El don de lágrimas en Teresa de Jesús

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Don de lagrimas Santa TeresaEl “don de lágrimas”, en el discernimiento espiritual goza de una importancia singular. Santa Teresa no será ajena a este tema y en sus escritos encontraremos habitualmente a borbotones tal experiencia. Por ejemplo: al contacto con el Tercer Abecedario de Francisco de Osuna...
“Como ya el Señor me había dado don de lágrimas” (V 4,7) 
Introducción
En el discernimiento espiritual goza de particular importancia “las consolaciones” espirituales. La Sagrada Escritura nos aporta innumerables textos en donde queda demostrado el deseo divino de consolar, por ejemplo: “consolad, consolad a mi pueblo -dice vuestro Dios-“ (Is 40,1). En toda la Escritura Veterotestamentaria encontraremos abundantes pasajes en donde Yahvé asume la tarea de un Dios consolador. Si vamos al Nuevo Testamento, nos topamos con la alegre constatación de la tarea consoladora de Jesús: la mujer pecadora (Lc 7,38), Jesús a la mesa con los pecadores (Lc 5,29), el consuelo de María Magdalena (Jn 20,11-18), etc.
Será San Pablo que nos ofrecerá una sustanciosa comprensión de lo que es el consuelo cristiano aún en medio de las tribulaciones:
“¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación! Él nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos consolar a los que se sienten tribulados, ofreciéndoles el consuelo que nosotros mismos recibimos de Dios! Pues, así como abundan en nosotros los sufrimiento de Cristo, igualmente abunda nuestro consuelo por medio de Cristo” (2 Cor 1,3-5).
Aunque la temática a desarrollar es sobre el consuelo, no haremos un estudio detallado sobre este don, sino sobre el “don de lágrimas” que es una de las expresiones del don de la consolación. El llanto, como don, forma parte de una larga tradición en los escritos espirituales. Será el biógrafo de San Antonio, es decir, San Atanasio, el primero en escribir sobre ello, en un libro que se le atribuye llamado De virginitate. Dicho don, encuentra su fundamento en muchos textos evangélicos por ejemplo: la mujer pecadora en la casa de Simeón el fariseo (Lc 7,38), Pedro arrepentido de haber negado al Señor (Lc 22,61-62) y otros muchos más.
El “don de lágrimas”, en el discernimiento espiritual goza de una importancia singular. Santa Teresa no será ajena a este tema y en sus escritos encontraremos habitualmente a borbotones tal experiencia. Por ejemplo: al contacto con el Tercer Abecedario de Francisco de Osuna: “holguéme mucho con él y determinéme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas. Y, como ya el Señor me había dado don de lágrimas y gustaba leer, comencé a tener ratos de soledad y a confesarme a menudo y comenzar aquel camino teniendo aquel libro por maestro” (V 4,7). Teresa, en comunión con la tradición espiritual ve en las lágrimas un verdadero don, pues hablando de las lágrimas verdaderas dice:”vienen lágrimas; algunas veces parece las sacamos por la fuerza; otras el Señor parece nos la hace para no podernos resistir. Parece nos paga su Majestad aquel cuidadito con un don tan grande como es el consuelo que da a un alma ver que llora por tan gran Señor; y no me espanto, que le sobra razón de consolarse. Regálase allí; huélgase allí”(V 10,2). De estas lágrimas consoladoras, identificará tanto sus causas como también sus efectos con verdadero minuciosidad, pues está convencida que si bien existe el don de lágrimas, no todas las que se derraman son perfectas (Cfr. CV 17,4), es así que las lágrimas correrán por sus escritos con la misma profusión que eran derramadas en su vida. Las habrá desde distintas situaciones y prestaremos la importancia debida en cada una de las por ella abordadas.
Lágrimas en la vida de Teresa
Las primeras lágrimas de las cuales tenemos noticia en su vida, fueron aquellas que derramó a los pies de la imagen de la Virgen, recién muerta su madre: “supliquéla fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que aunque se hizo con simpleza, que me ha valido” (V 1,7).
Seguidamente las lágrimas las admirará en aquellas doncellas que habitan en Santa María de Gracia, las cuales al leer la Pasión, derramaban muchas y Teresa se contempla recia de corazón (Cfr. V 3,1), será una idea que reiterará en el libro de Moradas del Castillo Interior (Cfr. 6M 6,8). Pero sería una tarea tesonera, poner toda la secuencia de las lágrimas en Teresa, aquí nos interesa solamente señalar que en la vida de Teresa se dan citas muchas lágrimas, algunas por alegría, por ejemplo ella cuenta que: “yo he visto derramar lágrimas de un gran contento, y aun me ha acaecido alguna vez” (4M 1,4); en otras ocasiones fueron lágrimas abundantes que se derramaron ante hechos dolorosos o preocupantes. Teresa, vivirá episodios fatigosos debido a la angustia de no saberse dar a entender con sus confesores: “fatigábame de haberlo dicho al confesor, pensando si le había engañado. Este era otro llanto, e iba a él y decíaselo” (V 28,4).
