La “larga derrota” del Logos. Por Enrique de Zwart

, el 27.02.21 a las 12:50 PaM

infocatolica.com

Extrañábamos a nuestro amigo, Enrique de Zwart, antiguo colaborador de nuestro sitio. Hoy reaparece con esta reseña/artículo, completamente recomendable para,

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE


E. Michael Jones, Logos Rising. A History of Ultimate Reality, Fidelity Press, South Bend 2020.

 Por Enrique de Zwart

 

“…y juntos a través de las edades del mundo hemos luchado la larga derrota.” Galadriel

“Soy cristiano, y de hecho católico, de modo que no espero que la ‘historia’ sea otra cosa que una ‘larga derrota’, aunque contenga… algunas muestras o atisbos de la victoria final.” J.R.R. Tolkien

 

Tolkien describió la historia de la cristiandad como una “larga derrota”. Visto desde el siglo XXI parece una descripción muy acertada. Al igual que en El Señor de los Anillos, el enemigo aparenta ser abrumador, e inclusive las ocasionales victorias de los buenos apenas pueden postergar la inevitable derrota final. Sin embargo, al final el maligno ve frustrado sus planes cuando pensaba tener todo bajo control. Así también, ya en la historia real de la cual la obra de Tolkien es una alegoría, habrá un vencedor último indeseado por los mandarines de turno. Y esto es lo que E.M. Jones nos recuerda en Logos Rising, A History of Ultimate Reality.

¿Y qué o quién es el Logos? Es muchas cosas, habla, razón, orden, verdad, estándar, salud,

sabiduría, providencia, palabra de dios, pero sobre todo es Cristo, la segunda persona de la Santísima Trinidad. Jones, parado sobre hombros de gigantes, ata cabos con inusual lucidez y nos muestra el desarrollo del Logos a lo largo de la historia del hombre y del universo. Desarrollo a menudo tortuoso, e incomprensible al observador humano, pero al final siempre cierto, aun teniendo los actores temporales otras intenciones. Muchos han recibido dones para comprender el Logos al menos de modo primitivo o parcial, como los filósofos griegos precristianos. Moisés lo experimentó directamente, aun sin comprenderlo del todo. Orígenes se lo explicó a la primera Iglesia. San Juan, San Agustín y San Alberto Magno tuvieron la misión de fusionar la Revelación y la Filosofía. Algunos pocos fueron agraciados con la capacidad de vislumbrar y explicar el Logos mejor que nadie como Santo Tomás de Aquino. Otros, como Vico y Kleutgen, tuvieron la pesada tarea de reencender el Logos en épocas donde su luz aparentaba menguar. Maritain y Dawson intentaron dilucidarlo en la historia del mundo. Hegel pretendió haber penetrado la mente misma del Logos. Hubo quienes le atribuyeron características erróneas (Nestorio, Arrio), lo reconocieron pero vacilaron (Heisenberg), lo dividieron (Averroes, Ockham), lo degradaron (Descartes, Teilhard de Chardin), o negaron su existencia (Darwin, Russell). Finalmente, varios desdichados abrazaron el anti-Logos soslayada (Marx) o abiertamente (Nietzche, W. Reich, M. Foucault, Derrida). Pero inclusive estos últimos réprobos, también contribuyeron y contribuyen al avance del Logos, mal que les pese. De todos estos, y muchos más, se nutre Jones para hilvanar una fenomenal obra por su contenido, amplitud y mensaje. El espectro que cubre Logos Rising es extenso, pero centrado en la metafísica (el estudio del ser qua ser), la filosofía y la historia.


E.M. Jones, la dice como es. Foto de dominio público.

La realidad última

Nada viene de la nada. Hay algo, luego nunca hubo nada. Ese algo no puede haberse creado a si mismo de la nada, porque para hacerlo tendría que haber existido antes de existir, lo cual es imposible. Ergo alguna otra cosa tiene que haberlo creado. Esa alguna otra cosa es lo que Aristóteles llamó el primer motor inmóvil (“Lo que mueve sin ser movido”). Santo Tomás de Aquino concluye sus pruebas para la existencia de Dios diciendo que ese ser es lo que todos llaman Dios.

La filosofía puede darnos conocimiento sobre la naturaleza de la realidad última (Bertrand Russell). Para alcanzarla es necesario conocer la verdad, aquí definida como la correspondencia entre mente y realidad. Santo Tomás y Russell entendieron la realidad última de modo muy distinto. La historia del Logos, la realidad ultima de Tomás, siguió en sus comienzos dos caminos paralelos. Uno con los hebreos y otro con los griegos. Los hebreos tenían un profundo conocimiento de historia, pero ninguna competencia en filosofía. Mientras que los griegos eran muy idóneos en filosofía, pero con un entendimiento primitivo del rol del tiempo en el hombre. Para Aristóteles el tiempo es simplemente el número del movimiento. Los antiguos hebreos fueron educados por Dios directamente unos catorce siglos a.C. cuando Moisés escuchó frente a la zarza ardiente “Yo soy el que soy”. Tuvieron que pasar 2500 años para entender todo el sentido metafísico de tal declaración y Santo Tomás explicase porque es el nombre más adecuado para Dios. Los hebreos de aquel entonces no sabían el significado de tal afirmación. Los griegos tampoco. Pero fue Parménides, seis siglos antes de Cristo, quien descubrió el concepto del ser “lo que es no puede provenir de lo que no es.”

A través de la historia, la ciencia y la religión han reclamado acceso privilegiado a la realidad última. Los materialistas modernos tienen raíces profundas en Demócrito, quien dijo que la realidad última eran átomos y vacío, lo que la física cuántica ha probado falso. Al mismo tiempo Heráclito dijo que el fuego era la última realidad, y propuso el término Logos como denominador común entre los dioses y la materia. San Juan Evangelista unió la tradición hebrea y la griega en la primera frase de su evangelio “En el principio (como comienza el Genesis) era el Logos” (introduciendo la tradición griega).

