La Iglesia, y el deber de interpretar los signos de los tiempos: Comentario 26 de Octubre del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Toca
a la Iglesia, en todo momento, el deber de escrutar a fondo los signos de los
tiempos y de interpretarlos a la luz del evangelio; sólo así podrá responder,
adaptándose a cada generación, los perennes interrogantes humanos sobre el
sentido de la vida presente y de la futura, y sobre la mutua relación entre una
y otra. Es por consiguiente necesario conocer y entender el mundo en el que
vivimos y sus esperanzas, sus aspiraciones, su condición, frecuentemente
dramática.
Hoy
el género humano se encuentra en una nueva era de su historia, caracterizada
por la gradual extensión, a nivel mundial, de cambios rápidos y profundos.
Estos cambios nacidos de la inteligencia y del trabajo creador del hombre,
recaen sobre el mismo hombre, sobre sus juicios y deseos, individuales y
colectivos; sobre su modo de pensar y de reaccionar ante las cosas y los
hombres. De aquí podemos hoy hablar de una auténtica transformación social y
cultural, que influye también en su vida religiosa.
Por todo ello, son cada día más profundos los
cambios que experimentan las comunidades locales tradicionales, como la familia
patriarcal, el clan, la tribu, la aldea, otros diferentes grupos, y las mismas
relaciones de la convivencia social. Y no debe subestimarse el que tantos
hombres, obligados a emigrar por varios motivos, cambien su manera de vida.
El cambio de mentalidad y de estructuras somete con
frecuencia a discusión las ideas recibidas. Esto se nota particularmente entre
jóvenes, cuya impaciencia e incluso a veces angustia, les lleva a rebelarse.
Conscientes de su propia función en la vida social, desean participar
rápidamente en ella. Por lo cual no rara vez los padres y los educadores
experimentan dificultades cada día mayores en el cumplimiento de sus tareas.
Las instituciones, las leyes, las maneras de pensar y de sentir, heredadas del
pasado, no siempre se adaptan bien al estado actual de cosas.
Una tan rápida mutación, realizada con frecuencia bajo el
signo del desorden, y la misma conciencia agudizada de las antinomias
existentes hoy en el mundo, engendran o aumentan contradicciones y
desequilibrios. Surgen muchas veces en el propio hombre el desequilibrio entre
la inteligencia práctica moderna y una forma de conocimiento teórico que no
llega a dominar y ordenar la suma de sus conocimientos en síntesis
satisfactoria. Aparecen discrepancias en la familia, debidas ya al peso de las
condiciones demográficas, económicas y sociales, ya a los conflictos que surgen
entre las generaciones que se van sucediendo, ya a las nuevas relaciones sociales
entre los dos sexos.
La Iglesia, nacida del amor del Padre
Eterno, fundada en el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el Espíritu Santo,
la Iglesia tiene una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el
mundo futuro podrá alcanzar plenamente. Está presente ya aquí en la tierra,
formada por hombres, es decir, por miembros de la ciudad terrena que tienen la
vocación de formar en la propia historia del género humano la familia de los
hijos de Dios, que ha de ir aumentando sin cesar hasta la venida del Señor.
Unida ciertamente por razones de los bienes eternos y enriquecida por ellos,
esta familia ha sido "constituida y organizada por Cristo como sociedad en
este mundo" y está dotada de "los medios adecuados propios de una
unión visible y social". De esta forma, la Iglesia, "entidad social
visible y comunidad espiritual", avanza juntamente con toda la humanidad,
experimenta la suerte terrena del mundo, y su razón de ser es actuar como
fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y
transformarse en familia de Dios.
Al buscar su propio fin de salvación, la
Iglesia no sólo comunica la vida divina al hombre, sino que además difunde
sobre el universo mundo, en cierto modo, el reflejo de su luz, sobre todo
curando y elevando la dignidad de la persona, consolidando la firmeza de la
sociedad y dotando a la actividad diaria de la humanidad de un sentido y de una
significación mucho más profundos.
La Iglesia pretende una sola cosa:
continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra del mismo Cristo, que
vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar,
para servir y no para ser servido (Constitución Pastoral Gaudium et Spes, Concilio Ecuménico Vaticano II).
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