Dios nos propone la mejor oferta, ¡aceptemos!: Comentario 06 de Noviembre del 2018

                                            Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
                                                            Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
                  Parroquia Santa Marìa de los Ángeles



El Señor, nuestro Dios no deja de proponernos lo que tiene para nosotros. El es un Dios de vivos y no de muertos, por tanto, lo que siempre nos propone es Amor, vida y el gozo de la comunidad. Su reino que nos propone, hoy aparece como un gran Banquete al que estamos llamados a participar todos los hombres que poblamos la faz de la tierra, nadie está excluido de esa gran fiesta que Él ha organizado, todos estamos llamados a estar presentes para disfrutar de su gozo y de su perfecta alegría.
Le toca al hombre dar su consentimiento para estar ahí, puesto que el Señor a nadie ha obligado, ni obligará. El hombre es libre para elegir vivir o morir, para elegir la comunidad o la absoluta soledad, el gozo o la frustración.
Por eso, la mejor actitud con la que debemos avanzar mientras caminamos por esta vida es la de vaciarnos de nosotros mismos y de las cosas del mundo para sentirnos necesitados de Él, de su amor, perdón y gracia. Nuestro mayor peligro es la de vivir como hombres satisfechos, llenos, ensimismados, hartos de todo pero llenos de nada, vacios por dentro y, a la vez, llenos de la podredumbre que trae la corrupción del pecado.
Cuando al hombre no le importa lo que Dios le ofrece vive egoísta e individualistamente, conforme e indiferente, sintiéndose capaz de todo, superior a los demás pero a la vez fracasado. Y es que, en realidad, no existe mayor fracaso en la vida que cerrarle el corazón a Dios y no llegar a realizar eso que Él exige. Muchas veces, se cree que el peor fracaso es que no haya resultado algo que se tenía pensado hacer, que se haya quedado truncado; pero, en realidad, el mayor de los fracasos consiste en decirle a Dios “no”: no quiero nada contigo, no quiero que te metas en mi vida, no existes, no tengo tiempo, no puedes prohibirme nada; tengo cosas más importantes que hacer, mi campo, mis bueyes, mi trabajo, mi dinero, mi diversión, etc.
Dios llama y le toca al hombre responder. Lo ideal sería que éste se deje amar y se deje amoldar por Él, que acepte su invitación, puesto que lo que le propone es capaz de satisfacer sus más profundos deseos. Lo que Dios propone dar, nadie más lo puede dar, no hay alguien que se le compare. Lo que el mundo propone dar son cosas pasajeras e inseguras, borrosas y confusas. El cielo es donde mejor se está, es nuestra morada eterna, que excede todas las más nobles aspiraciones humanas. Sin embargo, somos capaces de rechazar la invitación divina y perdernos eternamente la mejor oferta que Dios podía hacernos: su casa, su intimidad, su eternidad.
Lo más trágico de todo es que vivamos de manera neutra, indecisa y vaciladora. No podemos ser neutros, ¡con Dios nos espera el triunfo, terminemos de convencernos! Es momento de apresurarnos; hoy tenemos que responder, con una vida sedienta de la verdad y del amor de Dios. Hoy quiere el Señor que aceptemos su invitación: “Mira, yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap. 3,20). Es necesario, sin embargo, que queramos ir, ¿o a caso lo vamos a cambiar por algo o alguien más?

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