Los comienzos

Ignorando a Parménides, al abismo metafísico entre ser y no ser, y a toda lógica y sentido común, algunos ateístas modernos insisten que el universo se creó a si mismo ex nihilo. La materia, la energía, el espacio y el tiempo “aparecieron” hace 13.5 mil millones de años, declaran con cara de piedra.

La evolución darwinista del no ser al ser, o para el caso de no ver a ver, solo puede ser “explicada” con argumentos circulares. Y es tan improbable como el proverbial tornado pasando por un basural y creando un Jumbo 747. Evitando elegir entre una tautología y una imposibilidad los evolucionistas conjuran la “selección natural” en un modo que la hace sinónimo con lo que los hombres llaman Dios. Parménides con su postulado de “nada viene de la nada” o “aquello que es no puede venir de lo que no es” representa aun hoy día la mejor refutación del darwinismo. La selección natural no puede seleccionar nada a menos que ya exista[i].

Los saltos lógicos darwinistas tienen como objetivo evitar la necesidad de un creador, negar el libre albedrio, todo propósito y moral. La jugada es negar la existencia de Dios llevando la discusión del campo de la razón al de la fe. Ciertamente que si no hay ninguna verdad objetiva, y todo es una “construcción humana” incluyendo la justicia, el orden social será impuesto por la voluntad de los poderosos. Lo que constituye una buena síntesis de la filosofía materialista atea. Para horror de muchos evolucionistas, que se creían intocables, ahora es el turno de la biología. Si no hay nada antinatural en materia sexual, entonces la biología misma también es una ficción. Y puede y debe ser “cancelada”.

Alejado de estos desvaríos, el hombre de antaño tuvo siempre una idea incompleta pero esencialmente metafísica de la naturaleza de Dios como el Motor Primario (primum movens). Nunca hubo un tiempo en la historia humano cuando el hombre no adoró a Dios.

El significado más elemental de la palabra griega logos está relacionada al lenguaje, al habla y a la razón. Y como no hay ninguna evidencia que el lenguaje humano evolucionó gradualmente a partir de comunicaciones animales, el surgimiento del lenguaje es una vergonzosa humillación para la teoría de la evolución. La capacidad del hombre para el logos finalmente fue asociada al alma, que Aristóteles definió como la forma (eidos) del cuerpo, y no disímil al concepto de propósito.

Solo la existencia de Dios puede explicar que hay un universo, que hay orden en el universo, que el universo es inteligible, que hay leyes universales naturales, y leyes universales morales. Desde el vamos el hombre supo que hay orden cósmico y puede ser comprendido. Logos es el sistema operativo de la creación.

Platón y Aristóteles. Detalle de “La Escuela de Atenas”. Rafael Sanzio. Museo del Vaticano.

El salto al ser

En un momento determinado de la historia se llegó a una distinción entre la historia y la filosofía en la compresión del Logos. Este fue el llamado “salto al ser” (Eric Voegelin) que ocurrió en dos modos distintos, independientes y paralelos: la revelación en Israel, y la filosofía en Grecia.

Por un lado, los hebreos se convirtieron a regañadientes en portadores de “una nueva verdad en la historia”. Por el otro en Grecia durante el periodo de las polis, 700-300 a.C, también conocido como el milagro griego (Christopher Dawson), hubo una transición del mito a la metafísica y comenzó la filosofía como una explicación del cambio, y de lo que es permanente, fundamental, arche. A diferencia del hebreo o del egipcio, la lengua griega estaba muy bien equipada para producir filósofos.

Los primeros filósofos (Thales, Anaxímenes, Heráclito) pensaban que el universo se regía por una ley fundamental, logos, pero el problema es que pensaban que el arche, o la realidad ultima, era material (agua, aire o fuego). El materialismo los limitó.

Sócrates cortó el nudo gordiano materialista proponiendo que el hombre podía conocer a Dios mediante la mente (nous). La mente no determina el ser, pero lo puede descubrir con la ayuda del logos. Platón demostró que la mente puede entender al ser. Y que cada “forma” o “universal” se corresponde con una realidad objetiva, y viceversa. Este realismo epistemológico proveyó los cimientos para toda la historia de la filosofía, sin el cual se hubiera extinguido pronto, como de hecho ocurrió en otras culturas. Aristóteles, considerado el padre de la ciencia por muchos dada su veta empirista, completa la liberación de la tiranía materialista cuando expresa que el apeiron (lo que no tiene límites) es necesariamente divino. La premisa de una primera causa eficiente (primer motor inmóvil) del universo también viene de Platón y Aristóteles. En suma, por medio de la razón sola, los griegos demostraron que solo podía haber un Dios.

Platón y Aristóteles también tenían sus limitaciones. Ambos carecían en un adecuado entendimiento de la mente de Dios. El Dios de Platón no tenía un lugar donde existir. El de Aristóteles no tenía motivos para actuar (inmóvil, auto suficiente, aparte). Luego no se puede explicar el motivo de la primera causa eficiente. No hay indicios de que Aristóteles consideraba que había que adorar o rezar al Primer Motor. Menos aún pensaba que podía haber amistad entre Dios y el hombre. El dios de Aristóteles es trascendente, pero sin habilidad de afectar el mundo creado. El dios de Platón puede hacerlo (demiurgo) pero es inmanente. Ni el uno ni el otro pueden explicar el abismo entre un dios trascendente y un universo cambiante e inmanente. Por eso la creación se volvió un misterio al que los griegos consideraron eterna, y el universo mismo fue visto como Dios, en otras palabras, panteísmo. Platón y Aristóteles dejaron cosas inconclusas al morir y la filosofía griega entraría en decadencia. Las contradicciones solo serían resueltas por San Juan casi 500 años más tarde.