Otro episodio que le causará mucho dolor, será la muerte del General Rubeo, quien en un inicio facilitó los proyectos fundacionales tanto femeninos como masculinos. La muerte del General de la Orden Rubeo o Rossi, provocará mucho dolor en la Santa: “Ternísima estoy, y el primer día llorar que llorarás sin poder hacer otra cosa” (Cta 263,1)[1].
Derrama lágrimas debido a las incomprensiones de sus confesores en su noviciado místico: “con el miedo que yo traía, fue grande mi aflicción y lágrimas, cierto, yo deseaba contentar a Dios y no me podía persuadir que fuese demonio” (V 23,12). Las lágrimas y aflicción en esos días fueron abundantes (V 23,15). Tendrá el mismo temor cuando comienza a recibir visiones intelectuales: “yo como estaba ignorantísima de que podía haber semejante visión, diome gran temor al principio y no hacía sino llorar” (V 27,2). Esta fatiga fue constante en ese período de su vida (V 27,1; 28,1.2; 28,4.1; 30,7), las habladurías en contra suya eran en exceso: “bastantes cosas había para quitarme el juicio” (V 28,18), todo este martirio lo resumimos así: “no hacia sino llorar” (V 28,14), pues temía las falsas ilusiones: “suplicaba mucho a Dios me librase de ser engañada (esto siempre lo hacía y con hartas lágrimas)…” (V 29,5).
Otras lágrimas surgirán ante la probabilidad de ser electa priora, pues no lo deseaba: “yo me fatigué mucho y no hacía sino llorar, porque pensé que era la cruz ser prelada…” (V 35,8).
Serán derramadas lágrimas, cuando recuerda el ánimo con que hizo su profesión religiosa dice: “esto no lo puedo decir sin lágrimas, y habían de ser de sangre y quebrárseme el corazón, y no era mucho sentimiento para lo que después ofendí” (V 4,3).
Las lágrimas acompañarán también el penoso trance de aquella enfermedad la cual la tuvo al borde de la tumba: “quiso el Señor tornase en mí. Luego me quise confesar. Comulgué con hartas lágrimas” (V 5,10).
Derramará lágrimas ante las noticias que les presenta Fray Alonso Maldonado sobre la situación de las almas en tierras americanas: “Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mí. Fuime a una ermita con hartas lágrimas…” (F 1,7).
Pero el constatar que está siendo inundada de muchas gracias y que todavía su vida no logra el ideal que quisiera, originará sentimientos y lágrimas de impotencia “enojábame en extremo de las muchas lágrimas que por la culpa lloraba, cuando veía mi poca enmienda” (V 6,4). Era doloroso para ella “verme recibir mercedes, pagando tan mal las recibidas, es un género de tormento para mi terrible”, en consecuencia: “aquí eran mis lágrimas y mi enojo de ver lo que sentía, viéndome de suerte que estaba en víspera de tornar a caer” (V 7,19).
Teresa, tiene sentimientos muy humanos, añora amistades, se duele de los trances de las separaciones:
“y en dejar las hijas y hermanas mías, cuando me iba de una parte a otra, yo os digo que, como yo las amo tanto, que no ha sido la más pequeña cruz, en especial cuando pensaba que no las había de tornar a ver y veía su gran sentimiento y lágrima. Que, aunque están de otras cosas desasidas, ésta no se lo ha dado Dios, por ventura para que me fuese a mí más tormento; que tampoco lo estoy de ellas, aunque me esforzaba todo lo que podía para no se lo mostrar y las reñía; mas poco me aprovechaba, que es grande el amor que me tienen, y bien se ve en muchas cosas es verdadero” (F 27,18).
Por otro lado, le provocarán una fina ironía un tipo de temores en almas muy particulares y extremo melindrosas: “hasta tener lágrimas nos hace temer de cegar” (V 13,7).
Como conclusión de este primer apartado podemos decir que, Teresa es una mujer que siente, que vive intensamente cada acontecimiento que acaece en su vida. Aunque su psicología o natural no era inclinado a la sensibilería (Cfr. V 3,1; 6M 6,8); las lágrimas frecuentaban su vida: algunas fueron de alegría; otras, como consecuencia de los sufrimientos; otras por la consideración piadosa de la vida y muerte de Jesucristo; por sus pecados, etc. Pero, finalmente, las que nos interesan en ella, son aquellas lágrimas confortadoras y discretas que llegan a su corazón sin causa precedente y que forman parte del don del consuelo, como después veremos.
