No hay frutos sin adoración: Comentario 27 de Junio del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Cada uno de nosotros, por nuestro Bautismo, estamos llamados por Jesús a ser profetas en medio de los ambientes en los que nos encontramos. Olvidar nuestro papel profético es permitir que el mal avance y que la humanidad agonice en las tinieblas de la ignorancia y la desesperación. Uno de los frutos más palpables de toda tarea profética es la edificación de la comunidad, cada vez que se anuncia la Palabra del Señor se hace, se construye la Iglesia, se forma una gran familia. En contra de la tendencia al individualismo consumista que termina aislándonos en la búsqueda del bienestar al margen de los demás, nuestro camino de santificación no puede dejar de identificarnos con aquel deseo de Jesús: «Que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti» (Jn 17,21). La santificación es un camino comunitario, de dos en dos. Compartir la Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos hace más hermanos y nos va convirtiendo en comunidad santa y misionera.
Cada uno de nosotros, por nuestro Bautismo, estamos llamados por Jesús a ser profetas en medio de los ambientes en los que nos encontramos. Olvidar nuestro papel profético es permitir que el mal avance y que la humanidad agonice en las tinieblas de la ignorancia y la desesperación. Uno de los frutos más palpables de toda tarea profética es la edificación de la comunidad, cada vez que se anuncia la Palabra del Señor se hace, se construye la Iglesia, se forma una gran familia. En contra de la tendencia al individualismo consumista que termina aislándonos en la búsqueda del bienestar al margen de los demás, nuestro camino de santificación no puede dejar de identificarnos con aquel deseo de Jesús: «Que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti» (Jn 17,21). La santificación es un camino comunitario, de dos en dos. Compartir la Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos hace más hermanos y nos va convirtiendo en comunidad santa y misionera.
Sin embargo, Jesús nos
advierte sobre los falsos profetas y nos da pautas, concretas y prácticas, para
hacer nuestro discernimiento: conócelos
por sus frutos. A veces nuestro mundo es muy confuso, nos hace muchas
promesas de felicidad y bienestar y, sin embargo, está tan lleno de sufrimiento
y soledad. Nos damos cuenta de que Dios está presente en la vida de algún
hombre por sus acciones, por sus pensamientos y relaciones con el prójimo. Si
son buenos el espíritu de Dios está presente. Hablar bien y hasta hacer
milagros, no cuentan para asegurar el premio. Solamente quien traduce en la
práctica la palabra del señor, está construyendo para sí y para los demás el
reino de Dios en este mundo. Necesitamos discernir, darnos cuenta de que no
solo hay falsos profetas que dan frutos que no son buenos, sino también buenos
profetas cuyos mensajes son verdaderos porque producen buenos frutos.
El evangelio de hoy nos
hace recordar al salmo número uno, sobre todo en el versículo tres cuando habla
del hombre bueno que pone su amor en la ley del Señor: “Ese hombre es como un árbol plantado a la orilla de un río, que da su
fruto a su tiempo y jamás se marchitan sus hojas. ¡Todo lo que hace le sale
bien! No cabe duda, estamos llamados a ser auténticos cristianos pero sobre
todo, a permanecer unidos al Señor.
Recordemos que los
verdaderos profetas no sólo hablan de Dios, sino, sobre todo, hablan con Dios
para poder transmitir a los demás el mensaje de salvación y de paz que les fue
encargado anunciar. Por ello, el verdadero profeta es el que está unido a
Cristo a través de diferentes medios: oración, Adoración, Sagradas Escrituras,
Eucaristía, caridad, (comunidad), etc.
A propósito de esto, recordemos
que la santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se
expresa en la oración y en la adoración. El santo es una persona con espíritu
orante, que necesita comunicarse con Dios. Es alguien que no soporta asfixiarse
en la inmanencia cerrada de este mundo, y en medio de sus esfuerzos y entregas
suspira por Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la
contemplación del Señor. No creo en la santidad sin oración, aunque no se trate
necesariamente de largos momentos o de sentimientos intensos. Si de verdad
reconocemos que Dios existe no podemos dejar de adorarlo, a veces en un
silencio lleno de admiración, o de cantarle en festiva alabanza. Así expresamos
lo que vivía el beato Carlos de Foucauld cuando dijo: «Apenas creí que Dios existía, comprendí que solo podía vivir para él» (Papa Francisco, Gaudete et Exultate).
Así, da frutos quien
anhela permanecer unido al Señor a través de la adoración y de la caridad para
con los hermanos. Además, San Pablo escribió sobre el “fruto del Espíritu”
(Gálatas 5:22-23) donde Él hace una lista: amor, alegría, paz, paciencia,
bondad, generosidad, fidelidad, gentileza y auto control como evidencia del
trabajo de Dios. Estos frutos bien que
nos hacen falta para poder vivir en comunidad dando gloria a Dios. En esta
serie de pasajes, puedo impresionarme por las palabras de Jesús sobre el juicio
futuro: el árbol que no da buenos frutos será cortado y arrojado al fuego.
También yo estoy llamado/a, con cierta urgencia, a dar buenos frutos.
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