“Donde hay amor no hay miedo”: Comentario 16 de Noviembre del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
No
se identifican la vida del mundo y la vida del reino. El hombre del mundo se
afana por las cosas de este mundo, por los bienes materiales, por los goces y
placeres, por la prosperidad; en sus cálculos entra solamente aquello que puede
servir de algún progreso en el aspecto material o temporal; el hombre del mundo
no se preocupa de la salvación, ni de lo que pueda llevar a la salvación; es
decir, el hombre del mundo tiene un concepto muy material y muy temporal de la
salvación, que más bien se reduce a una mera liberación en el aspecto social.
En
cambio, el hombre del Reino, sin descuidar el aspecto material, por que el hombre es también cuerpo y es
también mundo, pone sus principales valores en lo espiritual, sin lo cual lo
material no tendría sentido ni valoración.
La
noción de salvación es para el cristiano fundamental para todos sus criterios y
valoraciones, nada hay en este mundo que pueda equipararse en importancia y
trascendencia a la realidad salvífica.
Ninguna
cosa material y temporal puede equipararse a lo que Jesús nos ofrece; por eso
vino como nuestro salvador al mundo, por eso se hizo hombre como nosotros, para
salvarnos a todos; es una de las afirmaciones más repetidas en la Sagrada
Escritura: “No hay bajo el cielo otro Nombre dado los hombres por el cual
podamos salvarnos” (Hech. 4,12).
Desde
la venida de Jesús hay una división radical entre los que lo aceptan y lo
siguen, y los que lo rechazan y lo niegan.
Las
palabras de Jesús: “El que trate de salvar su vida la perderá y el que la
pierda, la conservará”, están haciendo alusión a la doble clase de vida que
tenemos: primeramente se refiere a la vida natural, a la vida del cuerpo y se
refiere también a la vida del alma, a la vida sobrenatural, la vida eterna.
El
significado de estas palabras de Jesús es el siguiente: El que trate de salvar
su vida, esto es, que dé satisfacción a todas las inclinaciones de su
naturaleza caída, que quiera vivir en toda su amplitud las exigencias del
cuerpo y de la carne, la perderá, esto es, caerá en pecado, perderá la vida
sobrenatural, perderá el cielo. Pero el que la perdiere, esto es, el que sabe
mortificar sus apetitos y pasiones, el que sabe refrenar sus ansias de goces y
placeres, éste tendrá la verdadera vida por la gracia: vida que se consumará en
el cielo.
Así,
el juicio de Dios es el que pondrá las cosas en su lugar; no tengas, pues, muy
en cuenta el juicio de los hombres y atiende más bien a lo que Dios pueda
pensar y juzgar de ti. Jesús, de algún modo nos exige que podamos permanecer en
su amor. Un amor que destruye la justicia sería injusticia, caricatura del
amor. El verdadero amor es exceso de justicia, superación de la justicia, pero
no destrucción de la misma; la justicia siempre debe ser la forma fundamental
del amor. Si permanecemos en el amor de Dios, no podemos tener miedo ante su
juicio, puesto que, donde hay amor no hay miedo.
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