Lágrimas adquiridas
Es el llanto que habitualmente se procura considerando la vida de Cristo, su Pasión y tantos otros dones. De igual manera, pueden aparecer al considerar la vida personal y constatar el abismo de amor del Señor en la propia existencia. Otras surgirán al contemplar el historial de pecado. En ese sentido las lágrimas serán gozosas y otros casos de verdadera compunción ante los pecados cometidos, pero serán siempre lágrimas adquiridas, es decir ha habido un esfuerzo de meditación o reflexión que las origina (con causa precedente). La Santa los trató con mucha profundidad:
“Primero había tenido muy continuo una ternura que, en parte, algo de ella me parece se puede procurar: un regalo que ni bien es todo sensual, ni bien es espiritual. Todo es dado de Dios; mas parece para esto nos podemos mucho ayudar con considerar nuestra bajeza y la ingratitud que tenemos con Dios; lo mucho que hizo por nosotros; su pasión con tan graves dolores; su vida tan afligida; en deleitarnos de ver sus obras, su grandeza, lo que nos ama; otras muchas cosas, que quien con cuidado quiere aprovechar tropieza muchas veces en ellas, aunque no ande con mucha advertencia. Si con esto hay algún amor, regálase el alma, enternécese el corazón, vienen lágrimas; algunas veces parece las sacamos por fuerza; otras el Señor parece nos la hace para no podernos resistir. Parece nos paga su Majestad aquel cuidadito con un don tan grande como es el consuelo que da a un alma ver que llora por tan gran Señor; y no me espanto, que le sobra la razón de consolarse. Regálase; huélgase allí” (V 10,2).
Las lágrimas procuradas con excelencia, en suma, se dan en torno a la meditación de la vida de Cristo: “porque, en pensar y escudriñar lo que el Señor pasó por nosotros, muévenos a compasión, y es sabrosa esta pena y las lágrimas que proceden de aquí” (V 12,1).
Lágrimas engañosas.
En muchas ocasiones las lágrimas serán engañosas aún en personas muy espirituales, pues son derramadas con abundancia, el peligro no está solo para las personas que observan a quien las derrama, atribuyéndole santidad o un gran crecimiento espiritual, sino que el peligro es para el orante mismo, pues se puede auto engañar y llegar a tener esa santidad espuria que Teresa denomina “santidad de melancolía” (Cta 95,11)[2] y, llegar a confundir, por falta de un adecuado discernimiento, sus estados emocionales con la santidad de vida, pues las lágrimas cuando son desmedidas[3] es claro indicio, según Teresa, de un humor de melancolía, es decir, de lo que hoy podríamos llamar una fase depresiva. O, en todo caso, esas lágrimas en multitud, indican un temperamento más sensible o emotivo, pero no por eso necesariamente “más espiritual”. Teresa nos ayuda a discernir sobre ellas y las desengaña:
“También advertid que suele causar la complexión flaca de estas penas, en especial si es en unas personas tiernas que por cada cosita lloran; mil veces las hará entender que lloran por Dios, que no sea así; y aun pude acaecer ser (cuando viene una multitud de lágrimas, digo, por un tiempo que a cada palabrita que oiga o piense de Dios no se puede resistir de ellas) haberse allegado algún humor al corazón, que ayuda más que el amor que se tiene a Dios, que no parece han de acabar de llorar; y, como ya tienen entendido que las lágrimas son buenas, no se van a la mano ni querrían hacer otra cosa, y ayudan cuanto pueden a ellas. Pretende el demonio aquí que se enflaquezcan de manera que, después, ni puedan tener oración ni guardar su Regla” (6M 6,7).
Como ya ha expresado, este llanto en exceso es más bien perjudicial para una verdadera y serena vida espiritual: “yo las tuve algunas veces a los principios, y dejábanme perdida la cabeza y cansado el espíritu, de suerte que otro día y más no estaba para tornar a la oración. Asi que es menester gran discreción a los principios para que vaya todo con suavidad y se muestre el espíritu a obrar interiormente. Lo exterior se procure mucho evitar” (V 29,9).
Esta idea es reiterada en su célebre obra Moradas del Castillo Interior, cuando habla de las diferencias entre gustos y contentos, su pluma se une al discernimiento que ha podido constatar, el texto es largo, pero a la vez muy esclarecedor:
“Ahora me acuerdo en un verso que decimos a prima al fin del postrer salmo que, al cabo del verso, dice: Cum dilatasti cor meum. A quien tuviera mucha experiencia esto le basta para ver la diferencia que de lo uno a lo otro; a quien no, es menester más. Los contentos que están dichos no ensanchan el corazón, antes lo más ordinariamente parece aprietan un poco, aunque con contento todo de ver lo que se hace por Dios; mas vienen una lágrimas congojosas, que en alguna manera parece las mueve la pasión. Yo sé poco de estas pasiones del alma, que quizá me diera a entender, y lo que procede de la sensualidad y de nuestro natural, porque soy muy torpe; que yo me supiera declarar si, como he pasado por ello, lo entenderá. ¡Gran cosa es el saber y las letras para todo!
