Comentario 24 de Enero del 2018: ¿Fértiles o estériles?
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Hoy
celebramos a San Francisco de Sales, el santo de la dulzura y de la amabilidad.
Él dijo: “… así también (Dios) mandó a
los cristianos, que son como las plantas de su Iglesia viva, que cada uno diera
un fruto de devoción conforme a su calidad, estado y vocación. La devoción,
insisto, se ha de ejercitar de diversas maneras, según se trate de una persona
noble o de un obrero, de un criado o de un príncipe, de una viuda o de una
joven soltera o bien de una mujer casada. Más aún, la devoción se ha de
practicar de un modo acomodado a las fuerzas, negocios y ocupaciones
particulares de cada uno… la devoción, en efecto, mientras sea auténtica y
sincera, nada destruye, sino que todo lo perfecciona y completa, y, si alguna
vez resulta de verdad contraria a la
vocación o estado de alguien, sin duda es porque se trata de una falsa
devoción… Así pues, en cualquier situación en que nos hallemos, debemos y
podemos aspirar a la vida de perfección”.
No
hay ninguna contradicción entre lo que dice San Francisco de Sales y lo que nos
encontramos en el Evangelio de hoy donde el Señor nos invita a no tener miedo
de abrirle el corazón a su Palabra para que nuestra vida produzca frutos
abundantes, frutos de santidad para toda su Iglesia. Y es que precisamente, a
veces pensamos y creemos que no nos es posible tener una vida devota porque le
echamos la culpa al trabajo, a la familia o a la vocación misma. Decimos que
estamos demasiado ocupados para creer en Dios y menos para llevar adelante
algún apostolado en el que nos pongamos al servicio de los demás, o decimos que
estamos demasiado cansados o viejos como para hacer algo que valga la pena. Nos
dejamos vencer por el pesimismo estéril, ese pesimismo que no nos deja avanzar
y ponernos en las manos del Señor.
Abrir
el corazón a la Palabra no solamente significa tener apertura de inteligencia y
de voluntad (del corazón) para recibirla, sino también para darla, para
compartirla, para sembrarla en tierras diferentes, tal como nos encontramos al
sembrador de la Parábola de Jesús el día de hoy. Lo que hace grande a una
persona, lo que le ayuda a santificarse no es solamente que diga que cree en
Jesús, o que lo conoce porque ha asistido a tal o cual retiro o curso, aunque,
el retiro o curso haya sido uno de los mejores que haya vivido en su vida. Lo
que hace grande a una persona es que habiendo visto, escuchado, aceptado y
conocido, se deja transformar la vida por Jesús, adecua su propia vida a la de
él y se pone al servicio de los demás, es decir, se pone a comunicar esta bella
experiencia que vivió al encontrarse con el Dios de la vida; porque cuando nos
encontramos con Dios, nos encontramos con la vida, con las relaciones, con la
Alegría, más no con la tristeza, el pesimismo o la muerte. Jesús es el Dios de
la vida no de la muerte. Convendría que nos preguntáramos ¿con qué Jesús nos
hemos encontrado, con un Jesús muerto y vencido o con un Jesús vivo y
victorioso?, ¿a qué Jesús seguimos y escuchamos?
“A
través de la Palabra Dios se revela y se comunica, y a través de ella, renueva
cada día su alianza de amor. De esta Palabra ha brotado la vida que se sigue
transmitiendo cada día. De ahí que la persona creyente busque cada mañana el
contacto vivo y constante con la Palabra que se proclama ese día, y la medite y
la guarde en su corazón como un tesoro, convirtiéndola en la raíz de todos sus
actos y el primer criterio de sus elecciones. Y, lo mismo, al final de la
jornada se confronta con ella y alaba a Dios porque ha visto cómo la Palabra
eterna se realiza en los avatares del día a día, al tiempo que confía a la
fuerza de la Palabra cuanto ha quedado sin llevarse a cabo. Porque,
efectivamente, la Palabra no trabaja sólo de día sino siempre”.
Así
pues, si nos mantenemos en una constante sintonía con el Señor a través de su
Palabra nuestra vida será bendecida con abundantes frutos, pero si confiamos
más en nosotros mismos o nos dejamos vencer rápidamente por el pesimismo, lo
más probable es que lo único que consigamos sea casarnos con la decepción y la
esterilidad. Seamos generosos para vivir y para servir, como nos lo hace ver
Jesús en la parábola del sembrador, que no escatimó para ir tirando la semilla
en diferentes tipos de tierra, sino que se arriesgo con la esperanza de que
podría recoger, por lo menos, un tanto por ciento de los frutos. Es eso lo que
necesitamos también nosotros, hay que arriesgarnos, hay que atrevernos, hay que
mirar la vida con Esperanza, porque sin esperanza ya estamos vencidos y
muertos. El sembrador de la parábola tuvo que ver su trabajo con esperanza, porque
de lo contrario no hubiera tenido ningún sentido lo que estaba haciendo de
tirar las semillas por diferentes tipos de tierras. Sin esperanza la vida, los
apostolados, nuestras relaciones son pura locura y demencia. Más con la
paciencia, la confianza y la esperanza cristiana, la vida y todo lo que hacemos
se convierten en oportunidades de evangelización y santificación. Por ello, es
indispensable que evangelicemos y nos dejemos continuamente evangelizar, y que
dejemos que la Palabra de Dios sea cada vez más el corazón de toda actividad
eclesial.
Supliquemos
a Nuestra Madre, la Reina de la Paz, que nos ayude a evangelizar para llevar la
paz ahí donde hay desesperación.
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