“Jesús está recibiendo pecadores”: Comentario 11 de Diciembre del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
El
salmo número uno, nos presenta dos caminos para ser felices: el camino del bien
y el camino del mal; al bueno siempre le va bien, y Dios nunca lo abandona sino
que siempre lo protege y le tiene preparada una gran recompensa; mientras que,
al malvado, a pesar de que aparentemente le esté yendo bien, al final, lo
pierde todo y termina mal: en la frustración, el fracaso y la muerte. En la
liturgia del día de hoy, también se nos cuestiona sobre ¿cómo estamos viviendo
nuestra vida: cerca o lejos del Señor, en lo bueno o en lo malo, en el amor de
Dios o en la indiferencia total? Es necesario que nos preguntemos hoy: ¿en qué
ambientes nos movemos?, ¿cómo se encuentra nuestro historial de vida?, ¿cómo
son nuestras obras?, ¿de qué manera está influyendo nuestra vida en la de los demás
y, cómo es la relación que mantengo con Jesús?, ¿quién tiene la última palabra
en mis decisiones y en toda mi vida: el pecado o el amor de Dios, la muerte o
la vida?
Dios
nos creó para Él, Él es lo grande, nuestro premio, nuestra más grande
recompensa. A Dios no hay que tenerle miedo, porque no está para eso, existe
para amar y para salvarnos. Él es el único que permanece, nunca pasa de moda y
su amor es gratuito, no nos cobra, al contrario, nos bendice y nos provee, y
más aún, nos comprende y nos perdona para que no nos perdamos y seamos
condenados.
<<…Si no es Jesucristo, ¿quién recibe
misericordiosamente a los pecadores? ¿A caso el mundo?... ¿El mundo?... ¡Por
Dios!, si se nos asomara a la frente toda la lepra moral de las injusticias que
quizás ocultamos en los repliegues de la conciencia, ¿qué haría el mundo si no
huir de nosotros gritando escandalizado: ¡Fuera el leproso!? Rechazarnos
brutalmente diciéndonos, como el fariseo, ¡apártate, que manchas con tu
contacto! El mundo hace pecadores a los hombres, pero luego que los hace
pecadores, los condena, los injuria, y añade al fango de sus pecados el fango
del desprecio. Fango sobre fango es el mundo: el mundo no recibe a los
pecadores. A los pecadores no los recibe más que Jesucristo>> (San
Alberto Hurtado). Por eso, si Jesucristo
está recibiendo pecadores, dejémonos perdonar por Él.
El
perdón se pide, se pide a otro, y en la confesión pedimos perdón a Jesús. El
perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, es un don del
Espíritu Santo, que nos llena de la purificación de misericordia y de gracia
que brota incesantemente del corazón abierto de par en par de Cristo
crucificado y resucitado. Sólo si nos dejamos reconciliar en el Señor Jesús con
el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en la paz. Y esto lo
hemos sentido todos en el corazón cuando vamos a confesarnos, con un peso en el
alma, un poco de tristeza; y cuando recibimos el perdón de Jesús estamos en
paz, con la paz que sólo Jesús puede dar.
Celebrar
el sacramento de la Reconciliación significa ser envueltos en un abrazo
caluroso: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre. Recordemos la
hermosa parábola del Hijo que se marchó de su casa con el dinero de la
herencia; gastó todo el dinero, y luego, cuando ya no tenía nada, decidió
volver a casa, no como hijo, sino como siervo. Tenía tanta culpa y tanta
vergüenza en su corazón. La sorpresa fue que cuando comenzó a hablar, el Padre le
abrazó, le besó e hizo fiesta. Por eso, cada vez que nos confesamos, Dios nos
abraza. Dios hace fiesta
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