Lo que tengo por experiencia de este estado, digo de estos regalos y contentos en la meditación, es que, si comenzaba a llorar por la pasión, no sabía acabar hasta que se me quebraba la cabeza; si por mis pecados, lo mismo. Harta merced me hacía nuestro Señor; que no quiero yo ahora examinar cuál es mejor, lo uno o lo otro; sino la diferencia que hay de lo uno a lo otro querría saber decir. Para estas cosas algunas veces van estas lágrimas y estos deseos ayudados del natural y como está la disposición; mas, en fin, como he dicho, vienen a parar en Dios, aunque sea esto. Y es tener en mucho, si hay humildad, para entender que nos mejor por eso; porque no se puede entender si son todos efectos del amor y, cuando sea, es dado de Dios” (4M 1,5-6).
De este humor nos habla también con abundancia en el famoso capítulo de las melancólicas, es decir el capítulo siete de Fundaciones. Sugiriendo que las almas melancólicas tengan necesariamente a alguien que obedecer, sostiene: “que, aunque se están deshaciendo en lágrimas y entre sí mismas, no hacen más de lo que les mandan y pasan su enfermedad como otras hacen… “ (F 7,5).
En sus comunidades estará sumamente atenta a que estas lágrimas no dañen la serena convivencia, sobre todo cuando se dan seudo fenómenos místicos: “quisiera saber qué es esto que dice que le hace Dios tanta fuerza, que no se declara. Mire el trabajo andar ahora con esos llantos delante de las otras, y que la vean escribir a cada paso. Procure eso que escribió, y enviármelo; y quítela la esperanza de que ha de tratar con nadie sino con nuestro padre, que la han destruido” (Cta 185,11-12)[4].
Llanto como consuelo.
Lágrimas consoladoras de compunción.
En orden de importancia, el primer derramamiento de lágrimas entendido como consuelo habrá que ubicarlo en los episodios narrados ante el encuentro de la imagen del Cristo muy llagado del capítulo noveno del libro de Vida.
Teresa tiene el encuentro con este Cristo, en marzo de 1554, al respecto no debemos olvidar que, en el capítulo siete, nos ha narrado que al contacto con Fray Vicente Barrón, volvió a la oración para nunca más dejarla (Cfr. V 7,17). En base a ello, el capítulo ocho sirve de escenario oportuno para desarrolla la invitación universal a la oración, pues ha visto en su propia vida los beneficios de la oración perseverante (Cfr. CV 21,2). Teresa lleva para entonces un poco más de diez años de intensa vida de oración. El propósito de la oración perseverante lo hizo probablemente en diciembre del año 1543, o a inicios de 1544. Ahora, ante la imagen del Cristo muy llagado la oración con decisión, comienza a dar sus frutos, acudamos al relato de esta tan conocida conversión:
“Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota, que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón se me partía, y arrojéme cabe él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle” (V 9,1).
En el encuentro con el “Cristo muy llagado, Teresa tiene la experiencia de eso que se le suele llamar “compunción” o el dolor de los pecados: “fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía” (V 9,1). El Señor le otorga a Teresa la vivencia del misterio de su Pasión. En otras palabras, Teresa cayó en la cuenta, que la muerte del Señor, no era solamente una consideración piadosa, sino que en dicha muerte, los pecados suyos habían estado de por medio. Con justa razón dirá: “porque el dolor de los pecados crece más mientras más se recibe de nuestro Dios” (6M 7,1). Un singular dato en la vida de Teresa, es que cuando el Señor le quería hacer una gran merced, en muchas ocasiones la hacía pasar por el crisol del recuerdo de sus antiguos pecados, pero no con el afán de acusarla, sino con la finalidad de hacerle constar que no obstante su incoherencia, Él se mostraba generoso otorgándole grandes mercedes:
“como comenzó el Señor a traerme a la memoria mi ruin vida, a vuelta de mis lágrimas como yo entonces no había hecho nada –a mi parecer-, pensé que si me quería hacer alguna merced; porque es muy ordinario, cuando alguna particular merced recibo del Señor, haberme primero deshecho a mí misma, para que vea más claro cuán fuera de merecerlas yo son; pienso lo debe el Señor de hacer” (V 38,18).
