La Palabra de Dios es fuente de vida fecunda: Comentario 30 de enero del 2019
Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
La
parábola del sembrador explica el por qué de las dificultades para aceptar el
mensaje de Jesús. Depende mucho de la disposición interior para acogerlo. Las
parábolas son relatos de algún modo provocativos que ponen en juego a quien los
escucha, que interpelan. Jesús las utiliza con enorme maestría para ayudarnos a
descubrir el misterio del Reino. Si nuestro corazón está abierto a ese misterio
tendremos oídos para oír, si nos cerramos al misterio nuestro esfuerzo por
entender y por ver será inútil.
Lo
primero que debemos de preguntarnos debe ser entonces: ¿Qué tan abierto he
estado a recibir y a escuchar la Palabra? ¿Será que he dejado que el sembrador
ponga en mí la semilla? ¿Qué tanto he preparado mi tierra para que la semilla
no se muera sino que de abundantes frutos?
En
primer lugar, encontramos la semilla que
cayó al borde del camino y donde vinieron los pájaros y se la comieron (distraídos,
viene Satanás y se lleva la semilla); en segundo lugar, está la semilla que
cayó en terreno rocoso y que el sol la quemó por falta de tierra y de raíz (hay
inconstancia, viene la tribulación y sucumben); en tercer puesto está la
semilla que cayó entre espinas y que quedó sofocada (las preocupaciones del
mundo ahogan la Palabra); y, por último, encontramos la semilla que sí cayó en
tierra buena (dan fruto el treinta, el sesenta y el ciento por uno.
El
primer terreno se refiere a los superficiales, indiferentes, a los duros de
corazón. Oyen el mensaje, pero no penetra por lo duro del terreno; pronto se
pierde la semilla. El segundo se refiere a los volubles, poco perseverantes,
faltos de carácter, que ante las exigencias renuncian a continuar, cualquier
pretexto es suficiente para abandonar el camino. El tercero alude a los que
siguen apegados al mundo y sus gustos: ante la seducción del ambiente queda
ahogada la Palabra de Dios. Finalmente, la tierra buena, los que producen fruto
según sus capacidades, los que acogen la Palabra para que germine, son los que
están dispuestos a dejar que la semilla de lo suyo. El cuidado de la vida
interior, así como la purificación de actitudes e intenciones, son
imprescindibles para la aceptación de la palabra de Dios, con todas las
exigencias que conlleva.
Esta
parábola, debe lograr en mí preguntarme, cuestionarme sobre si estoy siendo
capaz de acoger el Reino de Dios o simplemente no me interesa. ¿En esta etapa
de mi vida, qué tipo de tierra está recibiendo la semilla que sale a sembrar el
sembrador? ¿Qué es lo que prevalece en mi vida cristiana después de haber
escuchado la Palabra que me llama: distracción, inconstancia, preocupación o
fecundidad?
Dice
el mismo evangelio de Jesús que el árbol bueno se conoce por sus frutos.
¿Cuáles son los frutos que estoy cosechando gracias a la eficacia de la Palabra
y a la apertura de corazón que hay en mí? ¿O será que no ha habido buenos
frutos, ni hay y ni habrá porque permito que la distracción, la inconstancia o
la preocupación por las cosas de este mundo se apoderaren de mí? Necesito
apertura de corazón, generosidad y disponibilidad para que haya abundantes y
buenos frutos en mi vida, ¿qué frutos? La bondad, la sencillez, la sinceridad,
la caridad, la Misericordia, el perdón, el servicio, la alegría, la justicia,
la paz.
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