Comentario 25 de Enero del 2018: “¿Qué debo hacer Señor”
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Hay
gente en este mundo que piensa que vino para hacer, para trabajar, para
producir, para ganar dinero y para hacerse cada vez más rico. Gente que vive de
las apariencias, de lo que pueden pensar o decir los demás sobre su imagen. Le
dan más importancia a las cosas materiales, a las cosas de afuera pero no a las
del corazón. Muchas veces vivimos una religiosidad puramente externa, la cumplimos
solamente, pero no afecta a nuestra vida interior. Todo hombre tiene
necesidades materiales, pero no se nos debe olvidar que, ante todo, tenemos
necesidades espirituales, como la necesidad de cambio interior, de una
constante conversión. Hoy, el Señor nos hace el llamado a la conversión como a
San Pablo.
Sabemos
que tenemos que cambiar y renovarnos, pero a la hora de hacerlo, no se cambia
lo que realmente importa. Muchos, lo único que cambian es el color de la casa o
la casa misma, los muebles, el auto, los celulares, la laptop, la ropa, la pareja con quien viven
(algunos no la cambian porque ya no les queda de otra), pero no cambian sus
aptitudes, su manera de pensar, su esquemas mentales, su manera de vivir.
Algunos hasta han llegado a pensar que la vida es tan dura con ellos por la
culpa de los demás, porque si tal o cual persona no formara parte de su vida o
nunca la hubieran conocido, estarían mejor y serían más felices.
Que
desdichada es la vida cuando nos aferramos a vivir como siempre, envuelta en
problemas y ; cuando decimos que “así somos y así nos vamos a morir”; cuando
decimos que así nos enseñaron, que esa es la mejor manera que funciona y que así es como vamos a permanecer; cuando
no nos abrimos a las oportunidades que Dios nos regala para crecer, para
aprender y para crear nuevas relaciones. Le tenemos miedo al cambio, miedo a
descubrirnos frágiles e imperfectos, miedo a descubrir que no lo podemos ni lo
sabemos todo, que no somos mejores que nadie y, muchas veces, que no somos ni
tenemos nada que nos pertenezca. Es conveniente que nos dejemos encontrar por
Jesús, como San pablo, porque en Jesús los miedos desaparecen, en él está
asegurada nuestra vida y no estamos solos, en él somos libres y aprendemos a
vivir de verdad.
Sin
Jesús, la vida se convierte en persecución, creemos y pensamos que los demás
son una amenaza o un estorbo, que no nos quieren, que nos quieren hacer la vida
imposible y destruir. Pero no es que los demás no nos quieren, esa es la
perspectiva que tiene alguien que no se ha dejado amar por Dios, alguien que no
ha hecho la experiencia de la misericordia y del perdón de Dios. Quien no se siente
amado por Dios muestra la furia, el dolor, la violencia, el sufrimiento y los
miedos que lleva dentro con los demás y les hace daño, los lastima y, a veces,
los incapacita para que se desarrollen y lleguen a ser felices de verdad. Y
Jesús nos pregunta: “¿Por qué me
persigues?”, ¿por qué te haces daño y lastimas a los que viven contigo?
¿Qué te falta para que comiences a vivir y seas feliz? ¿Qué necesitas para que
ames de verdad?
Necesitamos
dejarnos encontrar y levantar por Jesús, dejar que él ilumine nuestra vida con
la luz de su Palabra y que nos cure con el bálsamo de su Misericordia. Necesitamos
dejarnos amar por Jesús, descubrir la certeza que en todo este tiempo no hemos
estado solos porque él nunca abandona, traiciona o defrauda. El amor de Jesús
es siempre fiel. Podrá abandonarnos, decepcionarnos o hasta traicionarnos
cualquier ser humano, incluso hasta quien considerábamos que era nuestro mejor
amigo, pero Jesús, jamás nos abandonará. Es necesario que nos dirijamos a Jesús
y le preguntemos con San Pablo: “¿Quién
eres Señor?”, ¿Por qué te preocupas tanto por mí? ¿Quién soy yo para que me
busques y te intereses por mí?
Solamente
el hombre que ha sabido encontrarse a sí mismo en Jesús, es el que ha aprendido
a soltar todas las ataduras que lo mantenían encadenado como un esclavo, ha
aprendido a ser libre y a vivir en la verdad, ya no más mentiras, ya no más
apariencias, ya no más hipocresías ni máscaras, ya no más vida errante y
solitaria. Jesús nos devuelve la dignidad de sentirnos hijos amados por un Dios
bueno y amoroso que es nuestro Padre, no es cualquier “diosito”, él es nuestro
Padre de verdad, el único que nos ha llamado a la existencia dándonos el regalo
más hermoso: la vida. Y es el mismo también que no llama a vivir en comunidad,
ya no más soledades ni egoísmos.
No
ha habido alguien que queriendo destruir a Jesús y a los suyos no termine por
destruirse y perderse a sí mismo. Por el contrario, también, no ha habido
alguien que encontrando verdaderamente a Jesús no se haya encontrado a sí mismo
y haya querido formar parte de su Iglesia. Por eso, dirijámonos a Jesús y
preguntémosle con San Pablo: “¿Qué debo
hacer Señor?”, para que obtengamos la respuesta de parte de Ananías: “El Dios de nuestros Padres te ha destinado
para conocer su voluntad, para ver al justo y escuchar su Palabra, porque tú
darás testimonio ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Y ahora,
¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y purifícate de tus pecados
invocando su nombre”.
Si
no evangelizamos, si no predicamos, si no hablamos de Jesús y no damos
testimonio de él ante los demás, somos unos mentirosos, en realidad, aún no lo
hemos encontrado y conocido. Para los que se les dificulta creer en Jesús, les
recomiendo que echen un vistazo a la vida y escritos de San Pablo. ¿San Pablo
tenía alucinaciones o demencia? ¿Qué fue lo que vio, que después de andar
persiguiendo a los cristianos cambio totalmente su postura y comenzó a predicar
el evangelio de Jesucristo? No nos confundamos, más que llevar a Jesús en la
cabeza, hay que llevarlo en el corazón y vivirlo con la propia vida.
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