La respuesta es personal: Comentario 31 de Agosto del 2018

                                                           
                                       Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
                               Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
                                      Parroquia Santa Marìa de los Ángeles 

El seguimiento de Cristo no se da si no hay una exigencia profunda de toda la persona: <<si alguno quiere ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por causa mía la encontrará>> (Mt. 16, 24-25).  Con Cristo el sacrificio es personal y en vistas del bien de la humanidad: sacrificarse por amor. No vale sacrificarse por sacrificarse, sino sacrificarse para hacer el bien. Tanto más grande es el bien que se quiere hacer, tanto más grande es el sacrificio que uno tiene que afrontar.
Toda acción grande exige sacrificio, sea buena como mala. La obra buena es función benéfica para unos; la obra mala es en función maléfica para otros, acción que aparentemente sale beneficiado el autor, aunque al final sale perjudicado, porque engorda su egoísmo, y lo vacía de los valores que el hombre necesita para vivir. El que no quiere sufrir, por cualquier motivo, es un mediocre, condenado a vivir en un mundo pequeño y asfixiante.
Entrenarse en el sacrificio equivale a capacitarse para hacer el bien. Quien ha sido llamado por Dios a entregar su vida para hacer el bien a los demás necesita entrenamiento en el sacrificio mediante el estudio, el trabajo, en la atención caritativa a los que Dios pone en su camino. Este entrenamiento no se hace sin exigencia, el esfuerzo es el que hace eficaz el ejercicio. Solamente los sufridos están capacitados para luchar y triunfar y, por ende, para gozar.
Justamente en el evangelio de hoy se toca el tema del banquete de bodas, de la fiesta y el gozo. Pero no se puede experimentar el verdadero gozo si antes no se ha pasado por el sacrificio de la propia vida. Existen personas que llegaron a ser grandes y alcanzaron el éxito o el triunfo porque antes tuvieron que haber dado lo mejor de sí, se esforzaron y sacrificaron. No hay gozo si no hay sacrificio, no nos engañemos, porque a Jesús ni lo podemos domesticar o manejarlo a nuestro antojo, como también no lo podemos comprar con los billetes verdes o con los euros. Nuestra salvación, tiene mucho que ver con el esfuerzo personal y con el amor.
En este mismo sentido, en la parábola de hoy se mencionan a cinco vírgenes que fueron sensatas y que se prepararon con sus lámparas, y más aún, se percataron que tuvieran el suficiente aceite para que estas mantuvieran encendidas para el momento en que llegara el novio; pero no sucedió lo mismo con las cinco vírgenes necias, éstas, si bien, llevaban sus lámparas, pero no se percataron de que tuvieran el suficiente aceite para que se mantuvieran resplandecientes. Por eso, cada uno tiene que percatarse de ponerle aceite a su lámpara, es decir, debemos prepararnos desde ahora por llenar nuestra vida con la luz de Jesús, de buenas obras, de fe, de esperanza, de servicio movido por la caridad, de pequeñas renuncias y actos de sacrificios. Que nuestro combustible sean los sacrificios que podamos realizar por amor a Jesús y por el bien de los hermanos.
Llama la atención que, en cierto momento, las vírgenes necias les pidieron aceite a las precavidas y estas no les quisieron dar. Sucede que para poder entrar al Reino de Dios hace falta que nuestra respuesta sea personal, es decir, nadie más podrá responder ni dar cuenta de lo que hayamos hecho o no. Por eso, debemos estar preparados, estar vigilantes y ser prudentes y precavidos; debemos de comenzar a llenar con el aceite de Jesús nuestro corazón. No dejemos nuestra salvación para el último momento, de ello depende nuestra felicidad plena o, nuestra frustración. Es cuestión de decisión, ante el llamado de Dios la respuesta es personal. Pongámosle aceite a nuestras lámparas ahora que podemos, sólo así podremos esperar con seguridad para entrar al gozo eterno de Dios. No nos vaya a suceder que por no haber hecho caso y no hacer nada, el aceite se nos termine, nuestra lámpara se apague y nos quedemos en la más absoluta de las obscuridades.

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