Celibato Sacerdotal: ¿un don o un estorbo?
Dominus Est
Por Guy Fawkeslein. Dominus Est. 10 de julio de 2019.
Ya, a estas alturas de la película, nadie puede negar del ambiente enrarecido que se respira en nuestra querida Iglesia católica. Una asfixiante atmósfera de pobreza doctrinal, despiste teológico, arbitrarismo moral han convertido la barca de Pedro en un cayuco a la deriva sin perspectiva de llegar a orillas amenas.
Se nos adviene un Sínodo del Amazonas que, en mi humilde opinión, aún no sabemos para qué porque si el mayor problema de aquella región geográfica es la falta de clero para la atención pastoral, podemos decir que el mundo es el Amazonas. ¿Cuántas zonas de tantos países no tienen clero suficiente para garantizar la celebración diaria, o al menos dominical, de la santa misa?
Pero claro…la cuestión es que ahora debemos ir al compás que nos marca la masónica progresía mundial. Bajo el mantra del “cambio climático” nos han convencido de que el gran problema de la Iglesia no es que en muchos países se persiga a muerte a los cristianos, no. No es que la ideología de género esté dinamitando los cimientos de la civilización cristiana, no. No es que la cristianía esté desapareciendo en Occidente, no. El gran problema es que el tiempo, el clima, está cambiando y el mundo natural con él (cosa que lleva sucediendo desde la creación del mismo).
Pero tampoco es lo que importa respecto del Amazonas. Bajo este pretexto lo que se persigue es acabar, una vez por todas, con la ignominiosa ley del celibato sacerdotal. Éste es el verdadero enemigo a abatir por los actuales adversarios de la Iglesia. El plan ha sido muy bien trazado y perfectamente ejecutado:
Había que hacer ver que el celibato es algo invivible. Que el celibato es la fuente de la corrupción y los males de la Iglesia. Que la pederastia es causa de no vivir la sexualidad en plenitud como cualquier persona que, casada o no, quiera hacerlo. Que el celibato es la represión sexual que origina las infidelidades de los sacerdotes.
El cambio de época originado por el Mayo del 68 no se conformaba con desligar amor de sexo y sexo de procreación conviviendo la consecuencia lógica del acto sexual (tener hijos) en la lamentable excepción que te puede ocurrir. Ahora vemos que el Mayo del 68 también iba a por el don del celibato por el Reino de los cielos. De tal modo, que junto a los argumentos negativos había que exponer argumentos positivos contra el celibato, a saber, que era un obstáculo para que hombres casados y probados en virtud pudieran acceder a las sagradas órdenes y solucionar, así, el problema de la escasez de sacerdotes.
Pero lo que subyace en el fondo de la cuestión no es ni el cambio climático ni la deforestación del Amazonas ni la evangelización de las tribus indígenas ni el celibato; lo que se persigue es destruir el sacerdocio católico.
Es cierto, como me podrán objetar algunos, que el celibato no es esencial al ministerio sacerdotal (cf. 1 Tim., 3, 2-5; Tit., 1, 6.; PO 16) ya que no deja de ser mera disciplina eclesiástica. Pero sí que es innegable que el celibato dota e imprime al sacerdocio católico de una singularidad propia y excelente que le hace ser vivido con mayor dimensión sobrenatural. Extractemos algunas pinceladas de los últimos papas sobre el asunto:
En 1964 escribía el beato Pablo VI:
«Pensamos, pues, que la vigente ley del sagrado celibato debe también hoy, y firmemente, estar unida al ministerio eclesiástico; ella debe sostener al ministro en su elección exclusiva, perenne y total del único y sumo amor de Cristo y de la dedicación al culto de Dios y al servicio de la Iglesia, y debe cualificar su estado de vida, tanto en la comunidad de los fieles, como en la profana» (Sacerdotalis Coelibatus 14).
San Juan Pablo II, por su parte, decía en 1993 en una Audiencia general:
« Es una especie de desafío que la Iglesia lanza a la mentalidad, a las tendencias ya las seducciones de este siglo, con una voluntad cada vez más renovada de coherencia y de fidelidad al ideal evangélico. Para ello, aunque se admite que el Sumo Pontífice puede valorar y disponer lo que hay que hacer en algunos casos, el Sínodo reafirmó que en la Iglesia latina ” “no se admite ni siquiera en casos particulares la ordenación presbiteral de hombres casados” (ib.). La Iglesia considera que la conciencia de consagración total madurada a lo largo de los siglos sigue teniendo razón de subsistir y de perfeccionarse cada vez más» (Audiencia general del 17 de julio de 1993, 6).