En el mismo capítulo nueve del libro de Vida, refiere también otras lágrimas, esta vez son ocasionadas por la lectura de las Confesiones de San Agustín, especialmente en el relato de su conversión: “Cuando llegué a su conversión y leía cómo oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón; estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas y entre mí misma con gran aflicción y fatiga” (V 9,8). Estas lágrimas ocasionaran efectos, que a su vez es la más certera prueba que no eran solo lágrimas “mujeriles” (Cfr. V 9,9), sino que le ayudaron en su proceso de conversión:
“Paréceme que ganó grandes fuerzas mi alma de la divina Majestad, y que debía oír mis clamores y haber lástima de tantas lágrimas. Comenzóme a crecer la afición de estar más tiempo con él y quitarme de los ojos las ocasiones, porque, quitadas, luego volvía a amar a su Majestad, que bien entendía yo –a mi parecer- le amaba, mas no entendía en qué está el amar de veras a Dios, como lo había de entender” (V 9,9).
 Las dos experiencias de lágrimas narradas en el capítulo nueve (ante “el Cristo muy llagado” y las Confesiones de San Agustín), están muy lejos de ser sentimentalismos espurios, pues se traslucieron en un avance notable en la vida espiritual, en otras palabras, produjeron frutos, aunque ella en un primer momento pensó que tan solo era sentimentalismo, habiendo constatado los buenos efectos que le dejó dice: “Parecíame que aquellas mis lágrimas eran mujeriles y sin fuerza, pues no alcanzaba con ellas lo que deseaba. Pues, con todo, creo me valieron; porque , como digo, en especial después de estas dos veces de tan gran compunción de ellas y fatiga de mi corazón, comencé más a darme a oración y tratar menos en cosas que me dañasen, aunque aún no las dejaba del todo, sino que, como digo, fueme ayudando Dios a desviarme” (V 9,9).
4.2 Lágrimas de verdadera consolación (lágrimas dadas por Dios).
El verdadero don del consuelo y las lágrimas como expresión del mismo, se encuentran más allá de la sensibilidad al llanto, más bien cuando este don se otorga, sus frutos son más observables en personas de escasa sensibilidad. Teresa se descubre así misma con cierta reciedumbre de corazón, es decir, poco tierna (Cfr. 6M 6,8), sin embargo ha podido experimentar como esas lágrimas le son dadas debido a una intensa vivencia de lo divino:
“porque no soy nada tierna, antes tengo un corazón tan recio que, algunas veces, me da pena; aunque, cuando el fuego de adentro es grande, por recio que sea el corazón, destila como hace un alquitara[5]; y bien entenderéis cuando vienen las lágrimas de aquí, que son más confortadoras y pacifican que no alborotadoras y pocas veces hacen mal” (6M 6,8).
Estas lágrimas de las que venimos hablando ha dicho Teresa que son “confortadoras” y “pacificadoras”, cabe resaltar que son dadas sin industria humana, es decir no son a fuerza de meditar (por ejemplo en la Pasión del Señor o la propia historia de pecado), sino que sobrevienen al orante en mención sin ningún esfuerzo suyo. En consecuencia nos instruye sobre otro aspecto que sirve de mucho para el discernimiento de este don:
“No pensemos que está todo hecho en llorando mucho sino que echemos mano del obrar mucho y de las virtudes, que son las que nos han de hacer al caso, y las lágrimas vénganse cuando Dios las enviare, no haciendo nosotras diligencias para traerlas; estas dejarán esta tierra seca regada, y son gran ayuda para dar fruto; mientras menos caso hiciéremos de ellas, más, porque es agua que cae del cielo; la que sacamos, cansándonos en cavar para sacarla, no tiene que ver con ésta, que muchas veces cavaremos y quedaremos molidas y no hallaremos ni un charco de agua, ¡Cuánto más pozo manantial! Por eso, hermanas, tengo por mejor que nos pongamos delante del Señor, y miremos su misericordia y grandeza y nuestra bajeza, y dénos él lo que quisiere, siquiera haya agua, siquiera sequedad: él sabe mejor lo que nos conviene. Y con esto andaremos descansadas, y el demonio no tendrá tanto lugar de hacernos trampantojos” (6M 6,9).
Este no procurar las lágrimas y la gratuidad con que son dadas las verdaderas, será una constante enseñanza en varios grados de oración en sus distintos libros; hagamos un breve recorrido de mano del libro de Vida:
Teresa no quiere que le demos importancia desmedida a las lágrimas, nunca serán garantía de santidad, y en algunos casos se pueden prestar a confusión: “Sí, que no está el amor de Dios en tener lágrimas, ni estos gustos y ternura que por la mayor parte los deseamos y consolamos con ellos, sino en servir con justicia y fortaleza de alma y humildad. Recibir, más me parece a mí eso, que no dar nosotras” (V 11,13).
