal puede tener como causa la falta de amor hacia el cónyuge, o el enfriamiento de la relación, o puede brotar de algún rencor no perdonado hacia la otra persona. Es un tema que debe ser solucionado recordando que si uno dijo “si” para siempre a la esposa o al esposo, no puede estar en discusión el amor matrimonial. Puede haber una crisis, puede haber problemas, pero el amor verdadero no es aquel que es placentero, sino aquel que es crucificado.

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Cristo amó la cruz y se clavó en ella, pese a que su dolor era intenso y, naturalmente, no quería morir. Toda crisis se supera abrazándose a la Cruz y recordando que luego de la Pasión y muerte viene la resurrección y la Gloria. El amor siempre vence, pero sólo aquel amor que está cimentado en Cristo. Fuera de Cristo no hay verdadero amor, pues todo lo humano cae por sí mismo. En cambio lo divino permanece para siempre. Los esposos están llamados a amarse en el amor de Dios, que no es humano, sino sobrenatural, y por ende están llamados a abrazarse a la cruz día a día.

Solo así uno podrá salvar el alma propia y la del cónyuge, con el amor crucificado de Cristo.

Con este artículo no pretendo agotar este tema. Habría muchas cosas más que decir y acotar. Solo toqué algunos puntos que me parecían importantes de modo particular.
Que Dios bendiga a todos los matrimonios y los proteja de todo mal, y que la Virgen María los cubra con su manto maternal.

¡Dios los bendiga!

Padre Tomás


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