Mirándolo con Misericordia lo eligió: Comentario 06 de Julio del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Hablar
de la vocación es entrar en ese misterioso proceder divino, por el cual un
hombre es escogido por Dios para una misión específica. Hay algunos aspectos de
la vocación que no pueden explicarse, porque ni siquiera el que ha sido llamado
los comprende bien desde un primer momento. El llamado se recibe en un momento
específico de la vida, pero su proceso de madurez atraviesa largos años.
La
Biblia guarda entre sus páginas historias fascinantes de hombres y mujeres que
fueron llamados para colaborar en un momento concreto de la historia en el plan
de salvación que Dios había designado. Hoy, el evangelio nos habla de una
vocación, la del publicano Mateo. Recordemos que Jesús llama a quien quiere:
serán pescadores o de alguna otra humilde profesión; incluso llama al cobrador
de impuestos llamado Mateo, de una profesión denigrada por los judíos que son
perfectos cumplidores y observantes de la ley.
En
toda historia vocacional, hay por lo menos tres elementos que son comunes: Dios
que toma la iniciativa, un hombre que responde y una misión específica. Sin
embargo, como experiencia personal, el llamado es único e irrepetible, así como
lo es la persona que está siendo llamada.
Es
suficiente con la invitación de Jesús: “Sígueme”.
Es suficiente no sólo porque le dirige la palabra, sino porque por fin alguien
lo reconoce como persona, a alguien por fin le importa y lo toma en cuenta,
alguien por primera vez lo mira con ternura y con Misericordia. Mientras que
los fariseos no entraban en contacto con éste y hacían como si no existiera,
Jesús, en cambio le transforma la vida.
Con una palabra del Maestro, Mateo deja su profesión y muy
contento le invita a su casa para celebrar allí un banquete de agradecimiento.
Era natural que Mateo tuviera un grupo de buenos amigos, del mismo “ramo
profesional”, para que le acompañaran a participar de aquel convite. Según los
fariseos, toda aquella gente eran pecadores reconocidos públicamente como
tales. Estos, que son “cumplidores” de la ley, que se esmeran por tranquilizar
su conciencia con la observancia de la letra, no del espíritu de la ley, se
escandalizan.
Los fariseos no quisieron quedarse callados y se lo
comentaron a los discípulos de Jesús: “¿Cómo
es que su maestro come con cobradores de impuestos y pecadores?” Pero Jesús
que les escuchó hablar les contestó: “Los
que están buenos y sanos no necesitan médico, sino los enfermos”, lo que
equivale también a: “pues yo no he venido
a llamar a los justos, sino a los pecadores”. De éste modo, en palabras y
acciones concretas, el mismo Jesús nos revela su plan de salvar a la humanidad,
de curar lo que está enfermo y de perdonar al que se ha revelado y extraviado. Sin
embargo, existe quien preferiría que no fuera de ese modo, preferirían ver a un
Jesús elitista y exclusivista.
Estos fariseos admiran a Jesús de cierta manera, pero no lo
imitan. Se dan cuenta, en el fondo, que no tiene pecado, que es un hombre
bueno, que predica con autoridad, que sana a los enfermos, pero se les
dificulta abrirse y creer en el verdadero amor de Dios. Ellos ya se sienten con
el privilegio de ser perfectos por el hecho de cumplir la ley y no sienten la
necesidad de ser salvados.
Como entonces, también hoy hay quienes no hemos entendido que
la misión de Cristo, y de los cristianos, es acercarse a los pecadores para
salvarlos. El ejemplo de Jesús debe estimularnos a todos los cristianos para
ser más comprensivos con los que están más alejados de Dios, y más activos para
acercarlos a su amor. No nos sintamos merecedores de la salvación por hacer
tantos sacrificios, seamos más misericordiosos, dejémonos perdonar y acojamos a
los demás con misericordia, con la ternura que caracteriza a Dios.
Todos los hombres que fueron llamados por Dios, como Mateo,
fueron con-vocados para realizar un proyecto divino en sus vidas, que
repercutió en bendiciones para la humanidad, porque al aceptar la misión
encomendada, fueron, sin saberlo, entretejiendo la redención de los hombres. ¿Y
nosotros, en qué lugar nos encontramos, en el de los sanos y justos que no
necesitan salvación, o en el de los enfermos y pecadores que constantemente
necesitan del perdón misericordioso de Jesús?
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