En el famoso tratadillo de oración, hablará de la famosa agua con que se riega el huerto, ella será símbolo de: “lágrimas…, ternura y sentimiento de interior devoción” (V 11,9). En el primer grado todas las lágrimas son procuradas. Pero en el segundo que es el de la oración de quietud (caps. 14-15), dice la Santa: “las lágrimas que Dios aquí da ya van con gozo; aunque se sienten, no se procuran” (V 14,4).
En el tercer grado de oración, llamado “sueño de potencias” (V 16-17), no abordó directamente el asunto de las lágrimas, sin embargo, su tratamiento surge con fuerza al llegar al cuarto grado de oración, denominado “oración de unión” (18-21). Las lágrimas surgen con abundancia:
“Queda el alma de esta oración y unión con grandísima ternura, de manera que se querría deshacer, no de pena, sino de unas lágrimas gozosas. Hállase bañada de ellas sin sentirlo, ni saber cuándo ni cómo lloró; mas dale gran deleite ver aplacado aquel ímpetu del fuego con agua que le hace más crecer. Parece algarabía y pasa así.
Acaecídome ha algunas veces en este término de oración estar tan fuera de mí, que no sabía si era sueño o si pasaba en verdad la gloria que había sentido; y de verme llena de agua que sin pena destilaba con tanto ímpetu y presteza (que parece lo echaba de sí aquella nube del cielo),veía que no había sido sueño. Esto era a los principios, que pasaba con brevedad” (V 19,1).
Idea similar tiene cuando enumera los efectos de las hablas o locuciones: “¿Quién es éste que así le obedecen todas mis potencias, y da luz en tan gran oscuridad en un momento y hace blando un corazón que parecía piedra, da agua de lágrimas suaves adonde parecía había de haber mucho tiempo sequedad?” (V 25,19).
Las lágrimas verdaderas deben ser serenas y efectivas. Hablando de otros sentimientos impetuosos que se originan en el interior del orante y que también lo podríamos relacionar con las lágrimas, recomienda la mesura: “que recojan este amor dentro y no como olla que cuece demasiado, porque se pone la leña sin discreción y se vierte toda; sino que moderen la causa que tomaron para ese fuego y procuren matar la llama con lágrimas suaves y no penosas, que lo son las de estos sentimientos y hacen mucho daño” (V 29,9).
En Camino de Perfección, cuando está hablando de las excelencias del “agua” de la contemplación, que es a la vez fuego, dice:
“Pues, si es agua de lo que llueve del cielo, muy menos le matará; no son contrarios, sino de una tierra. No hayáis miedo se hagan mal el un elemento al otro, antes ayuda el uno al otro a su efecto, porque el agua de las lágrimas verdaderas (que son las que proceden en verdadera oración, bien dadas del Rey del cielo) le ayuda a encender más y hace que dure, y el fuego ayuda al agua a enfriar.
¡Oh, válgame Dios, qué cosa tan hermosa y de tantas maravillas, que el fuego enfría! Sí, y aun hiela todas las afecciones del mundo cuando se junta con el agua viva del cielo, que es la fuente de donde proceden las lágrimas que quedan dichas, que son dadas y no adquiridas por nuestra industria. Así que, a buen seguro que no deja calor en ninguna cosa del mundo para que se detenga en ellas, si no es para si puede pegar este fuego, que es natural suyo y no se contentar con poco, sino que, si pudiese, abrasaría el mundo” (CV 19,5).
En relación a esto mismo, en el libro de Vida, después de hablar de las excelencias de esta oración de unión, reconoce que algunas personas, a pesar de lo encumbrado de la experiencia pueden tornar a caer, tal y como le sucedió a ella (Cfr V 4,7), sin embargo, se propone dar ánimos a estas almas caídas de este estado y hace u nuevo recurso a las lágrimas: “aunque después de tan encumbradas (como es llegarlas el Señor aquí) caigan, no desmayen, si no se quieren perder del todo; que lágrimas todo lo ganan; un agua trae otra” (V 19,3). Esas lágrimas en algún momento parece que pagan las traiciones hechas al Señor: “con estas lagrimillas que aquí lloro, dadas de vos (agua de tan mal pozo, en lo que es de mi parte), parece que os hago pago de tantas traiciones, siempre haciendo males y procurando deshacer las mercedes que vos me habéis hecho. Ponedlas vos, Señor mío, valor; aclarad agua tan turbia, siquiera porque no dé a alguno tentación en echar juicios (como me la ha dado a mí)” (V 19,6).
Cuando se ha adentrado en el fenómeno de las hablas o locuciones narra cuáles son sus efectos y como están tan lejos de ser sentimentalismos: “de veras digo gustos: una recreación suave, fuerte, impresa, deleitosa, quieta. Que unas devocioncitas del alma, de lágrimas y otros sentimientos pequeños, que al primer airecito de persecución se pierden estas florecitas, no las llamo devociones, aunque son buenos principios y santos sentimientos, mas no para determinar estos efectos de buen espíritu o malo” (V 25,11).
