Ha llegado el momento de las decisiones: Comentario 25 de Octubre del 2018

                                                                   Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
                                                                      Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
                  Parroquia Santa Marìa de los Ángeles

“Yo he venido a traer fuego sobre la tierra”. Algunos Santos Padres interpretan este fuego por el del Espíritu Santo, de la caridad, del celo apostólico por la salvación de los hombres.
Este fuego del que nos habla Jesús puede entenderse como el fuego del amor, el fuego del celo apostólico, porque el cristianismo es eso: la religión del amor, la religión del celo apostólico; así lo interpreta la Iglesia cuando en la oración al Espíritu Santo lo invoca: “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”.
El amor que da sentido a la vida y a todas sus circunstancias y el celo que encauza las energías y polariza los esfuerzos en aras de la fe; por eso el cristianismo es una escuela de celo y de acción apostólica; todo auténtico cristianismo es un hombre entusiasta, optimista, confiado y alegre; es un verdadero propagandista de su fe, un encendido apóstol que transmite el mensaje de salvación a cuantos lo rodean; es un soldado aguerrido, que lucha sin descanso contra el mal y el pecado, contra la inmoralidad y la injusticia; es un maestro que está llamado a enseñar a la gente el mensaje del Señor Jesús consignado en su evangelio.
El cristiano es un hombre compenetrado con los ideales de Jesucristo, lleno del fuego que devoraba el corazón de Jesucristo. Al apóstol cristiano no lo detienen las adversidades, sino que lo “aguijonean” y estimulan a la acción apostólica.
Pero el fuego al que aquí literalmente se refiere Jesús es el fuego de la lucha. Dice un comentario evangélico: “Jesús no ha venido a traer la paz en el sentido material de la palabra, en cuanto que excluye el padecimiento en la tierra. Su mensaje se dirige a un mundo enemigo de Dios y empuja a los hombres a decidirse en pro o en contra de Dios. Y así los hombres se van a dividir en dos frentes: los que están por Dios y los que siguen con las pasiones desordenadas. La lucha adquiere caracteres trágicos dentro de la misma casa. Los ejemplos de los v. 52-53 sirven para poner de relieve el sentido trágico del evangelio. La confesión de Cristo encontrará oposición en seres muy queridos. El evangelio hay que ponerlo por encima de los intereses y afectos humanos más sagrados. La discordia en el seno mismo de las familias se menciona en la apocalíptica judía y se considera parte de los dolores mesiánicos, que precederán al alumbramiento del Mesías”.
“¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra?” El tiempo que se inaugura con la presencia de Jesús en el mundo no es tiempo de comodidad sino de esfuerzo, de lucha y de decisión. El tiempo de la paz vendrá después; el trabajo y el esfuerzo (lucha en sentido amplio) por la instauración del Reino de Dios provoca la división de los hombres, ya que unos se lanzan decididamente  a la instauración en el mundo de la justicia, de la verdad, del amor y de la paz, mientras otros obstaculizan también decididamente esa acción.
Ha llegado el momento de las decisiones; no cabe la neutralidad; la decisión en pro o en contra de Jesús romperá la paz en el seno mismo de las familias; es que no toda paz es aceptable: hay una diferencia muy grande entre la paz de las alturas y la paz de los pantanos, entre la paz de los conventos y la paz de los sepulcros; no será aceptada la paz de la indecisión o de la neutralidad, ni la paz de la aceptación injusto y opresor, ni la paz que provenga del no querer comprometerse con la propia acción y la propia vida, esperando que sean otros los que se quemen, o sean quizá los ángeles de Dios los que vengan a hacerlo.
“…La misión del mismo Cristo que fue enviado a evangelizar a los pobres, la Iglesia, impulsada por el Espíritu Santo, debe caminar por el mismo camino que Cristo llevó, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que salió victorioso por su resurrección. Pues así caminaron en la esperanza todos los apóstoles, que con muchas tribulaciones y sufrimientos completaron en su cuerpo lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia. Semilla fue también, muchas veces, la sangre de los cristianos” (Ad Gentes n.5).

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