El agradecido se queda con la alegría de la amistad: Comentario 14 de Noviembre del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Hoy,
el Señor, nos invita desde la liturgia de su Palabra a saber ser agradecidos.
Nadie puede decir que se basta a sí mismo para vivir o para llegar a ser una
mejor persona, siempre somos personas necesitadas, que nos vamos haciendo y
curando en el camino, mientras pasan los años; necesitamos de los demás, de
Dios en primer lugar.
Necesitamos
ser agradecidos con la vida, con nuestros familiares, amigos, personas que se
cruzan en nuestro camino y han dejado una huella o han marcado nuestra
existencia de alguna manera y, por último, con Jesús, por amarnos primero, con
un amor extremo, de cruz. Hay tantas cosas por las que mostrarnos agradecidos
con Dios, si pudiéramos hacer una lista de la infinidad de motivos, no
acabaríamos.
Ser
agradecidos, significa en primer lugar, poseer un corazón de pobre, necesitado,
que todo lo espera de Dios, de aquél que se cansa hasta agotar las
posibilidades, pero que en cierto momento, llega a un punto en que humildemente
se deja ayudar, sabe reconocer hasta dónde es capaz de actuar y cuándo es
conveniente dejarse ayudar. Ser agradecidos es estar conscientes de la propia
humanidad y de lo importante que son los demás, así como de la grandeza y el
poder de Dios. El que no sabe ser agradecido, por el contrario, se convierte en
un arrogante, autosuficiente y orgulloso. El no agradecido es un completo egoísta,
que utiliza y se aprovecha solamente de los demás, vive solamente para sí.
Ser
agradecidos significa buscar a los demás y a Dios en todo o en cualquier
momento de nuestra vida, no solamente cuando se está pasando mal: por alguna
enfermedad, hambre, o crisis económica, etc. Resulta, que muchas veces, suele
suceder que el hombre busca a Dios sólo cuando lo necesita, cuando tiene algún
problema o enfermedad que no puede resolver por su propia cuenta, pero que en
los demás días, nunca más se le vuelve a ver tocando a la puerta del vecino o
amigo, o en el templo, o de rodillas frente a Nuestro Señor. El que sabe ser
agradecido, manifiesta su agradecimiento en todo momento: cuando necesita y
cuando le va bien; cuando está enfermo y cuando goza de buena salud.
Por
eso, la gratitud nos lleva a la generosidad, a dar y devolver un poco o mucho
de todo aquello que hemos recibido; así como en algún momento de su vida,
cualquier hombre pasa por necesidad, así también está llamado a darse cuenta de
la necesidad de los demás para ayudarlos, para brindarles una mano, para
servirlos y ayudarles a superarse, sanarse y salvarse. La gratitud nos lleva al
servicio, al trabajo hecho con amor por el bien de los demás. El indiferente no
es grato y, por tanto, nunca estará dispuesto ni a dar ni a servir.
El
agradecido recibe como fruto la verdadera alegría porque se queda con un bien
mayor que es el de la amistad, la comunidad y la confianza en Dios. Por eso, el
leproso del evangelio de hoy, cuando regresa con Jesús, no solamente
experimenta la dicha por haber sido sanado, sino sobre todo, ahora su alegría
será completa porque Jesús le ha perdonado de todos sus pecados y, con ello, le
ha dado la salvación. Por eso, el agradecido se queda con la alegría de la
amistad, mientras que el desagradecido se queda con la frustración de la
soledad.
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