El Logos encarnado

Los romanos carecían del rigor filosófico de los griegos, pero entendía el sentido de la historia. Virgilio predijo el nacimiento de un niño quien traería la nueva era mencionada por la sibila de Cumas. Cristo honraría el logos de la historia, pero esperando hasta que el logos de la metafísica estuviera listo. Ya que sin el esencial vocabulario griego nadie hubiera podido entender o explicar quién era Él.

Así y todo, el cristianismo está basado en un hecho histórico, no un mito. Específicamente la encarnación y la resurrección de Cristo, de la cual provenía Su autoridad. La historia es revelación.

San Juan tomó el concepto de “logos”, en existencia por medio milenio, y lo reelaboró a la luz de lo que conocía de Cristo para comenzar una nueva era. A diferencia de los otros tres evangelistas, Juan propone una explicación metafísica sobre la relación de Cristo y el comienzo del universo. Mateo, Marcos y Lucas anuncian a Cristo el Hijo de Dios naciendo en un cierto tiempo. Juan lo presenta existiendo desde toda eternidad: “En archē ēn ho Lógos”, “En el principio” se hace eco en la primera frase del Genesis, pero en lugar de repetir lo mismo, Juan escribe un segundo Genesis uniendo la cosmología hebrea con la metafísica griega “En el principio era el Logos”. Los sinópticos muestran a Cristo apareciendo abruptamente entre los hombres. Juan lo presenta existiendo desde toda la eternidad con el Padre “kai ho Lógos ēn pros ton Theón”, “y el Logos era junto a Dios”. Los sinópticos lo muestran como hombre; Juan dice que es Dios “kai Theós ēn ho Lógos”: “y el Logos era Dios”. San Pablo basó su ministerio proclamando lo que había hecho Jesús, San Juan basó el suyo explicando quien era.

Juan resuelve las incoherencias de los griegos porque el Logos Encarnado fusionó el dios de Aristóteles, ser auto subsistente, con las formas de Platón las cuales se volvieron ideas en la mente de Dios, el Logos, quien es la primera causa eficiente, la realidad última (no hace falta ningún demiurgo). Logos es una persona, la Segunda Persona de la Trinidad, que puede poner el plan en acción. El plan abarca ahora toda la historia humana. El Logos en movimiento fue conocido luego como la Divina Providencia, la cual siempre se mueve a lo largo del tiempo con un telos (propósito, objetivo, fin). Juan le pone el broche de oro a su tratado metafísico anunciando en su epístola que “Dios es amor”, algo que los griegos nunca pudieron llegar a decir. Pero Juan tenía la ventaja de conocer la revelación. 

Heráclito había dicho que el logos era fuego, esta idea se profundiza luego asociando el fuego a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Así se puede decir que Dios es Logos en tres modos diferentes: Dios Padre es Ser, “Yo soy el que soy”; Dios Hijo es Logos, Conocimiento o Razón; Dios Espíritu Santo es Amor, un estado simbolizado por el fuego.

La única conexión posible entre el Dios absolutamente trascendente y el universo inmanente por Él creado es el Logos, quien es a la vez Dios y “con dios”, pero diferente del Padre. No creado por Él, sino engendrado (análogo a como Eva salió de Adán), y luego igual a Él en un modo que todos los seres creados, incluso los ángeles, no lo son.

El evangelio de San Juan es el vehículo que permitió al Logos instruir la historia de la filosofía hasta el día de hoy. Santo Tomás le dio una expresión definitiva al dilema que San Juan había resuelto, pero lo hizo en latín (Verbum), privando a sus lectores de la riqueza etimológica del término griego.

San Juan. Icono en la catedral de Kazán en San Petersburgo. Fuente.

El descubridor del tiempo

La incapacidad de los filósofos griegos de conectar al Dios inmutable con el mundo mutable llevó a Christopher Dawson a decir que Agustín fue el primer hombre que descubrió y entendió el tiempo. La Ciudad de Dios fue el primer esfuerzo concreto en producir una filosofía de la historia, y el concepto no era griego sino romano. Esto se pudo llevar acabo luego de la síntesis cristiana entre Atenas y Jerusalén. La metafísica griega y la sacra historia de los hebreos se unirían bajo el auspicio de Roma para crear el cristianismo.

Agustín rechazó la idea de un perpetuo retorno, de tiempo circular, de tiempo como mero “número del movimiento”. La historia tiene un principio, un desarrollo y un final. “En el principio” indica la creación del universo, no su eternidad; y una dirección para el tiempo, es decir un propósito. Esto puede sonar obvio para el cristiano, pero es original y transformador. Ya que negarle un significado a la historia es la regla más que la excepción entre filósofos y religiosos de todas las épocas y civilizaciones sea India, Grecia, China o Europa.

La historia humana es la lucha entre la ciudad de Dios que sigue al Logos y la del Hombre que lo rechaza. Para desconcierto de muchos, ambas tienen un rol que cumplir en la, a veces inescrutable, providencia divina. La mente humana puede fallar en entender por ejemplo porque le fue dado el imperio a Constantino y luego a su nieto Juliano el Apóstata, pero la Providencia garantiza que hay un logos en la historia.

