En lo de todos los días es donde tenemos que santificarnos, viviendo bien y en plenitud todo lo que hacemos, y sabiendo que lo estamos haciendo en la presencia de Dios, que todo lo ve, y que nos premiará por lo bueno que hagamos, y nos castigará por lo malo.
Este sabernos mirados por Dios, debe ser un freno que nos haga obrar siempre bien y nunca el mal, porque todo lo que obramos, alguna vez quedará descubierto, ¡y qué vergüenza sentiremos si hemos obrado mal!
Este pensar en que Dios nos ve, es un ejercicio que debemos traer siempre a la memoria, para evitar el pecado y el mal, y hacer las cosas de todos los días con exquisita perfección. Pues la santidad no consiste en tener grandes revelaciones o hacer milagros, sino en hacer extraordinariamente bien lo ordinario de todos los días.
A veces creemos que para acercarnos a Dios debemos aumentar el tiempo de oración, o realizar más obras de misericordia, etc. Pero quizás no pase por allí nuestra santificación, sino más bien en hacer mejor lo que ya venimos haciendo. Efectivamente las mismas oraciones que hacemos todos los días, pero hacerlas con mayor atención y fervor. Las mismas misas y comuniones, pero escuchadas y recibidas con mayor caridad y preparación. Y así en todo nuestro obrar. Nuestro trabajo cotidiano, hacerlo a conciencia, y además de no engañar a nadie, trabajar como santos para agradar a Dios y edificar a los hombres.
Recordemos que la santidad es hacernos semejantes a Dios. Pero Dios es simple, es sencillo. Por eso cuanto más simples y sencillos seamos en todo, tanto más nos asemejaremos a Dios, tanto más seremos santos.
No es difícil el camino que conduce al Cielo. Lo que pasa es que a veces lo complicamos y nos parece que la santidad consiste en hacer “muchas” cosas y “muchas” oraciones. Pero la verdad es que las mismas cosas y oraciones que hacemos todos los días, nos deben llevar a ser cada vez más perfectos, si ponemos el empeño en hacerlas cada vez mejor y a conciencia.
No esperemos las grandes ocasiones para servir a Dios, puesto que debemos aprovechar las cosas simples de todos los días, ya que nos ha dicho el Señor en el Evangelio que quien fuere fiel en lo pequeño, también será fiel en lo grande e importante. Así que acostumbrémonos a hacer cada cosa, por pequeña que sea, extraordinariamente bien, para que siendo fieles y honestos en lo poco, también lo seamos en lo mucho, si el Señor así nos lo pidiere.
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