Comentario 20 de Diciembre: “Hágase en mí según tu Palabra”

Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, Parroquia Santa Marìa de los Ángeles


En la liturgia de la Palabra de hoy contemplamos éste impresionante acontecimiento conocido como la Anunciación, acontecimiento que nos descubre la fidelidad de parte de Dios a sus promesas y la cercanía que mantiene con su pueblo. Sobresalen dos cosas importantes, la primera es la propuesta que el ángel del Señor le hace a una joven virgen llamada María para Ser la Madre del Hijo del Dios altísimo; la segunda es la respuesta de una mujer sencilla, humilde, cuya grandeza es que Dios está con ella y que, además, se encuentra llena de gracia. Se trata de una propuesta divina y de una respuesta humana.
Dios tiene sus planes para ella, como para ti y para mi, pero Él espera la cooperación libre y amorosa de cada uno para llevarlos a término. Por eso, hoy le decimos a María las mismas Palabras que San Bernardo abad le dirigió: “También nosotros, condenados a muerte por una sentencia divina, esperamos, Señora, tu palabra de misericordia. En tus manos está el precio de nuestra salvación; si consientes, de inmediato seremos liberados. Todos fuimos creados por la Palabra eterna de Dios, pero ahora nos vemos condenados a muerte; si tu das una breve respuesta, seremos renovados y llamados nuevamente a la vida.
María es una mujer atenta y contemplativa, que sabe escuchar muy bien la Palabra de Dios. Si bien, al principio no entiende los planes de Dios, le pide al ángel una explicación que le ayude a entender la relación que hay entre su situación actual y lo que la voluntad divina le propone. Recibe entonces el testimonio de algo que puede probar: “También tu parienta Isabel va a tener un hijo, a pesar de que es anciana; la que decían que no podía tener hijos, está encinta desde hace seis meses. Para Dios no hay nada imposible”.  
 También el profeta Isaías nos muestra una de estas señales que el Rey Acaz necesitaba de Dios para asegurarse de que estaba con ellos ante la invasión asiria. Señal que le cuesta pedir porque Dios va a pensar que no se fía de Él. La señal es el nacimiento de un niño llamado “Emanuel” cuyo nombre significa que Dios está con su pueblo y no lo abandona: es el “Dios con nosotros”.
Pero ése “Dios con nosotros”, se hace presente en la humanidad por medio de María. Por ello, seguimos animando y suplicando a María con San Bernardo: “Apresúrate a dar tu consentimiento, Virgen, responde sin demora al ángel, mejor dicho, al Señor, al Señor que te ha hablado por medio del ángel. Di una palabra y recibe al que es la Palabra, pronuncia tu palabra humana y concibe al que es la Palabra divina, profiere una palabra transitoria y recibe en tu seno al que es la Palabra eterna”.
La disponibilidad de María es absoluta y ejemplar. No le importan los problemas que puedan venir, y ni siquiera lo menciona, ella puede ser acusada de adulterio y perder la vida en manos de la gente de su pueblo, por concebir un hijo de alguien que no es su prometido. A pesar de todo, María responde: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra”.
No es tan sólo un sí al mensaje del Ángel; es un ponerse en todo en las manos del Padre-Dios, un abandonarse confiadamente a su providencia entrañable, un decir sí a dejarle hacer su voluntad, ahora y en todas las circunstancias de la vida. Y es que, cuando hay apertura a Dios no hay nada más valioso que seguir su propuesta. Hacerse esclavo del Señor no significa la pérdida de la libertad, sino la aceptación de ésta, porque libre de todos sus afectos, el hombre se capacita para amar a sus hermanos. Lo que Dios pide a éste hombre es una aceptación libre y generosa, pues el servicio al que él llama dignifica y colma de Alegría cuando se hace de buena voluntad y pensando en el bien de los demás.

Así, podemos constatar que la verdadera Alegría no nace solamente de creer en Dios, sino también de servirle con generosidad a través de nuestros hermanos. Así como la respuesta de María fue decisiva para la salvación de la humanidad, de nuestra respuesta depende también la conversión de muchos pecadores y la salvación de muchas almas, incluyendo la nuestra. Que en esta etapa final del tiempo de adviento que aún nos falta por vivir, podamos preparar nuestro corazón para recibir a Jesús, nuestro Salvador.

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