Agustín mostró que el Logos no estaba confinado a una sola nación, sino que pasa de una a otra dependiendo de las circunstancias. La filosofía griega apareció cuando Israel estaba cautivo en Babilonia. Aunque los profetas predicaron solo para Israel, el Logos es para todas las naciones, y necesitaba de Roma para alcanzarlas. Finalmente, luego de la destrucción del Templo en el 70 d.C. el pueblo de Israel se quedaría sin rey, sin sacrificio, sin altar, sin sacerdocio y sin manifestaciones; y el cristianismo se volvió el vehículo universal del Logos.

Logos e islam: agua y aceite

Hereje es alguien que elige una parte y descarta el todo. Arrio fue entonces el arquetipo ya que dijo que Cristo no era Dios. Creó en el arrianismo una parodia del cristianismo, tomando lo peor de dos mundos: el odio judío por el Logos, y el sofisma y eclecticismo griego.

Por su parte, Nestorio intentó substituir el tradicional término de la Virgen Maria Theotokos (Madre de Dios) con el de Christotokos (Madre de Cristo), indicando por donde venia su herejía.

Para el islam, que en sus comienzos fue más que nada una religión nacionalista árabe, el Corán mismo es un substituto del concepto de Logos. En lugar del Logos encarnándose, la Palabra de Dios literalmente bajó del cielo en forma de libro. Por eso la herejía nestoriana negadora de que Cristo es el Logos Encarnado, le vino al islam como anillo al dedo. La biblia no había sido traducida al árabe, lo que le facilitó a Mahoma promover su nuevo libro, una mezcla de historias del Antiguo Testamento distorsionadas, mesianismo judío y herejías cristianas. En el norte de África y Persia, el islam completó lo que los arrianos y nestorianos habían comenzado con su ataque a la Trinidad.

La enemistad del islam con el Logos en especial, y con la filosofía en general, traería consecuencias que repercuten hasta el día de hoy. Una de ellas es que la ciencia no se desarrolló en el mundo islámico como si lo hizo en la cristiandad.

Hubo intentos de una teología más racional dentro del islam, como la mustazilí, pero no prosperaron. Averroes fue el último de los filósofos islámicos aristotélicos, pero sus libros fueron quemados en la plaza de Córdoba. Para el islam Dios es trascendente, pero “voluntad pura, sin o por encima de la razón.” El aborto de la metafísica en el mundo musulmán dio lugar al fideísmo y la casuística, una mentalidad sola scriptura, y el fin de la filosofía y la ciencia.

Por ejemplo, de acuerdo a Al’Ghazali, uno de los líderes de la corriente antirracionalista, la ocurrencia de fuego inmediatamente seguido de quemaduras “solo prueba simultaneidad, pero no causa, en realidad no hay otra causa que Dios.” Santo Tomas identifica esto como el “error de los moros”, que impide llegar a la causalidad secundaria, que hace posible la ciencia. Es también el error de empiristas como David Hume, y de deconstruccionistas como Jacques Derrida.

Otra consecuencia del antirracionalismo islámico es la teoría de las dos verdades, postrero intento de Averroes de llegar a un modus vivendi y de que el califa no le corte la cabeza; una verdad basada en la ciencia y la otra en la religión. Según esta es posible sostener al mismo tiempo dos principios que se contradicen a sí mismos, siempre y cuando estén en dos mundos diferentes, y sin filosofía que los integre.

En síntesis, lo nuevo del islam no era verdadero, y lo verdadero no era nuevo, un patrón observado en todas las herejías, también la protestante y la liberal. Ninguna de ellas hubiera existido sin el cristianismo, ya que son manifestaciones abortivas del poder espiritual cristiano.

La edad media como zénit del Logos

San Alberto Magno y su discípulo más famoso, un tal Tomás de Aquino, finalmente incorporaron la filosofía de Aristóteles en la cristiandad. Estableciendo la conexión entre el logos del mundo material con el logos divino, algo que Aristóteles no había podido hacer.

El mayor obstáculo a franquear era el averroísmo y sus “dos verdades”. Santo Tomás rechazó esta premisa y afirmó la distinción entre la causalidad primera (divina) y la secundaria (creaturas/naturaleza). Las leyes del universo son una manifestación del creador, y son tan separadas de él como la creación lo está del creador. La naturaleza es libre de actuar por sí misma. Santo Tomás llamó a esta autonomía la causalidad secundaria. Según Stanley Jaki, esta fue la más grande contribución del medioevo a la formación de la ciencia.

La ciencia solo podía surgir en un suelo fértil donde la fe en un Creador personal y racional había impregnado íntegramente la cultura. Esas condiciones se dieron en la Europa medieval, donde había fe, pero no fideísmo; y había racionalismo, pero no materialismo ateo. No en el islam. No en la India. Tampoco en China.

En lo que a primera vista suena contraintuitivo Tomás afirmó que creatio non est mutatio (la creación no es un cambio). Todo cambio requiere algo preexistente que cambia: nada viene de la nada, si por “viene” se entiende cambio. Y precisamente debido a esto no hay posibilidad de conflicto entre la causalidad divina y la causalidad en la naturaleza.

Luego de Santo Tomás hubo una reacción fideísta contra la síntesis entre Atenas y Jerusalén, sospechada de contener demasiada filosofía pagana o racionalista. Nominalistas como Guillermo de Ockham cuestionaban si hay universales que existen en sí mismos o son meras construcciones mentales. Si esto último fuera cierto sería imposible incluso un conocimiento imperfecto de la naturaleza de las cosas, y solo quedaría someterse a la voluntad divina. Sin entender lo que Santo Tomás había logrado, los nominalistas abrazaron una supuesta liberación de la fe de la “tiranía de la metafísica racionalista precristiana.” Lamentablemente resultó en la separación de la fe y la razón. Déjà vu, fue una vuelta al averroísmo, haciendo la voluntad de Dios superior a su intelecto, “la voluntad todopoderosa de Dios podría querer aquello que ha prohibido” Ockham dixit. Error que Santo Tomás ya había refutado años atrás. Este antiintelectualismo nominalista, similar al islámico, tendría consecuencias graves ya que preparó los errores de Martin “la razón es una puta” Lutero, cuyos maestros fueron nominalistas. Más adelante facilitó la división entre la res cogitans (la mente) y la res extensa (todo lo que esta fuera de ésta) de Descartes.

