¿Temes que se repita lo que te hizo sufrir? Enfoca lo bueno
Aleteia
Miro más lejos, más alto, más dentro. Confío. Aunque me hayan fallado ya más de una vez vuelvo a confiar
Existe una estrecha relación entre la confianza y la esperanza. Son casi dos aspectos de una misma actitud. Espero confiado y confío lleno de esperanza.
Es muy importante esta actitud en mi vida. Es esa fuerza interior que me permite confiar en mí mismo, creer en mis propias fuerzas, descansar en mis capacidades.
La confianza en mí mismo, la fe en mis fuerzas me vuelve sólido, firme. Sobre esa confianza cimento mi autoestima. Reconozco mi verdad y mi valor.
Me miro con humildad y descubro las capacidades que infunden en mi alma el sentimiento de seguridad. Puedo confiar en mí.
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Cuando fallo, cuando caigo, se debilita mi confianza. Puedo adoptar una actitud tóxica como decía Travis Bradberry:
“El futuro será como fue el pasado. La repetición de ciertos errores puede minar la autoestima y hacer que sea más difícil creer que las cosas irán mejor en el futuro”.
Cometo errores que creía superados, vuelvo a sentir lo que creía ya vencido en mi alma. Caigo de nuevo. Desconfío y mi autoestima decrece.
Temo perder siempre de nuevo. Ya no confío. Temo que el futuro será como el pasado. Esa actitud de desconfianza en mis fuerzas me vuelve temeroso y frágil.
Ante cualquier contrariedad tiro la toalla y dejo de luchar. Ya no creo en lo que hay en mí, en el poder de mi alma. No tengo resistencia.
Me gustaría no tener nunca esa actitud. Quiero decirme siempre: “Como no sabía que era imposible, lo hice”. Me gusta esa frase. Me permite llegar a metas imposibles. Y creer en el poder de mis pasos.
Esa confianza en mi valor va unida a la confianza que he recibido de las personas. Han confiado en mí. Han creído en mis posibilidades. Esa confianza depositada en mí desde pequeño me sostiene.
“La autoestima se construye cuando al hijo se le quiere porque sí, porque es nuestro hijo y porque es una persona diferente de nosotros, es una persona que tiene una misión diferente a la mía, completamente distinta a la mía”[1].
Esa confianza es la roca sobre la que construyo. Es lo que me ayuda a madurar y crecer como persona.
Creen en mis capacidades. No sólo yo creo. Otros también creen. Su fe en mí me ayuda a mí a creer. Va unido.
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Muchas personas tienen baja autoestima porque no han confiado en ellas y así ellas han dejado de confiar en sí mismas.
La confianza y la autoestima se construyen muy lentamente, con gran esfuerzo. Y pueden quebrarse con cualquier traspiés, con un error, con una debilidad.
Una herida en el alma echa por tierra toda la confianza construida sobre lo que era en apariencia roca firme. Dejo de creer en mis capacidades. O dejan de creer en mí. Ya no se fían porque les he fallado una vez.
Sólo cuando han confiado en mí y mi autoestima es sana puedo yo también confiar en otros. Es el poder de mi confianza.
Creo en mí mismo. Otros han creído en mí. Y entonces yo mismo confío en lo bueno que hay en las personas. Creo en su bondad oculta. Creo en su belleza escondida bajo el barro de la vida. Creo en lo que puede llegar a ser la semilla que hay en el corazón.
Decía el padre José Kentenich: “Es un arte superar en nosotros el escarabajo estercolero y cultivar la abeja”[2].
Dejo de ver lo malo que hay en las personas y me quedo con lo bueno. Con su potencial. Tienen mucho que dar. Creo en su poder oculto. Confío en la persona y no me quedo en la pobreza que veo.
Miro más lejos, más alto, más dentro. Confío. Aunque me hayan fallado ya más de una vez vuelvo a confiar.
La esperanza mira al futuro, a esos bienes que creo posible alcanzar. Y aún no los poseo.
El pesimismo, la pusilanimidad, el derrotismo son actitudes contrarias a la esperanza. El pesimismo me hace pensar que no será posible vencer los obstáculos que superan mis fuerzas. Me lleva a creer que las circunstancias adversas me impedirán alcanzar lo que sueño.
La confianza va unida a esa esperanza que me hace soñar con lo que aún no alcanzo a ver, con lo que no poseo.
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[1] Edgardo Riveros Aedo, Focusing desde el corazón y hacia el corazón
[2] H. King, Textos pedagógicos, J. Kentenich, 215
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