Silencio para ordenar la propia vida: Comentario 15 de Junio del 2018

                                                               Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles


Hablando del valor del silencio, es clásico recordar a Elías en el monte Horeb. Este profeta había tenido una jornada de intensa actividad defendiendo la existencia del único Dios en contra de la idolatría de los 450 profetas falsos. Al manifestarse el poder de Dios, todo el pueblo se unió a Elías y los falsos profetas terminaron degollados. Esto molestó fuertemente a Jezabel, esposa del rey Ajab la cual juró degollar al profeta de Dios. 
Elías huye al desierto y camina muchos días hasta llegar al monte Horeb, en donde se introdujo en una cueva. El Señor le dijo: “sal y permanece de pie en el monte ante mí” (1Re 19, 11). Entonces apareció un intenso huracán, luego un terremoto sacudió el monte y después un fuego, pero en ninguno de estos fenómenos estaba Yahvé. Después Elías sintió un susurro de una brisa suave y escuchó la voz del Señor. 
Es en el silencio cuando el señor habla al hombre. Esta experiencia de Elías se repite cuando uno se aparta de las agitaciones de la vida y se recoge en la oración. Sin duda, Dios se manifiesta de muchas maneras y en muchas circunstancias en la vida del hombre. Pero donde más se recibe la inspiración de Dios es en el silencio íntimo y religioso.
Los cristianos estamos llamados a escuchar a Dios, profundizar en su palabra y comunicar su mensaje, pero no podemos hacerlo  con eficacia si antes no pasa por nuestra vida. Esto se realiza sobre todo en la oración hecha con recogimiento, lejos del barullo y murmullo ruidoso de este mundo en que vivimos. 
El aumento asordante de los ruidos de las máquinas y de la música que tanto gusta a las nuevas generaciones, parece un producto del enemigo al mensaje divino. Es un hecho que hoy los hombres se ven sumergidos en las olas de una música frenética y enloquecedora. No hay nada como el silencio que propicia un ambiente adecuado para la meditación y escucha de la Palabra de Dios.
Como cristianos, nos hace falta mayor silencio y mayor recogimiento. Cuanto más trabajamos y anunciamos el mensaje divino, más silencio necesitamos. Hacer silencio no significa quedarnos sin palabras sino aprender a ahondar en ellas. Un silencio que nos ayude a estar en sintonía con el Señor y, sobre todo, que nos ayude a ordenar nuestras pasiones, que nos purifique y nos ayude a trabajar nuestros defectos, malas actitudes e inclinaciones.  Es por eso que Jesús dice que el adulterio comienza en el corazón, el pecado se germina en el corazón. A falta de silencio y de orden, las pasiones se alborotan y terminan por perder al hombre débil que no tiene voluntad. Si el cristiano no hace silencio en su vida, nunca podrá conocerse ni aprenderá a dominarse a sí mismo. 
“Así pues, si tu ojo derecho te hace caer en pecado, sácatelo y échalo lejos de ti… y si tu mano derecha te hace caer en pecado, córtatela y échala lejos de ti…” Esto no tenemos que entenderlo literalmente, puesto que para comenzar a ordenar la propia vida hay que comenzar por la vida interior, desde el interior, desde la raíz. Muchas veces preferimos hacer solamente cambios externos cuando nos proponemos hacer cambios en nuestra persona. Pero para ser mejores y comenzar a ser totalmente libres tenemos que ir hasta la causa que nos está originando problemas en nuestra conducta y en las relaciones con los demás, tenemos que ir al corazón y revisar que es lo que lo está esclavizando y le impide salir de sí mismo; y desde ahí comenzar a renunciar, a sacar la basura que nos ensucia por fuera.
El tema del divorcio es sumamente actual, debido a que muchos hombres y mujeres de hoy no conocen la Palabra de Dios ni están educados a afrontar los problemas de la vida con la ayuda del Señor y con voluntad firme. El hombre de hoy fácilmente se deja llevar por lo que aparece pero no por lo que realmente le conviene.
La ley del matrimonio indisoluble no es de origen eclesiástico, sino divino. A los que se aferraban a la ley de Moisés para divorciarse, Cristo les contestó: “Por lo terco que son ustedes, Moisés les permitió divorciarse de su esposa; pero al principio no fue de esa manera” (Mt. 19, 8). En el evangelio de San Marcos se lee: “El hombre no debe separar lo que Dios ha unido” (Mc. 10, 9). El matrimonio es una alianza eterna de fe y amor entre los cónyuges y ante Dios. Por ello es necesario dialogar, amarse y perdonarse mutuamente.


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