Dile a tu problema lo grande que puede llegar a ser tu Dios: Comentario 07 de Agosto del 2018


                                                               Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles

Después de que Jesús despidió a la gente que había alimentado con el pan material y con el Pan de la Palabra, subió al cerro para orar a solas, mientras que los discípulos se encontraban ya en la travesía de cruzar el lago. De este modo, mientras que Jesús se encuentra en profunda paz y silencio, los discípulos iban turbados porque “las olas azotaban la barca. Porque tenían el viento en contra”. Ya en la madrugada, Jesús se aproximó hacia ellos caminando sobre el agua y fue aquí cuando los discípulos se llenaron más de miedo y confusión, a tal punto de gritar desesperadamente: “Es un fantasma”.
Como fruto de la oración, Jesús encuentra el profundo silencio de encuentro con su Padre, la paz y la calma, como fruto del ruido y la pura acción, los discípulos experimentan la desesperación, el miedo y la confusión. Por eso es importante la oración en la medida que avanzamos en nuestra travesía por el camino de la vida. No lograremos llegar a ningún lado si no descubrimos que la oración nos sostiene en los distintos embates de la vida, que nos proporciona la valentía para ir adelante, que nos proporciona la calma y la paz y que nos aclara la visión en los momentos de obscuridad y tiniebla. Tal parece ser que a veces nos encanta caminar solos, sin dejarnos ayudar y sin sentirnos necesitados de la compañía de alguien más, de la de Jesús. Por eso es que nuestra vida no termina por aclararse, cuando apenas hemos salido de un problema o situación difícil, ya estamos metidos en otro (s). El que Jesús camine sobre el agua, quiere decir que Jesús logra colocarse por encima del mal, por encima de la dificultad, porque en la oración confía y se abandona completamente en las manos de su Padre. Pero tiene que hacer esa experiencia siempre: abajarse, arrodillarse y hacerse pequeño, para poder subir, para ser fuerte y grande.
En seguida Jesús les exhorta que procuren la calma y que no se espanten porque les aclara que es Él, el maestro. Pero no termina todo aquí, luego Pedro le dijo a Jesús: “Señor, si eres tú, ordena que yo vaya hasta ti sobre al agua. –Ven dijo –dijo Jesús”. Pedro comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Jesús, pero como tuvo miedo por la fuerza del viento comenzó a hundirse y grito: “Sálvame Señor”. Jesús lo rescató tomándolo de la mano y le dijo: “¡Que poca fe tienes! ¿Por qué dudaste?”
En primer lugar, notamos que la fe es obediencia a la Palabra de Cristo tal como lo hizo Pedro al pedirle que ordenara que fuera hacia Él (Jesús) caminando sobre el agua. <<La obediencia es ante todo actitud filial. Es un particular tipo de escucha que solo puede prestar un hijo a su Padre, por tener la certeza de que el Padre sólo tiene cosas buenas que decir y dar al hijo; una escucha entretejida de una confianza que al hijo le hace acoger la voluntad del padre, seguro como está de que será para su bien.
Todo esto es muchísimo más cierto en relación con Dios. En efecto, nosotros alcanzamos nuestra plenitud sólo en la medida en que nos insertamos en el plan con el cual Él nos ha concebido con amor de Padre. Por tanto, la obediencia es la única forma que tiene la persona humana, ser inteligente y libre, de realizarse plenamente. Y, cuando dice “no” a Dios, la persona humana compromete el proyecto divino, se empequeñece a sí misma y queda abocada al fracaso.
La obediencia a Dios es un camino de crecimiento y, en consecuencia, de libertad de la persona, porque permite acoger un proyecto o una voluntad distinta de la propia, que no solo no mortifica o disminuye, sino que fundamenta la dignidad humana. Al mismo tiempo, también la libertad es en sí un camino de obediencia, porque el creyente realiza su ser libre obedeciendo como hijo al plan del Padre. Es claro, que una tal obediencia exige reconocerse como hijos y disfrutar siéndolo, porque sólo un hijo y una hija pueden entregarse libremente en manos del Padre, igual que el Hijo Jesús…>>(Faciem Tuam, Domine, Requiram).
Pero el tema es que Pedro, en cierto momento de su caminar sobre el agua, prefirió mirar hacia abajo, notó la turbulencia del agua, notó que el viento era fuerte y se le olvidó lo que Jesús le había dicho a través de su palabra, Pedro dejó de tener como meta a Jesús, dejó de obedecer a la palabra de Cristo, se lleno de miedo, puso su confianza en sí mismo y se quedó solo con sus propias fuerzas, por eso comenzó a hundirse. Ahora bien, que Jesús le recrimine a Pedro que qué poca es su fe, quería decirle que la fe es la adhesión y obediencia fiel a su Palabra, que es tenerlo como fin solamente a Él. <<La obediencia propia de la persona creyente consiste en la adhesión a la palabra con la cual Dios se revela y se comunica, y a través de la cual renueva cada día su alianza de amor… El trato amoroso y cotidiano con la Palabra educa para descubrir los caminos de la vida y las modalidades a través de las cuales Dios quiere liberar a sus hijos; alimenta el instinto espiritual por las cosas que agradan a Dios; transmite el sentido de su voluntad y el gusto por ella; da la paz y el gozo por permanecerle fieles, al tiempo que hace sensibles y prontos a todo lo que implica obediencia, sea el evangelio, la fe o la verdad>> (Faciem Tuam. Domine, Requiram).
Hay un dicho muy bien dicho que dice: “no le digas a Dios qué grande es tu problema, mejor dile a tu problema lo grande que puede llegar a ser tu Dios”. No dejemos de considerar que los problemas o las adversidades nunca van a faltar, pero que estas no nos roben la paz ni la alegría, más bien, descubramos que la oración y la fuerza de la palabra de Dios nos ayudarán en el camino, porque Jesús nunca nos abandona, siempre nos tiende la mano cuando más lo necesitamos o cuando estamos a punto de hundirnos.

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