¿Misionero yo?: Comentario 12 de Julio del 2018

                                                                  Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles


Uno de los adjetivos de moda en la Iglesia es el de “misionera”, y no es que no sea así, puesto que esta característica, como lo vemos en el evangelio de hoy, le es propia por naturaleza. Es Jesús quien nos llama y nos envía a predicar el Reino de los cielos. A partir de reuniones episcopales como la de Aparecida y los últimos sínodos realizados, se ha insistido más en este concepto, sólo que no parece que está dando mucho resultado. De pronto aparece una actividad aquí y otra por allá despertando el ánimo de la gente, pero no pasa mucho tiempo sin que regrese el cansancio.
El ardor de la actividad misionera parece estar dándose solamente como “hojarasca seca”, de esa que enciende rápido y produce una gran flama, que se esfuma pronto. Hace falta “leña de maderos más gruesos” que hagan que la lumbre permanezca siempre y que logre arder hasta pasar la flama a más y más troncos y no sólo a hojas secas. Parece que el conformismo es más abundante que las iniciativas para dar a conocer el mensaje de salvación a todos. Con algunas personas que se acercan a “pedir la Misa” y otras que asistan a pequeños grupos se cree que es suficiente.
Así mismo, la promoción de quienes tienen en su corazón una gran inquietud por dar testimonio de su experiencia cristiana, no está siendo suficiente, parece haber más obstáculos que estímulos.
Por otro lado, se realizan ceremonias donde aparecen muchos “misioneros”, sin que estos sean tales, pujes no ejercen este servicio realmente. Es necesario leer y meditar la enseñanza del Señor al respecto, sin acomodos ni con pretextos.
Los apóstoles comenzaron con la labor misionera manteniendo la conciencia de comunidad, una comunidad que salía a predicar para fortalecer a la misma y para incrementar el número de los creyentes en Cristo (neo-conversos), es decir para incrementar el número de los miembros de la comunidad. Esta es la base. Claro está que, ninguno de estos misioneros fueron improvisados, primero fueron discípulos, fieles seguidores, esto es, que se sentaron a escucharle y se dispusieron a realizar lo que Jesús les pidió, no como pago ni como una obligación, sino como una necesidad. Si el misionero no escucha a Jesús, no le quedará más que oír al mundo y sus propuestas, las cuales nos confunden y alejan de Él.
Tanto los apóstoles como los demás misioneros experimentaron la presencia de Jesucristo en su vida para convertirse en lo que fueron. Hoy no tiene porqué ser diferente: el misionero debe ser aquél que ha experimentado la presencia del Señor. Jesucristo les pidió la renuncia de sí mismos, el cargar una cruz y caminar siguiendo sus pasos, entendiendo que “las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el hijo del hombre, no tiene donde reclinar la cabeza”.
 Por eso, para que llevemos adelante una verdadera evangelización necesitamos:
Anunciar. No se trata de una simple prédica o de la trasmisión de unas ideas, sino que es un movimiento dinámico capaz de cambiar los corazones gracias a la labor del Espíritu. Hemos visto planes pastorales bien hechos, perfectos, pero que no eran instrumentos de evangelización, porque simplemente estaban enfocados en sí mismos, incapaces de cambiar los corazones. No es una actitud “empresarial” la que Jesús nos manda hacer, no. Es con el Espíritu Santo.
Servicio. Ofrecido hasta en las cosas pequeñas. Es equivocada la presunción de querer ser servidos después de haber hecho carrera, en la Iglesia o en la sociedad: “trepar” en la Iglesia es señal de que no se sabe qué es la evangelización: «el que manda debe ser como el que sirve» (Lc 22,26), advierte el Señor en otro momento. Nosotros podemos anunciar cosas buenas, pero sin servicio no sería anuncio; lo parece, pero no lo es. Porque el Espíritu no solo te lleva adelante para proclamar las verdades del Señor y la vida del Señor, sino que te lleva también a los hermanos y hermanas para servirles.
Gratuidad. Porque nadie puede redimirse gracias a sus propios méritos. «Lo que habéis recibido gratis –nos recuerda el Señor–, dadlo gratis». Todos hemos sido salvados gratuitamente por Jesucristo y, por tanto, debemos dar gratuitamente. (Papa Francisco). Comodidad y vida misionera no pueden ir juntas, pues siempre habrá inversa proporcionalidad.
¿Misionero yo? Si, Jesús necesita de jóvenes como vos que sientan la necesidad y la inquietud de anunciar el Reino de Dios a todos aquellos que aún viven sin conocerlo y que gracias a ello, viven sumergidos en la depresión o desesperación. Porque… ¡Con Cristo Misionero vamos adelante!

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