¿Qué tiene de malo?: Comentario 13 de Febrero del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Todo cristiano debe permanecer atento y en una constante vigilancia para no caer en pecado. Existen influencias que incitan al mal. Santiago pone en guardia a quienes, habiendo pecado, buscan escusas fáciles para justificar la falta cometida. Las personas espiritualmente débiles son las más propensas a culpar a Dios de sus propias faltas; pero es absurdo pensar que Dios tienta al hombre. Él es la misma santidad, tanto en sí mismo como en sus obras, por ello no puede inducir al mal ni ser el origen de algún mal. La verdadera causa de la tentación es la concupiscencia, esa perversa inclinación del hombre hacia lo malo.
Es importante notar que las tentaciones en sí mismas no son pecado, y que cuando se les resiste, no sólo por voluntad propia, sino y sobre todo, con la fortaleza que viene de Dios, se convierten en grandes ocasiones para ejercitar la virtud. Cuando la persona no se resiste a las tentaciones, éstas se convierten en pecados, que van orillando al hombre a la muerte espiritual, pues esa persona queda privada de la gracia. Todo lo contrario experimenta quien supera la prueba: su fe queda purificada. Esta fe le conduce a la paciencia; la paciencia a la perfección, y la perfección es recompensa en el cielo.
La falta de entendimiento de los discípulos refleja con toda su crudeza la dificultad del Señor por hacerse comprender. Tiene que prevenirlos de la incredulidad de los fariseos, porque su incomprensión puede hacerlos víctimas de la influencia de ellos. El Maestro sabe de la necesidad de cuidar el ambiente en que se forman los discípulos, pues en cuanto este se vicie y se contagie de la levadura de los fariseos y de Herodes, fracasará todo intento por construir el Reino de los cielos. En cierta forma, la religiosidad depende de la influencia positiva o negativa del entorno; de ahí la importancia de purificarla constantemente de influjos malsanos o poco evangélicos.
Los pobres seguidores ni siquiera han percibido que Herodes Antipas se siente incómodo con Jesús ni que algunos fariseos tienen sus reservas frente a su doctrina. Al parecer, los discípulos mismos, los íntimos de Jesús, podrían sucumbir ante tal sensación de incomodidad y a tales reservas. En esta ocasión Jesús les pide que abran los ojos, que el evangelio tiene opositores; pero a ellos hasta este momento les preocupa más la comida material que el pensamiento del maestro. La levadura les recuerda más al pan que a un cierto virus maligno que pueda ir propagándose contra ellos.
Es por eso que Jesús les reprocha su lentitud en el aprendizaje, y también su falta de profundidad en lo espiritual, su superficialidad. Los exhorta a no quedarse en la materialidad de las cosas, sino a mirar la vida con sus diversos acontecimientos con mucha profundidad. Y es que, a veces al cristiano se le olvida lo que realmente importa para vivir, para tener paz en el corazón y estar en paz con Dios y con los demás.
A veces nos encontramos con creyentes que se adaptan a cualquier cosa, simplemente con el pretexto de: “¿Qué tiene de malo?”, “todo el mundo lo hace”, o, por el contrario, “eso ya no lo hace nadie”. En el peor de los casos, se llega hasta tal punto de permitir lo malo, convivir y aceptar ideologías u otras creencias bajo el argumento de que “es bueno hacerlo para crear la paz”, porque “todos somos hijos del mismo Dios”, porque “Dios no discrimina a nadie” y “no quiere que sus hijos se peleen”. Puro cuento, pura superficialidad, si así fuera, no existirían ni los mártires ni los santos; el mismo Jesús nos dijo que había venido para traer la guerra no la paz, la guerra contra el mal, la paz para todos aquellos que le aceptan de corazón. A veces se confunde la paz con cero guerras, cero enfrentamiento, cero discusión, cero conflicto, pero no como producto de la justicia y del amor. Una paz que a veces se confunde con tibieza en el corazón, ignorancia, fe débil y mediocridad. A veces también nosotros vemos solamente la superficialidad de las cosas y por eso vamos perdiendo nuestra identidad de hijos, de cristianos, de discípulos fieles seguidores de Jesucristo, defensores del evangelio.
El cristiano debe mantenerse en vigilancia para no dejarse corromper por la levadura de lo malo: drogadicción, alcoholismo, amor por el dinero, placer de la carne, ideologías antinaturales, cultura de la muerte, creencias supersticiosas e idolátricas, sectas, legalismo, corrupción, murmuración, etc. Por eso, Jesús quiere que pongamos más atención en su reino y que dejemos de amar más a las cosas del mundo. Permitamos a Jesús que nos siga alimentado con el Pan de su Palabra y de la Eucaristía y que nos abra los ojos y oídos del corazón para que con su luz permanezcamos firmes en nuestra fe y fieles en su amor. María, auxilio de los cristianos, ruega por nosotros.
Amén
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