Contra la hipocresía: limpiar el corazón: Comentario 12 de Enero del 2019
Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Dios, nuestro Dios, es un Dios bueno y compasivo; una manifestación visible del gran amor que le caracteriza es su creación y, por eso, al terminar de crear al hombre y a la mujer “vio que era muy buena” toda su obra. El Papa Francisco en Laudato si nos enseña que: “La Biblia enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y semejanza de Dios. Esta afirmación nos muestra la inmensa dignidad de cada persona humana, que no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas. Fuimos concebidos en el corazón de Dios, y por eso cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, amado y necesario”.
En el evangelio encontramos que los fariseos vivían preocupados por el cumplimiento del riguroso yugo de la ley más que por el espíritu mismo de la ley, pensaban que por cumplir las leyes al pie de la letra les vendría la salvación.
Pero Jesús aparece para enseñarles el verdadero sentido de la ley y arremete contra la hipocresía de una religión vacía de Dios, contra una postura externa y legalista, llena de preceptos humanos, normas y tradiciones, teniendo a Dios presente en los labios pero con un corazón rígido, endurecido y lejos de Él: “ustedes dejan el mandato de Dios para seguir las tradiciones de los hombres”. Y aboga por la medida de la misericordia hacia los pecadores y marginados a fin de que puedan recuperarse mediante la conversión. Jesús busca la auténtica moralidad, no una que esté basada solamente en una piedad externa y ritualista, sino que tome en cuenta las necesidades del hombre, que ponga en el centro a Dios pero que repercuta en la vida humana y social de todo hombre.
Se trata de una crítica severa a las interpretaciones sobre la pureza e impureza. Jesús da sentido pleno a la ley y su actitud es coherente a este respecto. Descubre la fuente de lo bueno y lo malo que hay en la persona: su interior, su corazón. Hay que preocuparse de purificarlo, antes que limpiar sólo lo exterior. Es en el interior donde se decide la vida y el destino de los hombres; allí se gestionan las decisiones para el bien o para el mal. Nunca será suficiente todo lo que sea a favor de educar la vida interior, pues el corazón es caprichoso y está siempre expuesto a la maldad. En realidad, el único remedio ante la corrupción y la inmoralidad social es la purificación del hombre desde su interior. Lo superficial o exterior sirve de poco o de nada. Dios, la Iglesia y el hombre de buena voluntad tienen, en este sentido, un papel invaluable en la sociedad.
Así, Jesús nos descubre que el culto que a Dios le agrada consiste en vivir nuestra vocación originaria: ser imagen y semejanza del creador.
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