Donde Ockham propuso particulares sin universales, Descartes (1596-1650) propuso lo opuesto. Descartes, y en general la filosofía moderna, cuestiona que la mente puede llegar a conocer el ser. Lo único que existe son los átomos y el vacío, el resto son solo convenciones. Esto también es un déjà vu, pero respecto a Demócrito. Con su distinción entre res cogitans y res extensa facilitó el crecimiento científico, pero con premisas que llevaron al escepticismo y al materialismo. Y la ciencia, surgida en la esfera de la cristiandad gracias al concepto tomista de causalidad secundaria, se volvió una cuasi religión al punto de atribuirse, erróneamente, el poder de explicar la realidad última.

Siguiendo a Descartes muchos pensadores del siglo XVII operaron como si no hubiera Dios o revelación cristiana, o propósito (telos), o Divina Providencia. Conceptos como “justicia” se convierten en convenciones sociales. Otros se volvieron extremadamente racionalistas reduciendo la religión a un moralismo filosófico.

Giambattista Vico (1668-1744) es una relativamente desconocida pero importante figura anti-iluminista que rescata Jones. Se percató antes que nadie de los errores racionalistas de Descartes y sus adeptos, y que conducían a una rebelión contra Dios y la naturaleza, reemplazando la moralidad tradicional con la inmoralidad racionalizada.

Otro gran aporte de Vico es su interpretación de la Providencia que resuelve la falsa dicotomía entre la omnipotencia y la omnisciencia de Dios y el libre albedrio humano. Ya que por su naturaleza caída el hombre no puede controlar sus pasiones, Dios tiene que hacer uso de dichas pasiones a fin de llevar a cabo el bien. El hombre propone, Dios dispone, y ambos son necesarios para entender cómo se desenvuelve la historia.

Hegel pintado por Jakob Schlesinger. Fuente.

Cuesta abajo

Hegel (1770-1831), un devoto luterano, trató de reconciliar las diferencias entre la teología luterana y el iluminismo impulsado por la revolución francesa. Hegel transmite la noción de que el universo es un todo coherente y que él tenía la clave para entenderlo. Su filosofía es tan integral que a primera vista pareciera que Hegel ha penetrado los secretos mismos de Dios y la creación. Él mismo afirmó haber descifrado el misterio del ser mediante la oposición dialéctica: una tesis es formulada y negada por su antítesis, de lo que resulta una síntesis. Si bien la tesis es negada, es también preservada en un plano superior.

Hegel dice que Dios es Logos (Vernunft = razón, orden), y lo que gobierna el mundo y la historia es la expresión del Logos en el tiempo:

“la sabiduría divina es una y la misma en las grandes cosas y en las pequeñas. Es igual en las plantas e insectos que en los destinos de naciones enteras e imperios, y no se debe imaginar que Dios no es lo suficientemente poderoso como para aplicar su sabiduría a cosas de gran momento. Creer que la sabiduría de Dios no es activa en todo es mostrar humildad hacia lo material y no hacia la sabiduría divina misma. Además, la naturaleza es un teatro de importancia secundaria en comparación con la historia mundial.”

Luego de semejante declaración es difícil no ver en Hegel a un defensor de la Providencia Divina, la cual actúa en la historia sin poder ser explicada por propósitos humanos. Lo que Hegel llama die List der Vernunft (la astucia de la razón). Toda acción histórica “tiene implicaciones que trascienden la intención del agente”, y su efecto puede ser diferente del que éste intentó lograr. Sin embargo, en modo hegeliano se le niega la libertad al hombre, el cual estaría predestinado a cumplir cierta meta. La astucia de la razón es una Divina Providencia truncada. Hegel es reacio a reconocer que Logos es más que vernunft. Es reacio a reconocer que es la Segunda Persona de la Trinidad.

Explicada a la luz de la tradición de la Iglesia, la Divina Providencia puede tornar el mal en bien, y eso explica porque Dios permite el mal en primer lugar. “Dios escribe derecho en líneas torcidas” y a largo plazo a los malos les termina saliendo el tiro por la culata.

Hegel ve la historia como una secuencia de épocas por las cuales la humanidad estaba destinada a pasar. Es posible que Hegel haya sido influenciado por Vico en este rubro, pero nunca admitió tal cosa. Aunque también suena mucho a Bartholomäus Holzhauser (1613-1658) y sus siete etapas de la Iglesia.

Hay un lado más oscuro. Hegel trató de articular la Eucaristía y la Trinidad en términos iluministas. Para lograr esto Hegel pretendió penetrar en la mente de Dios. Intención que no podía hacer explícita, aun en los círculos que él se movía. Por lo que tuvo que camuflar su descaro blasfemo en el ininteligible lenguaje de la dialéctica. Supuestamente el mal no solo es parte del hombre, sino también de la naturaleza Divina. La Segunda Persona de la Trinidad sería, según Hegel, la negación de la Primera. El Logos sería así una fuente de conflicto dentro de la Trinidad misma. El mal sería entonces necesario, ya que vendría de Dios mismo. Despropósito que el mismo Goethe consideró diabólico. El resultado del pensamiento dialectico es la blasfemia y la inversión satánica.

Los errores de Hegel se propagaron luego de manera más cruda con Feuerbach, Marx, Darwin, Nietzsche y Foucault. La ambigüedad de su poderosa filosofía sería usada para argumentar prácticamente cualquier cosa.

