Dejemos la hipocresía a un lado: Comentario 28 de Agosto del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
En las siguientes denuncias que hace Cristo contra dos grupos de personas, más que recrearse en esas merecidas condenas, conviene ver qué es lo reprobable de su conducta para revisar la propia. Probablemente se encontrarán muchos puntos en común, lo que no debe dejar en paz al cristiano hasta que logre librarse de esos graves defectos.
Al leer atentamente este texto, cada uno debe preguntarse si con su mal ejemplo no ha <<cerrado la puerta del cielo>> a alguna persona. Una persona que cumple sólo con la observancia de la ley exterior, sin captar el espíritu, se asemeja a los sepulcros, que por fuera lucen limpieza y arte, mientras que por dentro están llenos de podredumbre.
Justamente, en el evangelio de hoy, Jesús nos propone un modo de vivir en relación con el prójimo sin dejar de estar unidos a Él. Como buenos discípulos de Jesús que pretenden y quieren seguirlo de verdad, con el corazón, hemos de percatarnos que lo más importante de sus enseñanzas, lo que le agrada son: la justicia, la misericordia y la fidelidad. No podemos ser seguidores de Jesús solamente de palabra, o guiados simplemente por una emoción o bajo el ritmo de los sentimientos, hemos de configurarnos con él en la vivencia y en la práctica del amor.
Para ser buenos cristianos, tendremos que dejar la hipocresía a un lado y estar revisando constantemente nuestra conducta y nuestras relaciones, nuestro trato para con nuestra familia, amigos, conocidos y, porque no, desconocidos.
El Reino de Dios ya está en acción, comienza ahora en el curso de nuestra existencia; se pronuncia en cada instante de nuestra vida, como confirmación de nuestra acogida con fe de la salvación la salvación presente y operante en Cristo, o bien de nuestra incredulidad, con la consiguiente cerrazón en nosotros mismos. Pero si nos cerramos al amor de Jesús, somos nosotros mismos quienes nos condenamos. La salvación es abrirse a Jesús, y Él nos salva. Si somos pecadores –y lo somos todos- le pedimos perdón; y si vamos a Él con ganas de ser buenos, el Señor nos perdona. Pero para ello, debemos abrirnos al amor de Jesús, que es más fuerte que todas las demás cosas.
El amor de Jesús es grande, el amor de Jesús es misericordioso, el amor de Jesús perdona. Por eso debemos abrirnos, y abrirse significa arrepentirse, acusarse de las cosas que no son buenas y que hemos hecho, a ejemplo de San Agustín de Hipona que, encontrándose con la verdad de su vida: Jesucristo, tuvo una fuerte experiencia de conversión y alcanzó la Santidad por gracia y misericordia de Dios.
El Señor Jesús se entregó y sigue entregándose a nosotros para colmarnos de toda la misericordia y gracia del Padre. Por lo tanto, podemos convertirnos, en cierto sentido, en jueces de nosotros mismos, auto condenándonos a la exclusión de la comunión con Dios y con los hermanos. No nos cansemos, por lo tanto, de vigilar sobre nuestros pensamientos y nuestras actitudes, para pregustar ya desde ahora el calor y el esplendor del rostro de Dios –y esto será bellísimo- que en la vida eterna contemplaremos en toda su plenitud.
Adelante, haciendo que nuestro corazón se abra a Jesús y a la salvación; adelante sin miedo, porque el amor de Jesús es grande y si nosotros pedimos perdón por nuestros pecados Él nos perdona. Adelante, entonces, con esta certeza, que solamente Él nos conducirá a la gloria del cielo.
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