“Para no dejarse vencer por lo del mundo”: Comentario 11 de enero del 2019

 Padre Manuel de Jesús de los Santos
                                                               Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
          Parroquia Santa Marìa de los Ángeles


Cuando el apóstol Juan habla de “vencer al mundo” se está refiriendo a la batalla cotidiana con la que nos enfrentamos continuamente y que consiste o en hacer la voluntad de Dios o dejarse llevar por las cosas, los egoísmos y la pereza.
Las tentaciones son muchas y no dejarán de serlo nunca. El que quiera vencer la tentación tiene tres armas: El Espíritu Santo (la gracia de Dios trabajando dentro de nosotros; Dios y el hombre luchando juntos por una vida nueva); el agua (el agua de nuestro Bautismo que nos lava de nuestros pecados y sacia nuestra alma sedienta de salvación); la Sangre (la sangre de Cristo, la Eucaristía que nos da vida eterna y nuestra sangre, es decir, nuestro esfuerzo diario por ser mejores, por ser santos; nuestras renuncias y pequeños sacrificios convertidos en pasos adelante). ¿Quién garantiza que esto es así? Dios mismo. Él es el Dios de la vida, de la Alianza, el Dios que se encarna y que se compromete con el hombre hasta lo más profundo. Solamente así, tenemos vida eterna.
En el evangelio de hoy encontramos que el encuentro del Señor con el leproso evoca la necesidad que tiene todo hombre de ser sanado de la terrible enfermedad de la “lepra” del egoísmo, de la soberbia, de la lujuria, y de muchos otros vicios que corroen el interior de la persona. Pero sólo cuando se tiene fe es posible alcanzar la salud. “Si quieres puedes limpiarme…” fue el lamento de aquél leproso. Ante este gesto de fe, la respuesta de Jesús es una acción de amor: ¡Quiero…! Voluntad férrea y decidida del único Señor capaz de devolver al hombre la dignidad y salud perdida.
Las disposiciones con las que el leproso pide su curación parecen inmejorables; parece que el leproso ya había oído hablar de Jesús, pues manifiesta una fe firme en su poder, expresándolo en aquella su humilde pero decidida petición. Sus palabras de súplica son una magnifica manifestación de fe, confianza y amor.
Hermosa la oración del leproso, breve y sencilla, pero nacida del alma; así deben ser nuestras oraciones; no tanto rebuscadas o forzadas, cuanto expresivas de verdaderos sentimientos íntimos, nacidos desde lo más profundo del corazón; poniéndonos en la presencia de Dios con humildad y sencillez, pero con entera confianza en su infinita bondad y misericordia; si así lo hacemos, no dudemos de que nuestra oración será escuchada, como lo fue la del leproso.
¿Pero qué era lo que movía a Jesús para que manifestara esa gran compasión al hombre enfermo? ¿Cuál era el secreto de Jesús para no pasar de largo sin darse cuenta de la necesidad del leproso? El texto del evangelio dice que: “Jesús se retiraba a orar a lugares donde no había nadie”. Éste es el secreto: mantener una estrecha relación con el Padre, amar al Padre con todo el corazón y con todas las fuerzas pero también al prójimo, obedecer al Padre para hacer su voluntad. Sin oración no podemos amar a Dios y mucho menos a cada hombre que está a nuestro lado; sin oración nos convertimos en seres duros, fríos e indiferentes y nos olvidamos de que Dios existe y que tenemos que vivir para Él y hacer su voluntad. Así, sin oración no hay compasión y sin esta, impera la indiferencia

Cierto día el fósforo le dijo a la Vela: “hoy te encenderé”.  
¡Oh no!, -dijo la vela-, tú no te das cuenta que si me enciendes, mis días estarán contados; no me hagas una maldad de esas. 
¿Entonces tú quieres permanecer así toda tu vida? ¿Dura, fría y sin haber brillado nunca?, preguntó el fósforo.
-¿Pero tienes que quemarme? Eso duele y además consume todas mis fuerzas, murmuró la vela.
Entonces, respondió el fósforo: ¡Tienes toda la razón! Pero esa es nuestra misión. Tú y yo fuimos hechos para ser luz y lo que yo como fósforo puedo hacer es muy poco, mi llama es pequeña y mi tiempo es corto. Pero si te paso mi llama, habré cumplido con el propósito de mi vida; yo fui hecho justamente para eso, para comenzar el fuego.
Ahora tú eres una vela y tu misión es brillar. Todo tu color y energía se transformará en luz y calor por un buen tiempo.
Oyendo eso, la vela miró al fósforo que ya estaba en el final de su llama y le dijo: ¡Por favor enciéndeme!

Y así produjo una linda y brillante llama.

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