“Hay que morir para vivir”: Comentario 10 de Agosto del 2018

                                                                Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles



Es innegable que el pensamiento de Jesús se forja en las experiencias de la vida; por eso el evangelio es vida. Apoyado en la ley de la naturaleza, tan familiar al campesino de Palestina, explica la ley de la fecundidad humana: hay que ser como la semilla, morir para dar vida en proporción mayor. Esta enseñanza de Jesús está en abierto contraste con la tendencia común: asegurarse egoístamente, la mayor cantidad de seguridades, evitando todo lo que implique sacrificio.
El camino del sacrificio, que forja la nobleza del hombre, difícilmente encuentra lugar en las sociedades de consumo y en los regímenes totalitarios. El egoísmo y el individualismo son las antípodas de esta elevada norma evangélica.
No obstante, la historia nos ha dejado grandes ejemplos, además del de Jesús, del valor de la entrega en sacrificio (como el de San Lorenzo, diácono y Mártir, de quien recordamos su memoria el día de hoy). Es en este camino en el que está el bienestar humano, por eso –y ojalá lo entendamos los hombres de todos los tiempos- el sacrificio es el camino de la salvación. No hay otro para que las cosas mejoren. Éste fue el camino de Jesucristo, y ha de ser el camino del seguidor de Jesús: <<si alguno quiere servirme que me siga; y donde yo esté, allí estará también el que me sirva>> (cf. Jn. 12, 24-26). Sólo trabajando con esta premisa, el cristianismo será siempre la opción para que el hombre se salve, diferentemente, se reduce a la calidad de un narcótico.
Y es que con Cristo el sacrificio es personal y en vista del bien de la humanidad: sacrificarse por amor. No vale sacrificarse por sacrificarse, sino sacrificarse para hacer el bien. En realidad toda obra buena exige un sacrificio: a veces al bolsillo, otras veces a la misma persona, <<perdiendo tiempo>>, paciencia, desvelo, cansancio, cárcel y hasta el martirio. Cuánto más grande es el bien que se quiere hacer, tanto más grande es el sacrificio que se tiene que afrontar. Por otra parte, toda acción grande exige sacrificio, sea buena o mala; de las dos formas se afecta a los demás, la primera beneficia, la segunda destruye, aunque solo en la segunda el autor se perjudica porque engorda su egoísmo, y lo vacía de los valores que el hombre necesita para vivir.
El que no quiere sufrir, por cualquier motivo, es un mediocre, condenado a vivir en un mundo pequeño y asfixiante. Hay que educar al sacrificio, para capacitar a hacer el bien y a triunfar en la vida.
Los papas, que con muchos sacrificios han alcanzado una posición satisfactoria, se equivocan grandemente al privar de todo sacrificio a sus hijos, diciendo que no quieren que sus hijos sufran como les tocó a ellos. No se trata de sufrir la misma miseria experimentada en carne propia tal vez, sino de entrenarlos para salir triunfantes en la vida. Y solamente los sufridos están capacitados para luchar y triunfar.
Entrenarse en el sacrificio equivale a capacitarse para hacer el bien. Quien ha sido llamado por Dios a entregar su vida para hacer el bien a los demás necesita entrenamiento en el sacrificio mediante el estudio, el trabajo, en la atención caritativa a los que Dios pone en su camino. Este entrenamiento no se hace sin exigencia, generosidad, y esfuerzo. Quien así vive, seguramente se está preparando para dar abundantes frutos.
Nota: comentario realizado por el Pbro. Luigi Butera Vullo, fundador de los Misioneros Servidores de la Palabra.

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