“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”: Comentario 21 de Febrero del 2019
Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
En el evangelio del día de hoy, Jesús nos lanza también la pregunta de: “¿Y ustedes, quién dicen que soy yo?”; ha llegado el momento para definir nuestra vida, para responder si verdaderamente creemos en Cristo y si estamos decididos a seguirle o tenemos una concepción muy humana y terrena de él, como la tendría una forma de pensar del mundo; ha llegado el momento de confirmar si verdaderamente le seguimos permaneciendo fieles a su palabra o poniendo nuestras propias condiciones, si verdaderamente le reconocemos a Él como nuestro Dios o tenemos otros dioses más pequeños porque nos prometen una vida más cómoda y placentera.
La confesión de Pedro es la aceptación de Cristo como el Hijo de Dios vivo. Pedro toma posición definitiva frente a Cristo. Es también la confesión que a nosotros se nos va a exigir, debemos adoptar una posición definitiva y total.
Aunque Pedro acepta al Señor, no lo acepta de un modo pleno y acertado. Hay algo que no acaba de entender, tanto él como los demás, sabe que Jesús es el Cristo, el Ungido, el Mesías, el Hijo de Dios vivo; sin embargo, Pedro y los demás discípulos admirando la mesianidad de Jesús y su origen divino, ignoran cómo debe obrar Jesús, el Mesías, para llevar a cabo su misión mesiánica de salvación.
“Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho”. El Señor presenta un mesianismo sufriente, doloroso, perseguido; es que el dolor, la persecución, la humillación son los que redimen al hombre y a la humanidad; la muerte del hombre a lo que es hombre es la que engendra la Vida de Dios en el hombre. Para el cristianismo morir es vivir. “Si el grano de trigo no muere sólo quedará, pero si muere en abundancia dará un fruto eterno que no morirá”.
El plan de Dios sobre Jesús es el del servicio en la humillación, el dolor y la muerte… justo es que pensemos si el Padre tiene sobre nosotros el mismo plan; al fin y al cabo el discípulo, nos advierte el Maestro, no puede ser de distinta condición que la suya.
Sería ilusorio el que nosotros pensemos que podremos llevar a cabo nuestra misión personal de consagración y de apostolado, si no es a través de nuestra propia muerte, más claro, la muerte del propio Yo. Primero hemos de pasar por el dolor y la muerte, para así, luego, llegar a la alegría del triunfo y de la gloria. Con Jesús el dolor se convierte en gozo, la muerte en vida; sin Él, todo es desesperación y destrucción. No pretendamos llegar a la alegría de la Pascua, sin antes haber pasado por la negrura del Viernes Santo.
“Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. Cada vez que nosotros no queremos pasar por el dolor y la humillación nos estamos apartando del plan santificador y salvador de Cristo. Debemos meditar seriamente nuestra actitud: ¿A quién estoy siguiendo, a un Jesús fuerte y decidido, al Jesús sufriente o a un Jesús débil y temeroso, despersonalizado, cómodo? Los caminos de Dios no son generalmente los nuestros. Los pensamientos del Señor no suelen ser los nuestros. Nuestros planes, no siempre, muy pocas veces coinciden con los planes de Dios”, sobre todo cuando queremos hacer nuestra voluntad y no la suya, cuando queremos abandonar la cruz y pretendemos una vida más fácil y superficial.
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