La vida se pasa pronto: Comentario 23 de Octubre del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
En el evangelio de hoy encontramos que los cristianos necesitamos
y debemos mantenernos vigilantes y despiertos, siempre sirviendo al Señor con
fidelidad, caridad y alegría. No podemos dejar para mañana lo que hoy podemos
realizar. La vida se pasa pronto y tenemos que aprovechar cada momento y
oportunidad que el Señor nos regala para ponernos a su servicio, por eso: “Dichosos los criados a quienes su amo, al
llegar, encuentre despiertos” (v. 37).
De suerte que el mismo Jesús, el primer misionero del
padre, nos enseña cuál es nuestra misión en este mundo para adquirir las
verdaderas riquezas que no se acaban: el servicio. Por eso, en el Decreto Ad
Gentes (sobre la actividad misionera de la Iglesia), en el número 12 (Presencia de la caridad), encontramos
este siguiente texto que nos ilumina a
todos y nos recuerda cómo ha de ser nuestro testimonio cristiano y misionero:
La presencia de los fieles cristianos en los grupos humanos
ha de estar animada por la caridad con que Dios nos amó, que quiere que también
nosotros nos amemos unos a otros. En efecto, la caridad cristiana se extiende a
todos sin distinción de raza, condición social o religión; no espera lucro o
agradecimiento alguno; pues como Dios nos amó con amor gratuito, así los fieles
han de vivir preocupados por el hombre mismo, amándolo con el mismo sentimiento
con que Dios lo buscó. Pues como Cristo recorría las ciudades y las aldeas
curando todos los males y enfermedades, en prueba de la llegada del Reino de
Dios, así la Iglesia se une, por medio de sus hijos, a los hombres de cualquier
condición, pero especialmente con los pobres y los afligidos, y a ellos se
consagra gozosa. Participa en sus gozos y en sus dolores, conoce los anhelos y
los enigmas de la vida, y sufre con ellos en las angustias de la muerte. A los
que buscan la paz desea responderles en diálogo fraterno ofreciéndoles la paz y
la luz que brotan del Evangelio.
Trabajen los cristianos y colaboren con los demás hombres
en la recta ordenación de los asuntos económicos y sociales. Entréguense con
especial cuidado a la educación de los niños y de los adolescentes por medio de
las escuelas de todo género, que hay que considerar no sólo como medio
excelente para formar y atender a la juventud cristiana, sino como servicio de
gran valor a los hombres, sobre todo de las naciones en vías de desarrollo,
para elevar la dignidad humana y para preparar unas condiciones de vida más
favorables. Tomen parte, además, los fieles cristianos en los esfuerzos de
aquellos pueblos que, luchando con el hambre, la ignorancia y las enfermedades,
se esfuerzan en conseguir mejores condiciones de vida y en afirmar la paz en el
mundo. Gusten los fieles de cooperar prudentemente a este respecto con los
trabajos emprendidos por instituciones privadas y públicas, por los gobiernos,
por los organismos internacionales, por diversas comunidades cristianas y por
las religiones no cristianas.
La Iglesia, con todo, no pretende mezclarse de ninguna
forma en el régimen de la comunidad terrena. No reivindica para sí otra autoridad que la de servir, con el favor de
Dios, a los hombres con amor y fidelidad.
Los discípulos de Cristo, unidos íntimamente en su vida y
en su trabajo con los hombres, esperan poder ofrecerles el verdadero testimonio
de Cristo, y trabajar por su salvación, incluso donde no pueden anunciar a
Cristo plenamente. Porque no buscan el progreso y la prosperidad meramente
material de los hombres, sino que promueven su dignidad y unión fraterna,
enseñando las verdades religiosas y morales, que Cristo esclareció con su luz,
y con ello preparan gradualmente un acceso más amplio hacia Dios. Con esto se
ayuda a los hombres en la consecución de la salvación por el amor a Dios y al
prójimo y empieza a esclarecerse el misterio de Cristo, en quien apareció el
hombre nuevo, creado según Dios (Cf. Ef.,4,24), y en quien se revela el amor
divino.
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