Jacques Maritain. Fuente.

La tercera ola

Se podría decir que hubo tres olas escolásticas. La primera fue con Santo Tomás y San Buenaventura, hasta que fue disipada por el nominalismo. La segunda fue desde la contrarreforma (con Suarez) hasta la revolución francesa. La tercera ola comenzó a mediados del s. XIX y duró hasta el Concilio del Vaticano II. En esta última la Iglesia se dio cuenta que para una exitosa síntesis de fe y razón no había compromiso posible con la filosofía moderna y a partir del siglo XIX vuelve expresamente al tomismo. Con la encíclica Aeterni Patris el papa Leo XII hizo del tomismo aristotélico la norma de la Iglesia, reafirmando a ésta como el vehículo del Logos en la historia humana.

San Pio X reafirmó este camino con la encíclica Pascendi dominici gregis, que condenó al modernismo como la “síntesis de todas las herejías”, una inmensa estructura de sofismas con dos errores perniciosos: siendo el primero la metafísica del “devenir” (muy hegeliana) primando sobre el ser. El segundo es el abandono de la noción escolástica de verdad, es decir la conformidad entre mente y realidad.

El objetivo del neotomismo era revitalizar la tradición intelectual heredada a fin de entender mejor el mundo contemporáneo, y ser capaz de distinguir metafísicamente entre el bien y el mal, la verdad y la falsedad. Jacques Maritain (1882-1973) fue uno de los exponentes de la tercera ola. Maritain tiene esperanzas en la victoria del logos ya que aun cuando “el mal parece triunfante”, el fermento de justicia está ya operando para una futura renovación, “en cada época el mundo estaba perdido, y en cada época fue salvado”.

Al estar basado en la metafísica de Aristóteles, este renacimiento tomista tenía mucho a favor, pero también un punto débil, no tenía en cuenta el desarrollo histórico. Es decir, las acciones de Dios a lo largo del tiempo en la forma de la Providencia Divina. Si bien Joseph Kleutgen (1811-1883) y sus discípulos mostraron lo inadecuado de la metafísica hegeliana, no contestaron su teoría de la historia. Debido a esto la Iglesia luego no pudo proveer una alternativa a la visión marxista de la historia. Fuera la Providencia Divina aparecieron conceptos como la “mano invisible”, o el muy usado hoy en día “lado correcto de la historia”.

Si bien la “filosofía” la pusieron los griegos, y la “historia” la pusieron los hebreos, la “filosofía de la historia” como tal es una creación totalmente cristiana. Christopher Dawson (1889-1970), meta-historiador católico por excelencia, intentó reconciliar el tomismo-aristotélico ahistórico con una teoría de la historia enfatizando esa impar contribución cristiana: el tiempo tiene un sentido y una dirección. La historia humana tiene un comienzo, un centro y un fin; y está hecha de épocas. Cada una de las cuales tiene una estructura inteligible. No está compuesta de ciclos eternos ficticios como creían las civilizaciones de antaño. Dawson sostiene que la historia es racional (es decir tiene un telos, un propósito) pero misteriosa y no calculable, lo cual es indigerible para el positivista progre.

Opuesto a Dawson, Teilhard de Chardin (1881-1955) también buscó una narrativa meta histórica intentando reconciliar el evolucionismo con la enseñanza de la Iglesia. Pero sus teorías resultaron incompatibles con el libre albedrio del hombre y la soberanía de Dios sobre la historia humana y luego irreconciliable con cualquier historia basada en principios cristianos.

La física misma encontraría que la realidad última no es una mera aglomeración de átomos y no se puede explicar solo materialmente. Para Werner Heisenberg (1901-1976) hay congruencia entre la mente y la naturaleza. Nuestra mente está hecha pare entender la naturaleza. Hay un “orden central”, su termino preferido para referirse al logos, también a nivel subatómico, lo que le llevó a decir que la “la física moderna se opone al materialismo”.

Antes y después de subirse al carro del anti-Logos, o “cada uno se jode como puede”. Fuente.

El ataque contra el Logos mismo

Con Friedrich Nietzsche (1844-1900) se comienza una tendencia explícitamente anti-Logos. La razón es subordinada a la voluntad, nada es verdadero, pero todo está permitido. Nietzsche propone la liberación por medio de la “transvaloración de todos los valores”. Astuto observador, el genio malvado de Nietzche reconoció que el sexo liberado de la moralidad y la familia era la única fuerza en la naturaleza suficientemente potente y destructiva para lograr su buscada transvaloración. No hay revolución social posible sin primero destruir la familia.

Wilhelm Reich (1897-1957), y luego la llamada escuela de Frankfurt, tomaría la posta de Nietzsche acuñando la expresión “revolución sexual”, una fusión de Marx y Freud. “Todo aquel que desee combatir el fascismo debe proceder de la suposición que la familia es germen reaccionario central”.

La URSS cayó, pero el comunismo se reencarnó en las “democracias liberales” con una cepa peor aún conocida como marxismo cultural. Un hibrido que no solo une lo peor del liberalismo usurero y del comunismo represor, sino que es expresamente anticristiano y contra natura. Jones apunta que el comunismo en el s. XX y el homosexualismo en el s. XXI representan en realidad el mismo espíritu revolucionario actuando en diferentes momentos de la historia.

Michel Foucault (1926-1984) fue un paradigma del extremo anti-Logos contemporáneo. Degenerado homosexual sadomasoquista, fue el teórico de control político basado en la promoción sistemática del vicio. Foucault pretendió “deconstruir” todo. Todo excepto a los liberales que lo financiaban. Su camarada Jacques Derrida (1930-2004), obsesionado con todo lo “logocéntrico”, se dedicó a la “deconstrucción” del logos implícito en todos los campos de estudio y buscaba eliminar toda creencia en la unidad de las cosas.  

