¿Ciudad de Dios o ciudad del hombre?: Comentario 15 de Febrero del 2018

Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, 
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles

Todo hombre sobre la faz de la tierra, en algún momento de su vida, ha sentido el deseo de aspirar y de llegar a alcanzar algo grande, algo que dure y que le haga feliz por siempre; de algún u otro modo tenemos inscrito el deseo de supervivencia, nadie quisiera morir, todos quisiéramos trascender para seguir viviendo. Y es que nadie nació para lo pequeño, para perder, para morir. Nacimos para aspirar a la corona que no se marchita nunca jamás, para ser triunfadores, para alcanzar la victoria, para vivir…  Hoy en la primera lectura, el Señor nos propone dos caminos a seguir: el de la Vida y el de la Muerte, el de la felicidad duradera y el de la desdicha eterna.
El camino de la muerte segura es este: “…si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar y vas a postrarte ante otros dioses para servirlos, yo les anuncio que hoy ustedes se perderán irremediablemente, y no vivirán mucho tiempo…” Todo comienza por no escuchar, el corazón se llena de orgullo, de autosuficiencia, de vanidad, de corrupción y el corazón termina por desviarse de lo bueno, de la voluntad de Dios. En un corazón que no quiere escuchar, cerrado totalmente puede entrar todo menos Dios. Y justamente, el de corazón cerrado es el ignorante, el necio, el subjetivista, el imprudente que no sabe cómo vivir y se deja arrastrar por todo lo que el mundo le ofrece. Este, seguramente que termina por amar y adorar más a las cosas materiales o, terminará por amarse y adorarse a sí mismo: egolatría. Toma por Dios lo que no es Dios, se diviniza así mismo. Éste es el camino que lleva a la muerte, en el que todo se queda en el mismo lugar y en la misma persona, no hay satisfacción duradera ni trascendencia alguna, se vive sin ningún sentido. En este caso, se experimenta la muerte del alma porque solamente se escucha a los propios deseos, las emociones, las pasiones y los apetitos. Este tipo de corazón se destruye así mismo, vive solamente para morir.
Sin embargo, el camino de la vida es este: “si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios…si amas al Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, entonces vivirás, te multiplicarás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá…” La vida comienza por el escuchar, mantener el corazón abierto, estar en sintonía con Dios y vivir en su presencia y en su gracia. En un corazón que escucha, abierto totalmente a la acción de Dios hay vida porque reina la bondad, la paz y la justicia. El corazón que logra escuchar la voz de Dios y se deja formar la conciencia según los mandamientos del Señor es sensato, sabio, objetivo, prudente, humilde, obediente,  dueño de sí mismo y servidor de los demás (virtuoso), vive para los demás. Obedece porque descubre que en el obedecer esta la vida y la bendición. No obedece ciegamente, sino haciendo uso del ejercicio de su libertad y de su inteligencia, obedece porque sabe que el camino que se le propone, es el mejor, el que más conviene, el de la vida y de la felicidad. Este tipo de corazón que se entrega a Dios y a los demás, muere cada día para poder vivir, su vida se convierte en una bendición.
Así, encontramos, entonces que la obediencia a Dios es el camino de la vida pero el desobedecerlo lleva a la muerte. Por eso, Jesús en el evangelio nos presenta la prueba más grande del amor que tiene por su Padre y por toda la humanidad: “El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”. La prueba más grande de su amor es la obediencia al Padre, una obediencia que se traduce en sufrimiento, muerte y resurrección. Este es el camino que nos enseña Jesús a seguir también a nosotros: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará”. Si queremos salvar la vida hemos de seguir los mismos pasos de Jesús, hemos de pasar también por la prueba del sufrimiento, por la cruz del dolor, por la muerte del propio egoísmo para poder alcanzar la resurrección a la vida nueva, a la vida de gracia, a la vida eterna.
El camino de Jesús se resume en tres palabras: sufrimiento, muerte y resurrección. Nuestro sendero también lo constituyen tres aspectos (dos actitudes y la esencia de la vocación): negarnos a nosotros mismos, tomar cada día la cruz y acompañar a Jesús. Si alguien no se niega a sí mismo y no toma la cruz, sino que al contrario, quiere afirmarse y ser el mismo, queriendo salvar su vida la perderá. En cambio, quien no se esfuerza por evitar el sufrimiento y la cruz por causa de Jesús, salvará su vida. La vida de todo cristiano tiene que ser un camino de amor, el amor es lo que permite renunciar a uno mismo, cargar con la cruz y seguir a Jesús. Si no hay amor nos convertimos en víctimas y no hay redención, al contrario hay desesperación.
Aferrarnos a Dios es garantía de salvar la vida y de poseerlo todo, por el contrario, el ser humano puede llegar a construirse su propio imperio en este mundo pero si no tiene a Dios no tiene absolutamente nada, pues todo lo que es de este mundo es aparente, es efímero y en este mundo se queda. Es San Agustín el que dice que hay dos tipos de amores: <<el primero es el amor a Dios que impulsado por el desprecio de uno mismo construye la ciudad de Dios, el segundo es el amor a uno mismo que impulsado por el desprecio de Dios construye la ciudad del hombre>>. Con razón añade Jesús en el evangelio de hoy: ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si se pierde o se arruina a sí mismo? Y nosotros, ¿qué ciudad queremos construir, la del hombre o la de Dios? Pidamos la intercesión de María, nuestra Madre, la Reina de la Esperanza.


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