19 de diciembre del 2017: Dejemos que Dios nos sorprenda.

Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra, Parroquia Santa Marìa de los Ángeles



Cuando Herodes el Grande era Rey en todo Israel, un anuncio especial se hizo a Zacarías, el sacerdote que había pasado toda su vida sirviendo en el templo. Ha sido escogido para ser Padre de Juan, el Bautista. El anuncio se hace en un contexto de imposibilidad humana: Zacarías es anciano, igual que su esposa; ella, además, es estéril. Pero Dios quiso mirarlos con predilección. He aquí algunas enseñanzas de la liturgia de la Palabra del día de hoy:
No permitamos que se nos pierda la visión sobrenatural en nuestro vivir y en nuestro actuar, en nuestro trabajo y apostolado, en nuestras relaciones y en nuestro servicio hecho a Dios y a la Iglesia. Zacarías era un sacerdote, justo y servidor de Dios, pero se le había olvidado el sentido, el por qué y para quién estaba dedicado su servicio. Más que alimentar su fe y robustecer su esperanza, parece que Zacarías ya se había acostumbrado a servir y a pedir y no miraba ninguna novedad en ello. Estaba muy cercano al templo pero había perdido la esperanza y la Alegría de servir. Dejemos que Dios nos sorprenda, porque solamente Él es el Dios de las sorpresas; es el Dios de lo imposible, el que todo lo puede.
Que Dios lleve adelante su plan de salvación en la historia de cada hombre no quiere decir que Dios lo vaya a hacer todo. Necesita de nuestra cooperación, de nuestra respuesta libre y generosa, como la esperaba de Zacarías. No existe mayor alegría que sentirnos amados y llamados por Dios para cooperar en su designio salvador.  Dios es amor fiel, y cuando nos invita a participar, sigue permaneciendo fiel, y esa fidelidad tiene que ser la garantía de nuestra confianza y, por tanto, de nuestra esperanza porque El nunca nos defraudará. Pero experimentamos los miedos y temores cuando no confiamos plenamente, cuando pensamos que lo que nos propone no puede ser posible o, no es lo más conveniente para nuestra vida. La mejor actitud es sentirnos necesitados y dejarnos ayudar por Él para que nuestra vida pueda dar abundantes frutos.
Sin embargo, cuando nuestra fe es demasiado raquítica, nuestra esperanza débil, y cuando nuestro corazón no está disponible para amar, nuestra vida no da frutos, es estéril, no hay amor, no hay gozo y no hay vida. La mayor desgracia que nos puede suceder es no dejar a Dios que sea Dios, es no dejarlo actuar, es cerrarle nuestro corazón por pensar que todo depende de nosotros. Confiar más en nosotros mismos, como lo hizo Zacarías cuando preguntó: “¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy muy anciano y mi esposa también”, es sinónimo de tener una visión puramente humana, de no abrirnos a la bendición y de no ser capaces de esperar y presenciar los milagros de Dios.
Cuando experimentamos la acción de Dios en nuestra vida no podemos hacer otra cosa que hablarles a los demás de las maravillas de Dios que hemos presenciado. Muy bien dice el Padre Luis Butera Vullo que “quien ha conocido a Dios no puede callar”. Hablamos a los demás de Dios porque hemos visto de lo que El es capaz de hacer y queremos que todos lo conozcan, que experimenten la alegría de creer para que alcancen la salvación. Por el contrario, no hablamos a los demás de Dios porque dudamos de Él, porque ya no esperamos nada de Él, porque, en el fondo, o pensamos que “Dios es chiquito” o que no somos dignos de ser amados y llamados por Él o, porque simplemente no queremos ayudarle. ¿Si decimos que creemos, por qué callamos, por qué nos quedamos mudos? ¿No será que ya nos acostumbramos a creer y a servirle a Dios a tal punto que ya no esperamos nada nuevo y por eso nada nos mueve? ¿Creemos que nuestra vida puede convertirse en una bendición para los demás y que nuestra sociedad puede ser mejor si dejamos actuar a Dios y lo damos a conocer?
El tiempo de adviento es el tiempo de la Esperanza. Esperemos con una confianza inquebrantable el Don que Dios tiene preparado para nosotros, a su Hijo: Jesús. Renovemos nuestro corazón y hagamos también nuestra la misión de Juan el Bautista, la de anunciar su llegada.   


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