Amar la vida: Comentario 09 de Agosto del 2018

                                                                 Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles



<<Estoy vivo>>. Estas palabras, al ser pronunciadas le permiten al hombre ser consciente del don bello y gratuito, de la existencia. Definir lo que la vida es, resulta complejo. Cualquier intento de manipulación o suplantación de esta realidad acaba en el absurdo. La vida sobrepasa lo meramente fisiológico, tocando la línea del misterio y la inmensidad. Y, sin importar el idioma, la religión o la ideología, toda persona sabe lo que es, aunque no sepa explicarla conceptualmente.
Desde la fe, afirmamos que la vida inició con una sola palabra, salida de la boca de Dios: <<(Dios) dijo: que produzca la tierra toda clase de plantas… Dios hizo (también) animales y vio que todo estaba bien>> (cf. Gn1, 11.25). De manera especial, se afirma que la vida humana es única y no encuentra igual en toda la creación: <<Ahora hagamos al hombre a nuestra imagen… varón y mujer los creó, y les dio su bendición; y sopló en su nariz y le dio vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente>> (cf. Gn. 1, 26-28; 2,7).
La vida humana es es semejante a la vida divina, pues somos imagen del mismo Dios (cf. Gn 1,27), y esa es una de las razones, del por qué Dios nos ama tanto: <<Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado… y tú amas todo lo que tiene vida>> (cf. Sb 11, 24.26). Cuando Dios nos contempla no solamente contempla su obra, sino que contempla su <<imagen>>; pero, al pecar, desfiguramos esa imagen divina que tenemos por naturaleza. Esto es una catástrofe.
Quien peca constantemente experimenta que la vida es una desgracia, pero concluir esto es un grave error, pues la vida es bella y sagrada. Jesucristo vino para reivindicar el supremo valor que tiene la vida. Por eso dijo claramente: <<Yo soy la vida>> (Jn. 14,6). <<Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador (…). ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado?>> (San Gregorio de Nisa, Oratio catechetica, 15: PG 45, 48B).
Vivir auténticamente, consiste en hacerlo todo como Cristo, pensar como Él, hablar como ÉL, alimentarnos de Él, orar, poner en práctica el evangelio y para esto, es urgente conocerlo y darlo a conocer. Una vida sin Cristo es miserable, devaluada. Quien no vive su cristianismo puede llegar a odiar la vida, odiar a Dios, odiar al hombre y hasta matarlo. Toda la industria del aborto, la eutanasia, las uniones antinaturales y lo que se les asemeje a estos desastres es propio de la “cultura de la muerte”, inspirada por el mismo demonio, quien odia a Dios, desde el principio de la creación, y a nosotros, por ser imagen del Dios creador. La vida en la tierra es hermosa y se nos ha dado para disfrutarla y compartirla. Ningún cristiano, ni siquiera <<ideológicamente>> puede aceptar aquello que atente contra el precioso don de la vida; sino que debe ser capaz de aborrecer y rechazar expresamente cualquier atentado contra ésta. Nosotros promovemos la vida, porque Dios, desde la eternidad nos pensó vivos, pues de Él no ha salido la muerte. Dios no mata, sino que vivifica. Incluso, la muerte natural que viviremos en esta tierra, al resucitar Cristo, se ha transformado en un paso para la vida que no acaba más: la eternidad.
El mismo Jesús nos lo ha dicho: <<pero yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia>> (Jn 10,10). El enemigo de la vida no es tan solo la muerte, sino la mentira del demonio que no nos deja vivir como Dios quiere que vivamos, ni morir como Dios quiere que muramos: en la esperanza de vivir con él eternamente. ¡Amemos y defendamos la vida!

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