El poder de la Iglesia está en el servicio: comentario 22 de Agosto del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Para
un cristiano, progresar significa abajarse como lo hizo Jesús. El verdadero
poder está en el servicio y no debe existir la lucha por el poder en la
Iglesia. El verdadero poder es el servicio tal como lo hizo Jesús, que no vino
para ser servido, sino para servir, y su servicio ha sido más bien el servicio
de la cruz. Él se humilló así mismo hasta la muerte, y a la muerte de cruz por
nosotros, para servirnos, para salvarnos. Y no hay otra forma en la Iglesia
para seguir adelante.
Para
el cristiano, ir hacia adelante, progresar, significa abajarse. Si no
aprendemos esta regla cristiana, nunca seremos capaces de entender el verdadero
mensaje de Jesús sobre el poder. Progresar significa abajarse, estar siempre al
servicio. Y en la Iglesia, el más grande es el que sirve, el que está más al
servicio de los demás. Esta es la regla.
Cuando
a una persona le damos un encargo que, según los ojos del mundo, es un encargo
superior, se dice: “¡Ah!, esta mujer ha sido ascendida a presidenta de es
asociación, o este hombre fue promovido”. Este verbo, promover, sí se ha de
utilizar en la Iglesia. Sí, ha sido ascendido a la cruz, fue promovido a la
humillación. Esa es la verdadera promoción, ¡aquella que nos asemeja mejor a
Jesús!
San
Ignacio de Loyola, en los Ejercicios Espirituales, pedía al Señor crucificado
la gracia de la humillación. Esto es el verdadero poder del servicio de la
Iglesia. Este es el verdadero camino de Jesús, la verdadera promoción y no
otras mundanas. El camino del Señor es su servicio: como Él ha ha hecho su
servicio, tenemos que ir tras Él, por este mismo camino.
Hoy
que celebramos a María, nuestra Madre como Reina y Señora de cielo y tierra,
nos enseña a caminar por el mismo camino del servicio, tal como lo hizo su Hijo
Jesús. Por ello afirma el Papa Francisco: La virgen no se alejó jamás del amor
de Dios. Toda su vida, todo su ser es un sí a ese amor, es un sí a Dios.
Ciertamente no fue fácil para ella. Cuando el ángel la llamó “llena de
gracia” (Lc. 1,28), ella se turbó
grandemente, porque en su humildad se sintió nada ante Dios… María escucha,
obedece interiormente y responde: <<He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra>> (Lc.
1,38).
“La
Beatísima María debe ser llamada Reina, no sólo por razón de su maternidad
divina, sino también porque cooperó íntimamente a nuestra salvación. Así como
Cristo, nuevo Adán, es Rey nuestro no sólo por ser Hijo de Dios sino también
nuestro Redentor, con cierta analogía, se puede afirmar que María es Reina, no
sólo por ser Madre de Dios sino también, como nueva Eva, porque fue asociada al
nuevo Adán” (Cfr. Pío XII, Enc, Ad Coeli Reginam).
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