“El doble precepto de la caridad: a Dios y al prójimo”: Comentario 04 de enero del 2019
Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
En la primera lectura de la Liturgia de la Palabra de hoy encontramos: “Los hijos de Dios y los hijos del demonio se manifiestan en esto: el que no practica la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano”. Por esto, debemos ocuparnos en el doble precepto de la caridad.
<<Lleno de amor ha venido a nosotros el mismo Señor, el maestro de la caridad, y al venir ha resumido como ya lo había predicho el profeta, el mensaje divino, sintetizando la ley y los profetas en el doble precepto de la caridad. Continuamente debemos pensar en amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos.
Este debe ser el objeto continuo de nuestros pensamientos, éste es el tema de nuestras meditaciones, esto es lo que hemos de recordar, esto lo que debemos hacer, esto lo que debemos conseguir. El primero de los mandamientos es el amor a Dios, pero en el orden de la acción debemos comenzar por llevar a la práctica el amor al prójimo. El que te ha dado el precepto del doble amor en manera alguna podía ordenarte amar primero al prójimo y después a Dios, sino que necesariamente debía inculcarte primero el amor a Dios, después el amor al prójimo.
Pero piensa que tú, que aún no ves a Dios, merecerás contemplarlo si amas al prójimo, pues amando al prójimo purificas tu mirada para que tus ojos puedan contemplar a Dios; así lo atestigua expresamente San Juan: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”.
Escucha bien lo que se te dice: ama a Dios. Si me dijeras: “Muéstrame al que debo amar”, ¿Qué podré responderte sino lo que dice el mismo San Juan: Nadie ha visto jamás a Dios? Pero no pienses que está completamente fuera de tu alcance contemplar a Dios, pues el mismo apóstol dice en otro lugar: “Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios”. Por lo tanto, ama al prójimo y encontrarás dentro de ti el motivo de este amor; allí podrás contemplar a Dios, en la medida que esta contemplación es posible.
Empieza, por tanto, amando al prójimo: parte tu pan con el que tiene hambre, da hospedaje a los pobres que no tienen techo, cuando veas a alguien desnudo cúbrelo y no desprecies a tu semejante.
¿Qué recompensa obtendrás al realizar estas acciones? Escucha lo que sigue: “Entonces brillará tu luz, como la aurora”. Tu luz es tu Dios, él es tu aurora, porque a ti vendrá después de la noche de este mundo. Él, ciertamente, no conoce el nacimiento ni el ocaso, porque permanece para siempre.
Amando al prójimo y preocupándote por él, progresas sin duda en tu camino. Y ¿hacia dónde avanzas por este camino sino hacia el Señor, tu Dios, hacia aquél a quien debemos amar con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente? Aún no hemos llegado hasta el Señor, pero al prójimo lo tenemos ya con nosotros. Preocúpate, pues, de aquél que tienes a tu lado mientras caminas por éste mundo y llegarás a aquél con quien deseas permanecer eternamente>> (San Agustín).
Para amar a Dios y al prójimo hace falta que pongamos en el centro de nuestro corazón a Jesús, es decir, que nos descentremos, que salgamos de nuestro egocentrismo y dejemos a un lado nuestro individualismo. Eso es lo que encontramos en San Juan el Bautista, enseñó el camino para llegar a Jesús a sus mismos discípulos, y luego, lo mismo hizo el apóstol San Andrés con su hermano Simón a quien Jesús le pondrá el nombre de Pedro. Con Jesús es posible vivir en comunidad y la verdadera fraternidad, teniendo como principal recurso al amor.
Por eso, no hay mejor manera de amar a una persona que ayudarle a descubrir la verdad de su vida, su dignidad, el camino que lleva a la vida eterna. No hay mejor manera de amar a una persona que ayudarle a que se deje salvar por Jesús. Enseñar a nuestro hermano el camino hacia Jesús es nuestra tarea.
Excelente reflexion padre Manuel
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