En resumen, las lágrimas se hacen presente en la vida de cualquier orante, y de manera particular en la andadura espiritual de Teresa de Jesús.
CONCLUSIONES
Pienso que las conclusiones han ido saliendo espontáneamente, pero para reafirmar lo tratado pongo algunas aquí:
1º. El verdadero crecimiento espiritual no es proporcional a las lágrimas que se derraman, sino en la práctica de las virtudes, pues como nos dijo: “No pensemos que está todo hecho en llorando mucho sino que echemos mano del obrar mucho y de las virtudes, que son las que nos han de hacer al caso” (6M 6,9). De igual manera en su autobiografía dijo: “Sí, que no está el amor de Dios en tener lágrimas, ni estos gustos y ternura que por la mayor parte los deseamos y consolamos con ellos, sino en servir con justicia y fortaleza de alma y humildad” (V 11,13). Las verdaderas lágrimas consoladoras, se caracterizan por los efectos que realizan en la persona. Teresa no se cansa de hablarnos en todas las experiencias oracionales de los efectos que deja cada una de ellas; en una carta llama a estos efectos “dejos”: “el caso es que en estas cosas interiores de espíritu la que más acepta y acertada es, es la que deja mejores dejos…, llamo dejos confirmados por obras” (Cta 132,7)[6].
2º. Al igual que todos los dones de Dios, las lágrimas que otorga como don, no deben ser procuradas. La verdadera contemplación, a la cual muchas veces van ligadas las verdaderas lágrimas, no viene por industria humana: “trabajaremos en balde, que, como no se ha de traer esta agua por arcaduces, como la pasada, si el manantial no la quiere producir, poco aprovecha que nos cansemos; quiero decir que, aunque más meditación tengamos y aunque más nos estrujemos y tengamos lágrimas, no viene esta agua por aquí; sólo se da a quien Dios quiere y cuando más descuidada está muchas veces el alma” (4M 2,9).
3º. Si bien es cierto, que en las lágrimas procuradas, es decir mediante el esfuerzo humano (meditación o consideración de la vida de Jesucristo, o la historia personal de pecado, etc.), pueden venir unas lágrimas, éstas aunque pueden tener sus efectos favorables para el itinerario espiritual del orante, no tienen la fuerza que llevan las verdaderas lágrimas cuando Dios las da. Aunque, ciertamente, no son despreciables: “porque, en pensar y escudriñar lo que el Señor pasó por nosotros, muévenos a compasión, y es sabrosa esta pena y las lágrimas que proceden de aquí” (V 12,1). Pero también es cierto que no porque lloren sus pecados están exentos de otras tentaciones (Cfr. MC o CAD 2,21).
4º. Se debe ser cuidadoso, sobre todo en retiros de conversión o cualquier tipo de reunión espiritual, ha no querer manipular los sentimientos para que la gente llore, pues en muchas ocasiones se pretende esto, pero las lágrimas verdaderas del consuelo o compunción, son dadas sin causa precedente, tan solo las atiza la fuerte experiencia del amor de Dios: “también advertid que suele causar la complexión flaca cosas de estas penas, en especial si es en unas personas tiernas que por cada cosita lloran; mil veces las hará entender que lloran por Dios, que no sea así…” (6M 6,7).
5º. La verdadera compunción, no es alborotadora. El mal espíritu ahogará a la persona en sus culpas, para llevarle a la desesperación y ocasiona desasosiego, oscuridad, aflicción y oscuridad (Cfr. V 30,9). Una de las estrategias habituales del mal espíritu es que cuando no puede robar la gracia, dirige todas sus artimañas para robar la paz. A Teresa le sucedió durante algún tiempo esta tentación, la cual era ocasionada por la excesiva reflexión de la gravedad de sus pecados, hasta que cayó en la cuenta de ello, pues cuando es Dios el que quiere darnos la gracia de que nos veamos pecadores los sentimientos son equilibrados o serenos: “porque la humildad verdadera (aunque se conoce el alma por ruin y da pena ver lo que somos y pensamos grandes encarecimientos de nuestra maldad…), no viene con alboroto, ni desasosiega el alma ni la oscurece ni da sequedad; antes la regala” (Ib; CV 39,1-3).
6º. También, es muy probable que personas con la inclinación a la depresión se den mucho a las lágrimas; el ojo discernidor de Teresa se dio cuenta de ello, por eso nos instruye: “cuando viene una multitud de lágrimas, digo, por un tiempo que a cada palabrita que oiga o piense de Dios no se puede resistir a ellas, haberse llegado algún humor al corazón, que ayuda más que el amor que se le tiene a Dios” (Ib.). Ante esos períodos obsesivos, Teresa recomienda el distraerse y cortar el hilo con otra consideración (Cfr. F 6,7.15; CV 19,10).