La estrategia siempre pasó por promover pornografía, prostitución, contracepción, aborto, homosexualismo, y ahora transexualismo. El objetivo es destruir, desmoralizar y humillar. Antes, como ahora, aquellos que se oponen a la degeneración son tildados de “cripto fascistas”, y merecedores de ser sujetos a través de los medios a una constante guerra psicológica, definida como la “prevención de comunicación no autorizada entre aquellos que han sido subyugados”[ii].  

Una de las más importantes manifestaciones del Logos es la moral. Las civilizaciones que pasaron a la historia lo hicieron gracias a que instauraron un orden moral, quizás crudo como el de Hammurabi en el siglo XVIII a.C., pero orden al fin. Por eso, en todo tiempo y lugar aquellos deseosos de subvertir el orden moral siempre tienen ulteriores designios. Buscan el control político. Un tema sobre el que Jones a escrito mucho antes[iii]. Remarcamos, el katéjon más efectivo contra esta degeneración siempre ha sido la familia.

Lamentablemente luego del Concilio del Vaticano II la Iglesia, no presentó más oposición a la modernidad. Fue una claudicación, al menos de facto. En las palabras de Maritain la Iglesia “se arrodilló ante el mundo”. El CVII fracasó porque tomó una idea de fondo de Hegel y Teilhard de Chardin enfatizando el “devenir”, el “llegar a ser” por encima del ser. Idea peligrosa ya que implica que no hay nada fijo, nada “dogmático”, y la Iglesia puede y debe adaptarse a los tiempos que corren.

Castellani y Tolkien, más que una pipa en común. Fotos de dominio público.

Paralelos con Castellani

Tomando el lenguaje de Jones, bien podríamos decir que Leonardo Castellani (1899-1981) tuvo un entendimiento sin par del Logos en la historia. Lamentablemente Jones no tiene acceso a su obra, en su mayoría no traducida.

Castellani creía que la historia del universo estaba guiada por Dios y tenía comienzo, nudo y desenlace; es decir Creación, Redención y Parusía. Los profetas del anti-Logos que Castellani señala con nombre y apellido en su magnífica conferencia[iv] sobre la Parusía y el Fin de los Tiempos son figuritas repetidas en Logos Rising.

Concordando con Tolkien, Castellani explica que con respecto a la infra-historia, ─la historia común, natural, de nuestra humanidad─ el cristiano debe ser pesimista ya que va a terminar en una tremenda agonía. La maldad tiene que ir creciendo hasta el fin, como dicen Daniel, Cristo y San Juan, hasta llegar a la gran apostasía. Pero con respecto a toda la historia, o meta-historia, el cristiano debe alegrarse, ya que va a acabar bien. Es decir que esa gran agonía no será una muerte sino un parto, gracias a una intervención divina directa de Cristo mismo que derrotará al Anti-Logos encarnado. Castellani recalca que la apostasía comenzada suscita al hombre que la corona (no al revés). Es decir que el Anti-Logos encarnado no precederá la apostasía comenzante, sino que presidirá la apostasía consumada.

En tiempos precristianos el Logos tuvo su cumbre con Aristóteles, y luego de Cristo alcanzó su cima con Santo Tomás en el siglo XIII. Mas adelante la “larga derrota” se volvió evidente. Giulio M. Tam propone una síntesis de la historia universal muy similar a la de Jones. Y a riesgo de que nos tilden de cartesianos reproducimos su visión del trayecto del Logos en la historia en esquema siguiente.

Luego del apogeo de la cristiandad, la revolución humanista descartó lo sobrenatural. La protestante se deshizo de la Iglesia (“Cristo si, Iglesia no”). La liberal suprimió a Cristo (“Dios si, Cristo no”). La socialista desechó a Dios (“Dios ha muerto”). Y la claudicación de la Iglesia en el CVII allanó el camino para la actual revolución contra la naturaleza y contra la realidad misma.

Las fuerzas del logos dan pelea, y ganan ocasionales victorias aquí y allá, pero la trayectoria en caída en la que estamos es muy clara especialmente desde 1789 en adelante. La tercera ola escolástica parece haber sido apenas ruido de fondo en el derrotero general. Un pequeño rizo sobre una gran duna. La actual corriente anti-logos, con su ensalzamiento del aborto y la sodomía (primer “matrimonio” homosexual in 2001), es tan contranatural que se vuelve abiertamente satánica. La aceleración es innegable. Parafraseando a Hemingway, la bancarrota (espiritual y moral) fue “primero gradual, luego abrupta”.

Occidente ha fallado porque le dio la espalda a sus raíces espirituales, a saber, el patrimonio de la Iglesia Católica y San Benito, que fue lo que creó Europa y la unificó sobre la noción de que el labor es digno de respecto. Si se abandona la Ciudad de Dios, inmediatamente se revierte a la Ciudad del Hombre, libido dominandi. No hay otra alternativa. La filosofía moderna no tiene nada que decir sobre esto. Nada que ofrecer a la gente, salvo degeneración. Y como niega todo propósito en la vida humana ahora pretenden, como lo hace Yuval Harari, que ser feliz es posible mediante drogas para controlar la serotonina, la dopamina y la oxitocina. Esto es lo que “intelectuales” materialistas escriben estos días.

No desesperar

Cuentan que cuando Napoleón alardeó con tener suficiente poder para destruir a la Iglesia, el cardenal Ercole Consalvi respondió “Majestad, inclusive nosotros los clérigos no hemos podido hacer tal cosa en dos mil años.”