Y en respuesta al misionero eslovaco, Karol Miklosko en un diálogo con sacerdotes en 2010, Benedicto XVI afirma: «Es importante que nos dejemos penetrar siempre por esta identificación del «yo» de Cristo con nosotros, por este ser «llevados» hacia el mundo de la resurrección. En este sentido, el celibato es una anticipación. Trascendemos este tiempo y avanzamos, y así «atraemos» nuestra persona y nuestro tiempo hacia el mundo de la resurrección, hacia la novedad de Cristo, hacia la nueva y verdadera vida. Por tanto, el celibato es una anticipación que hace posible la gracia del Señor que nos «atrae» a sí hacia el mundo de la resurrección; nos invita siempre de nuevo a trascender nuestra persona, este presente, hacia el verdadero presente del futuro, que se convierte en presente hoy. Y este es un punto muy importante. Un gran problema de la cristiandad del mundo de hoy es que ya no se piensa en el futuro de Dios: parece que basta el presente de este mundo. Queremos tener sólo este mundo, vivir sólo en este mundo. Así cerramos las puertas a la verdadera grandeza de nuestra existencia. El sentido del celibato como anticipación del futuro significa precisamente abrir estas puertas, hacer más grande el mundo, mostrar la realidad del futuro que debemos vivir ya como presente. Por tanto, vivir testimoniando la fe: si creemos realmente que Dios existe, que Dios tiene que ver con mi vida, que puedo fundar mi vida en Cristo, en la vida futura, afrontemos ahora las críticas mundanas de las cuales usted ha hablado. Es verdad que para el mundo agnóstico, el mundo en el que Dios no cuenta, el celibato es un gran escándalo, porque muestra precisamente que Dios es considerado y vivido como realidad. Con la vida escatológica del celibato, el mundo futuro de Dios entra en las realidades de nuestro tiempo. Y eso no debería ser así. En cierto sentido, esta crítica permanente contra el celibato puede sorprender, en un tiempo en el que está cada vez más de moda no casarse. Pero el no casarse es algo fundamentalmente muy distinto del celibato, porque el no casarse se basa en la voluntad de vivir sólo para uno mismo, de no aceptar ningún vínculo definitivo, de mantener la vida en una plena autonomía en todo momento, decidir en todo momento qué hacer, qué tomar de la vida; y, por tanto, un «no» al vínculo, un «no» a lo definitivo, un guardarse la vida sólo para sí mismos. Mientras que el celibato es precisamente lo contrario: es un «sí» definitivo, es un dejar que Dios nos tome de la mano, abandonarse en las manos del Señor, en su «yo», y, por tanto, es un acto de fidelidad y de confianza, un acto que supone también la fidelidad del matrimonio; es precisamente lo contrario de este «no», de esta autonomía que no quiere crearse obligaciones, que no quiere aceptar un vínculo; es precisamente el «sí» definitivo que supone, confirma el «sí» definitivo del matrimonio. Y este matrimonio es la forma bíblica, la forma natural del ser hombre y mujer, fundamento de la gran cultura cristiana, de grandes culturas del mundo. Y, si desapareciera, quedaría destruida la raíz de nuestra cultura. Por esto, el celibato confirma el «sí» del matrimonio con su «sí» al mundo futuro, y así queremos avanzar y hacer presente este escándalo de una fe que basa toda la existencia en Dios. Sabemos que junto a este gran escándalo, que el mundo no quiere ver, existen también los escándalos secundarios de nuestras insuficiencias, de nuestros pecados, que oscurecen el verdadero y gran escándalo, y hacen pensar: «No viven realmente sobre el fundamento de Dios». Pero ¡hay tanta fidelidad! Precisamente las críticas muestran que el celibato es un gran signo de la fe, de la presencia de Dios en el mundo. Pidamos al Señor que nos libre de los escándalos secundarios, para que haga presente el gran escándalo de nuestra fe: la confianza, la fuerza de nuestra vida, que se funda en Dios y en Cristo Jesús».
Tras estos pronunciamientos no queda otra cosa que valorar lo que por encima de una ley eclesiástica es un don sobrenatural que Dios ha concedido a su Iglesia para beneficio de su pueblo.
Los católicos – como bien dice san Pablo – vivimos de fe. De fe heredada y cultivada, de fe pensada y amada y en esa perspectiva hemos de valorar el sacerdocio católico. El sacerdote es un hombre de fe, que vive de la fe, que predica la fe y celebra la fe.
El celibato que éste asume libremente es un acto que aviva la fe del pueblo y está al servicio del pueblo. El celibato sacerdotal se convierte, de este modo, en un acicate para el ministerio pastoral así como una fuente de gracia y eficacia para el mismo. Y esta eficacia sirve para el ejercicio ministerial tanto entre los indígenas amazónicos como entre los pueblos del Bierzo o del África subsahariana.
Solo desde una justa valoración del celibato nos llevará a la valoración del sacerdocio católico. Sólo desde una visión sobrenatural del sacerdocio entenderemos que Dios los llamó a escoger su mejor parte. El celibato es parte del lote de su heredad que el salmista (cf. Sal 15) les profetizó.
Guy Fawkeslein
*permitida su reproducción mencionando a DominusEstBlog.wordpress.com
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