Llamados a acoger la Palabra para dar frutos: Comentario 22 de Marzo del 2019
Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
En
la parábola de hoy, encontramos el siguiente significado: el propietario es
Dios; la viña es el pueblo elegido de Israel; los siervos son los profetas; el
hijo es Jesús, muerto fuera de las murallas de Jerusalén; los viñadores
homicidas son los judíos infieles; el otro pueblo al que se le confiará la
viña, los paganos. Así como el Padre hizo todo cuanto estaba de su parte por la
viña, así también el Señor cuidó a su pueblo Israel y cuida ahora de su pueblo
cristiano.
Para
que el Nuevo Pueblo de Dios pueda dar frutos nos da su Palabra, nos da a su
propio Hijo para que le aceptemos y nos vayamos configurando cada vez más con
él, para que le imitemos. Que no por causa de nuestra necedad, ignorancia e
infidelidad, rechacemos a su propio Hijo que ha querido dar la vida para
nuestro rescate y perdamos la oportunidad de entrar en el Reino de los cielos.
Por eso, Dios nos sigue mandando a sus enviados y con ellos, nos sigue mandando
a su propio Hijo para que le abramos el corazón, podamos sentirnos amados por
él y, sobre todo, podamos comprender que somos hijos de un mismo Padre que es
totalmente misericordioso. Pero no solamente eso, si no que así como algún
enviado de parte de Dios vino a mi vida para que aceptara y conociera a Cristo,
así también quiere enviarme a mí para que otros hombres puedan aceptarle y
conocerle. Ahí donde hay alguien que acepte a Cristo, ahí comienza a germinarse
la semilla de la fe, y estar en Cristo Jesús es comenzar a estar ya, en el
reino de los cielos.
Tenemos
que comprender que la vida es prestada, estamos de paso por este mundo, no
somos los dueños de ella y un día se nos pedirá cuentas de lo que hicimos pero
también de lo que no hicimos. A los labradores de los cuales nos habla hoy el
evangelio (que maltrataban a los criados que el dueño enviaba para pedir los
frutos que le correspondían, y por último, también maltrataron y mataron a su
propio hijo), les pasó eso, que se sintieron dueños de la viña que había
plantado el propietario, fueron infieles al encargo que habían recibido
desobedeciendo su palabra y, por último, terminaron por perder todo lo que
habían recibido, puesto que el propietario: “hará
morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores,
que le entreguen los frutos a sus tiempos”. Lamentablemente, también a
nosotros nos puede pasar que nos sintamos dueños de todo: del tiempo, de la
historia, de las leyes, de la propia vida o, incluso hasta de la vida de los
demás; que no haciendo caso a la Palabra de Dios y no esforzándonos por dar
buenos y abundantes frutos, se nos quite lo poco que tenemos y se le dé a otro
que sea capaz de poder entregar los frutos a su tiempo. A veces como que todo
lo dejamos para después, decimos que mañana lo haremos: “mañana voy a misa”,
“mañana voy a confesarme”, “mañana me caso”, “mañana pido perdón”, “mañana
ayudo a los demás” “mañana evangelizo o sirvo en algún apostolado de la
Iglesia”, “mañana me supero y me pongo a trabajar” y así, se nos pasa la vida
sin poder dar ningún fruto bueno.
Los
frutos que exige ahora el Señor de esta su viña son la observancia de la ley y
las buenas obras: obras de justicia y caridad, santidad de vida.
Hoy
deberíamos preguntarnos: ¿Estoy ofreciéndole frutos buenos a Dios en su Iglesia
con la esperanza de entrar en su Reino o me siento dueño, seguro y merecedor de
éste y por eso no me preocupo de nada, y más bien, me dedico a desperdiciar el
tiempo y la existencia?, ¿Mi configuración con Cristo me lleva a ponerme al
servicio de los demás? ¿Al revisar mi vida, qué tanto he aprovechado todo lo
que Dios me ha dado, no será que Dios debería de darle mejor a alguien más eso
que yo tengo porque no he sabido aprovecharlo para hacer el bien a los demás y
para procurar la salvación de otras almas?
No
cabe duda, para que su Iglesia pueda dar abundantes frutos, para que pueda dar
vida, para que pueda ofrecer la salvación a todos los hombres Dios la quiso eminentemente
misionera; una Iglesia que acoja la Palabra de Dios pero que también la de a
conocer a los demás, que se haga rica en obras de misericordia para que pueda
enriquecer a otros, que salga y vaya a las calles, que no se sienta dueña y
exclusiva de la salvación, sino que pueda dar abundantes frutos mostrando el
verdadero rostro del evangelio: Jesucristo, nuestro Señor. La palabra de Dios
es lo esencial para la vida, recibámosla, vivámosla y comuniquémosla a los
demás para seguir construyendo éste Reino de Dios. Hagamos que Jesucristo
misionero del Padre sea conocido, amado y servido en todas las periferias de la
sociedad y de la propia existencia, esta es la mejor manera de ser fieles al
encargo recibido de parte del propietario de la viña. María, estrella de la
evangelización, ruega por nosotros.
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