La historia tiene sentido y propósito, malgré que lo nieguen los positivistas. Y no va a terminar en el falso final feliz que le atribuye Fukuyama, donde la luz del capitalismo y la “ciencia” invariablemente triunfa sobre la oscuridad y la superstición. Para ellos no hay historia, solo “progreso”. Aunque ahora ya ni siquiera eso.

¿Por qué es próspero el camino de los malvados, y viven bien todos los pérfidos? (Jer. 12-1) ¿Por qué Dios permite el mal?  Vico nos dio la repuesta. Ayuda a que muchos abran los ojos. Y los que se niegan a abrirlos no tendrán coartada en la rendición de cuentas final. El mal obliga a tomar partidoPor un lado las escrituras nos dicen que “le fue dado hacer guerra a los santos y vencerlos” (Ap. 13-7). Pero por otro gran parte de la gente está de acuerdo con asesinar a bebes dentro del vientre materno, niegan la naturaleza consintiendo a la ideología de género y al transexualismo, aceptan cualquier cosa que los medios les digan, y votan por políticos que imponen leyes a tales efectos. ¿Por qué Dios permitiría indefinidamente que tal gente sea libre? Aquellos que, desdeñando la admonición de Alexander Solzhenitsyn, insisten en “vivir en la mentira” no se pueden quejar si terminan siendo esclavizadosEsta es la trampa materialista. Los que abandonan la ley moral para justificar sus licencias, no pueden apelar a la misma ley moral cuando luego son subyugados. San Agustín dio en la tecla cuando dijo que no hay libertad sin moral. “El hombre bueno, aunque sea esclavo, es libre. El hombre malo, aunque sea rey, es esclavo, porque sirve, no a un solo hombre, sino, lo que es peor, a tantos amos como vicios tiene”. Antes aun Aristóteles había advertido que aquellos privados del logos (alogoi) mantienen apetitos y pasiones, pero no pueden elegir ya que el eros sin logos deviene tiranía y descontrol bacanal.

Sabemos, gracias a San Agustín, que el tiempo tiene dirección y propósito, y sabemos que ese propósito y la fuerza que lo activa es el Logos. Sabemos que el libre albedrio del hombre le permite decirle no al Logos, pero ningún acto humano malvado, no importa cuán atroz, ni siquiera matar al Logos Encarnado, puede frustrar el plan de Dios. Inclusive el deicidio de la crucifixión, el acto más malvado posible, se volvió la ocasión que impulsó al Logos en la historia humana. No porque haya sido un acto malvado, sino porque Dios tolera el mal a fin de sacar un bien mayor. El plan de Dios prospera no a pesar de las maquinaciones de los malvados, sino debido a ellas. Y este es el significado de la historia humana. Cada victoria condujo a un fracaso, pero cada fracaso condujo a otra impredecible victoria en el espiral ascendente del Logos, que es la trayectoria inexorable de la historia humana.

La larga derrota vale la pena

Es una paradoja que en este momento el espiral pareciera descender más que ascender. Pero es también una prueba para nuestra fe. El Logos siempre está en ascenso y el momento de su aparente muerte en cada época, fue el momento de su renacimiento. Con cada época que pasa la distinción entre Logos y Anti-Logos es cada vez más clara. Es como si Dios quisiera darle oportunidad de abrir los ojos hasta al más dormido. Y como ahora la distinción no puede ser más obvia, la victoria del Logos nunca fue más cierta y cercana. La distinción entre el tomismo y el nominalismo puede ser demasiado sutil para muchos, pero la distinción biológica entre un hombre y una mujer sin duda es una tarea más sencilla. Por eso el transexualismo, una forma extrema de degeneración sexual y control político, probablemente produzca el efecto opuesto (la astucia de la razón hegeliana) y ayude a muchos a volver al Logos.

Jones nos recuerda una y otra vez que la victoria última del Logos no puede ser detenida. Y sabemos que está asegurada. Pero mientras tanto hay que ajustarse el cinturón. No estamos en el “lado equivocado de la historia”. Ellos lo están, y tienen poco tiempo. Y esto es muy reconfortante en medio de tanta perfidia, traición, mentira y degeneración manufacturada. Cuando, como apunta Curzio Nitoglia, los medios parecen poder crear una realidad alternativa a la objetiva e imponerla en la sociedad en su conjunto. Cuando hace ya rato que se ven “del Anti-Logos las patrullas” pululando a nuestro alrededor.

Tener ahora entonces que sobrellevar la larga derrota tolkieniana en este valle de lágrimas no es una excusa para la resignación. Todo lo contrario. Hay que luchar porque es lo que Dios quiere. Porque es el único teatro donde podemos ganar la vida eterna. Porque es solo “una mala noche en una mala posada”. Porque no estamos nosotros obligados a vencer. Porque el enemigo no tiene nada que ofrecer. Porque la alternativa es la derrota final perpetua. Porque la victoria final está ya asegurada, porque ya ocurrió.

Que no te la cuenten…

Enrique de Zwart


[i] Y una vez que tiene algo sobre el cual actuar, demuestra muy poco poder creativo.

[ii] Christopher Simpson, Science of Coercion: Communication Research and Psychological Warfare, 1945-1960.

[iii] Especialmente recomendados entre su abundante obra son Libido Dominandi: Sexual Revolution and Political ControlThe Jewish Revolutionary Spirit (traducido al castellano), Barren Metal (reseñado aquí). Sus libros, recientemente prohibidos por Amazon, se pueden encontrar en varios sitios, incluyendo https://www.fidelitypress.org/bookstore

[iv] Ciclo de Conferencias “La profecía y el fin de los tiempos", dictado por el Padre Leonardo Castellani entre 6 de junio y el 18 de julio de 1969 en la parroquia del Socorro, Buenos Aires.

 

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