Sin obediencia y sin amor no hay familiaridad con Jesús: Comentario 29 de enero del 2018
Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Como
en toda familia, hay un momento en que sus distintos miembros que la integran
se preguntan los unos por los otros y se buscan entre sí hasta encontrarse. Hay
muchos motivos por los que a veces buscamos a papa, mamá o a un hermano,
buscamos porque le amamos, le necesitamos para hablar o para pedir una ayuda
concreta, o porque queremos estar con ellos para compartir la vida. Hoy en el
evangelio encontramos que los familiares de Jesús lo buscaban y lo mandaron
llamar. Como hacía la familia de Jesús, debemos aprender a preocuparnos por los
demás, a rezar por ellos y a buscarnos los unos a los otros para no perder
identidad, cualidad y calidad, para no caer en la indiferencia, la frialdad y
el egoísmo.
Ante
todo, debemos aprender a descubrir que somos parte de una familia mucho más
grande: la familia de Dios. Aparte de la familia biológica, hay otros hermanos
que nos esperan y que necesitan de nuestra presencia, de nuestras palabras, de
nuestra ayuda y servicio. Por eso, debemos aprender a distribuir muy bien
nuestro tiempo para poder compartir con los propios familiares, amigos,
vecinos, hermanos de Iglesia, etc. Aprendamos de Jesús, que pasaba tiempo con
su familia, en la carpintería trabajando, pero también, gran parte de su
jornada se la pasaba haciendo el bien y haciendo presente el Reino de Dios en
los distintos ámbitos de la vida social. Jesús vivía para todos, con una vida
de entrega, sacrificio y servicio generoso, y por eso logró cumplir con la
voluntad de Dios.
Así,
los familiares de Jesús, son aquellos que como Él cumplen la voluntad de Dios,
es decir, aquellos que están abiertos a todos, que trabajan por el bien de los
demás y no sólo por un grupo cerrado y exclusivo, sino en un sentido universal
(familia), aquéllos que logran comprender que todos somos hijos de Dios,
hermanos, y que tenemos para con ellos, un gran sentido de responsabilidad.
En
primer lugar, vamos por buen camino si hemos comenzado por hacer nuestras las
necesidades de los demás, si soy capaz de ponerme en los zapatos del otro, si
lo veo como mi hermano, como mi más próximo, como si fuera un miembro de mi
familia biológica, si me hago responsable de él como el buen samaritano. Al
respecto, dice el papa Francisco, que lo contrario al amor no es el odio, sino
la indiferencia, porque a veces nos damos cuenta de lo que el otro necesita
pero no hacemos nada, esto es peor que el odio, dice. Y en segundo lugar, si
soy capaz de vaciarme de mí mismo para poder auto donarme a los demás, de poder
dar lo mejor de mí para enriquecer al otro, al final de cuentas, esto se llama
amor.
Como
Jesús, amemos, hagamos el bien, incluyamos a todos, procuremos una vida a la
luz del evangelio, vivamos con sabiduría, llevemos una vida de virtud, oración y servicio, hagamos presente
el reino de Dios y así seremos parte de su familia. “Si entre ustedes hay alguno sabio y entendido, que lo demuestre con su
buena conducta, con la humildad que su sabiduría le da…() pero los que tienen
la sabiduría que viene de Dios, llevan ante todo una vida pura; y además son
pacíficos, bondadosos y dóciles. Son también compasivos, imparciales y
sinceros, y hacen el bien. Y los que procuran la paz, siembran en paz para
recoger como fruto la justicia” (Stg. 3, 1.17-18). Está claro, que el que
hace la voluntad de Dios, es aquél que le obedece, el que acepta y vive
conforme a su Palabra. Sin la obediencia y sin el amor no será posible la
familiaridad con Jesús.
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