Dejemos que Dios sea Dios: Comentario 19 de Diciembre del 2018

                                       Padre Manuel de Jesús de los Santos
                                                              Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
          Parroquia Santa Marìa de los Ángeles



Cuando Herodes el grande era rey en todo el territorio de Israel un anuncio especial se hizo a Zacarías, el sacerdote que había pasado toda su vida sirviendo en el templo. Ha sido escogido para ser el padre de Juan el Bautista. El anuncio se hace en un contexto de imposibilidad humana para realizarlo sin la ayudad de Dios: Zacarías es anciano, al igual que su esposa; ella, además, es estéril. Pero Dios quiso mirarlos con predilección.
Zacarías e Isabel, los padres de Juan el Bautista eran justos y santos en la presencia de Dios nuestro Señor. Dios los premió concediéndoles la alegría de tener un hijo, pese a lo avanzado de su edad. La justicia de Zacarías y su mujer era la propia del buen Israelita, que consistía en la observancia perfecta de la ley y esta justicia se alimentaba de la fe y la esperanza en el Mesías.
Esto debe ser un ejemplo para nosotros, que debemos vivir con entera fidelidad, que por cierto, será recompensada por Dios, si no en este mundo, si siempre en la otra vida.
La fe de Zacarías fue puesta a prueba; las razones humanas están en contra de la promesa del ángel, pero al fin, la promesa de Dios se cumplió. También en nuestra vida se cumplirá la Palabra de Dios, aún contrariando todas las razones humanas.
La santidad de vida, la fidelidad a la Palabra de Dios, ha de ser tu principal preocupación; la austeridad de vida que te lleve, aún en medio de las cosas de la tierra, a preocuparte con mayor fuerza de las cosas de Dios.
El evangelio afirma que Zacarías e Isabel “eran justos a los ojos de Dios”; es lo que a ti debe preocuparte; tu santificación delante de Dios, que ve el fondo del corazón y conoce los más íntimos secretos e intenciones.
El apoyarse en seguridades es una tendencia natural en el hombre, pero a veces, llega a convertirse en una tentación que entorpece los planes divinos. Fue precisamente esto lo que llevó a Zacarías a la duda, y después tuvo que pagar las consecuencias: deberá quedarse mudo. Y es que toda desconfianza en la voluntad divina tiene sus consecuencias. Puede verse también, sin embargo, que ante las cosas de Dios se pierde hasta el habla, porque las palabras se hacen insuficientes para contener lo que sólo el corazón puede decir.
Que nuestra fe no nos haga quedarnos mudos, al contrario, que la fe sincera que tenemos en Nuestro Señor, nos lleve cada día a hablar de las maravillas que sólo Dios es capaz de realizar, a ser anunciadores de la Buena Noticia del Evangelio, de la alegría de conocer y servir a Dios; que también, esta misma fe, nos ayude a relacionarnos cada vez mejor con nuestros hermanos, a tener un mejor trato, a ser amables, comprensibles y a saber escuchar para ayudar en los momentos de dificultad. No quedarme mudo, significa ser un buen cristiano, significa que las dudas no me desaniman, al contrario, me permiten crecer y avanzar por el camino de la santidad; significa tomarme en serio mi papel de “misionero”: obedecer el mandato de Jesús, de salir de las propias comodidades y sentirme enviado para anunciar la Palabra de Dios.
Cuando Dios nos pide o nos anuncia algo, lo hace para que nuestra vida se convierta en una bendición para los demás, nunca porque quiera estropear nuestros planes o busque arruinar nuestra vida. Dios se quiere meter en nuestra vida para devolvernos la dignidad que un día por la desobediencia y el pecado habíamos perdido, la Palabra de Dios nos levanta y nos devuelve la esperanza para tener fuerza en la vida, nos perfuma con el aroma de la santidad, hace que la gente ya no nos desprecie; por eso Isabel va a llegar a decir: “El Señor me ha hecho esto ahora, para que la gente ya no me desprecie”. Dios también quiere obrar en nuestra vida para que la gente ya no nos desprecie, para que el mundo ya no nos juzgue y condene. Sólo Dios basta para vivir y ser felices, permitámosle que se meta en nuestra vida y en nuestros planes y, preparémonos para contemplar sus maravillas. Dejemos que Dios sea Dios, no le impidamos que obre en nuestra vida y sociedad con nuestra pobre respuesta.
Pidámosle a Dios que seamos hombres llenos del Espíritu Santo, libres y valientes para anunciar la llegada del Señor.

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