Sólo Jesús libera al hombre de la frustración y de la muerte: Comentario 04 de Julio del 2018

                                                                Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles


La liturgia de la Palabra del día de hoy nos presenta una escena, sobre todo en el evangelio, que se desarrolla al otro lado del lago, en la tierra de Gadara y donde se plantea un enfrentamiento entre Cristo el Hijo de Dios, la encarnación del Bien y el Amor contra el Mal en toda su obscura y profunda obscuridad. El Mal y sus consecuencias: la realidad del pecado está bien presente en todo éste texto.
Primero encontramos a dos personas “endemoniadas” que llaman inmediatamente nuestra atención. Vivían en el cementerio (salieron de entre las tumbas), muertos en vida, aislados y apartados de los demás, eran dos seres feroces, llenos de ira y agresividad, estaban fuera de sí, que provocaban miedo a los demás porque nadie quería pasar por donde ellos estaban. ¿Qué era realmente lo que les había sucedido?, ¿qué circunstancias de la vida les había tocado presenciar que les había llevado a vivir en una realidad tan cruel y denigrante como lo era el cementerio? El cementerio es un lugar donde reina la muerte y la soledad, donde no hay vida. La piara de animales representa la resistencia organizada al Dios de la vida, del sentido… y finalmente el abismo y el mar, es decir, la Nada y el caos…
Por otro lado, nos encontramos con Jesús que ha decido ir, como dijimos, al otro lado del lago. Ha decido ir a su encuentro. Es un territorio considerado impuro por los judíos, sin embargo, Jesús allá ha querido ir. Inmediatamente los espíritus del mal reconocen a Jesús como “El Hijo de Dios”, contrastando con tantos fariseos, representantes de la religión oficial que precisamente lo tachan de estar dominado por el maligno y que, por su parte, no van a estar dispuestos a pisar esas tierras por ningún motivo del mundo porque significaría mancharse de esas terribles impurezas y perderse de tantos privilegios. Con razón Jesús, muchas veces, los va a llamar “guías ciegos que guían a otros ciegos”. 
Así, a los que llamaban “endemoniados”, quién sabe si por la novedad o con esperanza, han decidido salir al encuentro de Jesús. Ante Él, lo único que hacen es lo que hasta ese momento ya sabían hacer: gritar. Pero Jesús no se aparta, no tiene miedo como los demás, no se echa a correr, sino que permanece de pie, ante ellos. Quizá por eso, los dos hombres pronuncian una segunda frase que suena a una petición de ayuda, considerando una posible solución a su obscura realidad. Ante la presencia de Jesús, los espíritus del mal le piden que les deje ir con la piara de cerdos, es decir, con las fuerzas controladoras del mal que, despiadadamente se pierden en el abismo, en las tinieblas, lugar de donde realmente han salido. Así, Jesús entra en diálogo con ellos y en esa acogida incondicional son liberados del mal que los acechaba. La salvación, unida a la liberación, por fin, ha llegado a sus vidas. Y es que con Cristo, el mundo se recrea a través del amor, venciendo las ataduras y sombras de la muerte que conducen al hombre a su eterna perdición. Jesús siempre es el Supremo Bien que triunfa sobre cualquier mal, da la vida donde hay muerte, y la libertad donde sólo hay frustración y desesperación.
Pero también encontramos a los compatriotas de aquellos dos hombres, los que tenían miedo de acercárseles por esa situación tan miserable e impura en la que viven. Estos no se enteran de nada de lo que estaba pasando, los únicos que se enteraron fueron los cuidadores de cerdos. Fueron estos últimos los que al salir huyendo fueron a contar a todo el pueblo que Jesús estaba en su tierra y estaba tratando con los endemoniados. Al parecer, no les ha gustado mucho el cambio de la situación. Se habían acostumbrado a vivir con ellos, a evitarlos para no encontrárselos, solamente eso. Vivían tranquilos, mientras no les hicieran daño, mientras no se metieran con ellos todo marcharía bien. Pero, a estos Gadarenos no les sorprende que Jesús saque los demonios, ni se alegran por tener de vuelta a los dos hombres que estaban enfermos por el mal. Ahora parecen preocuparse más de las molestias que les ocasiona el cambio que de la salud de sus paisanos. Todo lo contrario de Jesús.
Ante esta escena, ¿Qué lugar o actitud tomamos nosotros? ¿El lugar de los Gadarenos que más que alegrarse con Jesús porque ha liberado a los dos hombres de sus demonios, se enojan con Él y le tienen que decir que se vaya de ahí? ¿Hemos de preguntarnos cuáles son nuestros demonios y pedirle a Jesús que nos libere de ellos porque notamos que estamos muertos en vida, los demás nos tienen miedo debido a que somos agresivos, violentos e individualistas? O podemos ponernos en el lugar de Jesús, para aprender de su acogida incondicional que hace posible la salud integral y la vida.






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