7º. El Señor en su misericordia, otorga a algunas personas las lágrimas consoladoras, en los inicios de la vida espiritual, con la finalidad de motivarlos a la amistad con él, aunque los orantes no correspondan adecuadamente: “hay otra manera de amistad y paz, que comienza a dar nuestro Señor a unas personas que totalmente no le querrían ofender en nada; aunque no se apartan tanto de las ocasiones, tienen sus ratos de oración, dales nuestro Señor ternura y lágrimas, mas no querrían ellas dejar los contentos de esta vida, sino tenerla buena y concertada, que parece para vivir acá con descanso les está bien aquello” (MC o CAD 2,22).
8º. Las lágrimas consoladoras, es decir, las que son dadas directamente por el Señor, ya hemos dicho que no tienen causa precedente, pero si quisiéramos ubicar su origen habría que decir que, se destilan debido a una fuerte vivencia del amor de Dios: “si con esto hay algún amor, regálase el alma, enternécese el corazón, vienen las lágrimas” (V 10,2). En otro momento, vuelve a mostrar cómo el origen de estas lágrimas son la vivencia del amor: “porque no soy nada tierna, antes tengo un corazón tan recio que, algunas veces, me da pena; aunque cuando el fuego de adentro es grande, por recio que sea el corazón, destila como la alquitara” (6M 6,8). Los efectos de estas lágrimas llevan principalmente a la práctica de las virtudes (V6M 6,9; Cfr. V 11,13), y se descubren como auténticas también cuando son: “confortadoras y pacifican que no alborotadoras” (6M 6,8)[7].
AUTOR: Mons. Oswaldo Escobar, OCD



[1] A Jerónimo Gracián, 15-10-1578; en la EMC, Cta 272,1; en la BAC, Cta 262,1; en la ES, Cta 263,1.
[2] A María Bautista, 30-09-1575; en la EMC, Cta 98,8; en la BAC, Cta 97,11; en la ES, Cta 96,11.
[3] En estos temas de discernimiento, desde mi punto de vista, un criterio maestro es el que nos ofrece Santa Teresa en el libro de Fundaciones, de hecho lo menciono en varios de mis temas, dichos criterios aclaran esas faces obsesivas en las cuales muchos orantes se meten y piensan que ello está la santidad. Dichos criterios los resumo aquí: “Que todo lo que nos sujetare de manera que entendamos no deja libre la razón, tengamos por sospechoso” (F 6,15). Otro texto en relación es el siguiente: “y cuando una viere que se le pone en la imaginación un misterio de la pasión o la gloria del cielo o cualquier otra cosa semejante, y que está muchos días que, aunque quiere, no puede pensar en otra cosa ni quitar de estar embebida en aquello, entienda que le conviene distraerse como pudiere; si no, que vendrá por tiempo a entender el daño, y que esto nace de lo que tengo dicho, o de la flaqueza grande corporal o de la imaginación, que es muy peor” (F 6,7). En Camino de Perfección dirá: “con suavidad cortar el hilo con otra consideración” (CV 19,10). He traído estos textos a colación para hacer ver que si procuramos las lágrimas de una manera obsesiva, ello es improcedente para el adecuado camino del Espíritu, en resumen: no nos manipulemos a nosotros mismo ni nuestras facultades. Martín Velazco, especialista en temas de mística le llama a esto “onanismo místico”.
[4] A María de San José, 1y2 de marzo 1577; en la EMC, Cta 188,7; en la BAC, Cta 186, 11-12; en la ES, Cta 186,11-12.
[5] Alquitara, es de alambique: aparato que sirve para destilar o separar de otras sustancias más fijas, por medio del calor, una sustancia volátil. Se compone fundamentalmente de un recipiente para el líquido y de un conducto que arranca del recipiente y se continúa en una serpentina por donde sale el producto de la destilación (Diccionario RAE, voz “alquitara” y “alambique”). Muy utilizado en las antiguas fabricaciones clandestinas de aguardiente.
[6] A Jerónimo Gracián, 23-10-1576; en la EMC es Cta 136,4; en la BAC es Cta 134,7; en la ES es Cta 133,7.
[7] Semanas después que termine este pequeño estudio, cayó en mis manos la Revista de Espiritualidad Nº 297, de octubre a diciembre de 2015, de nuestros frailes de la Provincia Ibérica, en donde me encontré el estudio de Carlos Eymar, con el título “lágrimas de Santa Teresa”, las páginas en mención son de la 513 a la 541. El autor hace un profundo y sólido estudio sobre las lágrimas teresianas el cual invito a leer. Sustancialmente coincidimos en lo mismo, solamente que mi estudio va en la línea del discernimiento espiritual.

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