¿Desahuciado y obstinado en el Cisma y la Herejía? Que Dios no te encuentre fuera de la Iglesia
Dominus est
Una eternidad no te alcanzará para pagar por lo que irremediablemente hayas destruido, precisamente por aquello que te correspondía velar. Una eternidad para preguntarte una y otra vez: ¿valió la pena? Satanás quiere eso exactamente.
Arrepiéntete, repara los daños y vuelve a la Iglesia.
Por Dominus Est. 12 de agosto de 2019.
“Cualquier hereje o cismático, bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, si no estuviera congregado en la Iglesia Católica, de ningún modo puede salvarse”. San Fulgencio de Ruspe, De regula fidei ad Petrum
– Canon 1184 § 1. Se han de negar las exequias eclesiásticas, a no ser que antes de la muerte hubieran dado alguna señal de arrepentimiento: a los notoriamente apóstatas, herejes o cismáticos.
– Canon 1185 A quien ha sido excluido de las exequias eclesiásticas se le negará también cualquier Misa exequial. [Código de Derecho Canónico].
– Canon 1185 A quien ha sido excluido de las exequias eclesiásticas se le negará también cualquier Misa exequial. [Código de Derecho Canónico].
“Donde no hay obediencia, no hay virtud; donde no hay virtud, no hay bondad; donde no hay bondad, no hay amor; donde no hay amor, no hay Dios; y sin Dios NO HAY PARAÍSO”. San Pío de Pietrelcina
– Aún admitido que [supuesto] haya cisma sin herejía, el que muere en cisma no puede ser enumerado entre los mártires, pues quien fue apartado de la Iglesia Católica no tiene vida… Así, entre los cismáticos no puede haber mártires. (Benedicto XIV, De Servorum Dei beatificatione et Beatorum canonizatione (syn.), lib. III, c. 20)
– Nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica. (Denzinger-Hünermann 1351. Concilio de Florencia, Decreto para los Jacobitas, 4 de febrero de 1442)
– Cree fuertemente y no dudes en absoluto que cualquier hereje o cismático, bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, si no estuviera congregado en la Iglesia Católica, de ningún modo puede salvarse, por mayores las limosnas que haga, e incluso si derrama su sangre por el nombre de Cristo. Pues, todo hombre que no permanece en la unidad de la Iglesia, ni por ser bautizado, ni por copiosa que sea su limosna, ni por soportar la muerte por el nombre de Cristo, puede alcanzar la salvación cuando persiste en aquella perversidad, sea herética o cismática, que lleva a la muerte. (San Fulgencio de Ruspe, De regula fidei ad Petrum, c.39, n.80 – ML 65, 704)
‘No puede tener muerte de mártir quien, como cismático, no tiene vida de cristiano. No pueden presumir de persecución por Cristo quien se rebela contra su Cuerpo’.“A esta fe, donatistas, oponéis vosotros resistencia. ¡Y os empeñáis en que soportáis persecución por la fe que Cristo el Señor dejó a sus apóstoles! Con sorprendente insolencia y ceguedad contradecís a este Hijo del hombre, que recomendó a su Iglesia que comenzaba en Jerusalén y fructificaba y crecía por todos los pueblos, y proclamáis que estáis soportando calamidades por causa del Hijo del hombre”. San Agustín, Contra Gaudentium Donatistarum episcopum, lib. I, c.20/n.22)
¿Consideran que Cristo está con ellos cuando se reúnen, aquellos que lo hacen fuera de la Iglesia de Cristo? Estos hombres, aunque fuesen muertos en confesión del Nombre, su mancha no será lavada ni siquiera con la sangre vertida: el pecado grande e inexpiable de la discordia no se purga ni con suplicios.
No puede lograr el Reino quien abandonó Aquélla que debe reinar. Cristo nos dio la paz. Él nos mandó ser concordes e unidos, ordenó conservar los lazos de amor y de la caridad incólumes e intactos… (San Cipriano de Cartago, De la unidad de la Iglesia, p. II, n.14 – ML 4, 510-511)
No piense nadie que los buenos puedan salirse de la Iglesia: al trigo no se lo lleva el viento, y la tempestad no arranca al árbol arraigado con solida raíz. A éstos incrimina y ataca el Apóstol Juan cuando dice: “Se marcharon de nosotros, pero es que no eran de los nuestros: porque si hubiesen sido de los nuestros, se habrían quedado con nosotros” (1 Jn 2, 19). De ahí nacieron y nacen a menudo las herejías: de una mente retorcida, que no tiene paz; de una perfidia discordia que no guarda la unidad… (San Cipriano de Cartago. De la unidad de la Iglesia, n. 4-6)
“Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu nombre y en tu nombre arrojamos demonios y en tu nombre hicimos grandes milagros?’ Y yo entonces les diré: ‘Nunca os he conocido; apartaos de mí los que obráis la maldad’”. Mateo 7, 22 – 23.
La Iglesia de Cristo no puede ser adúltera, pues es incorruptible y pura. Solo una casa conoce, guarda la inviolabilidad de un solo tálamo con pudor casto. Ella nos conserva para Dios, ella destina para el Reino a los hijos que ha engendrado. Todo el que se separa de la Iglesia se une a una adúltera, se aleja de las promesas de la Iglesia, y no logrará las recompensas de Cristo quien abandona la Iglesia de Cristo; es un extraño, es un profano, es un enemigo. No puede tener a Dios por Padre quien no tiene la Iglesia por Madre.
Quien rompe la paz y concordia de Cristo, está contra Cristo. Quien recoge en otra parte, fuera de la Iglesia, disipa la Iglesia de Cristo. (San Cipriano de Cartago. De unitate Eclesiae, II, 6)Huyamos de un hombre, quienquiera que sea, el cual se hubiere separado de la Iglesia. “Un hombre de este linaje es un perverso, es un pecador, y se condena a sí mismo” (Tit III, 11). […] Este tal contra la Iglesia es contra quien toma las armas: contra las disposiciones del mismo Dios se revela. Enemigo del altar, opuesto sin rebozo al sacrificio de Jesucristo; pérfido, sacrílego, siervo desobediente, hijo impío, falso hermano con mofa de los obispos, con abandono de los sacerdotes del Señor se atreve a erigir otro altar distinto, a decir otras preces con ilícitas fórmulas, a profanar la verdadera hostia del mismo Señor con espurios sacrificios, sin hacerse cargo que los que resisten a las órdenes de Dios, serán castigados por Él mismo en pena de su insolente temeridad. (San Cipriano de Cartago. De la unidad de la Iglesia, XVII: PL 4, 513)
No pueden permanecer con Dios los que no quisieron permanecer unánimes en la Iglesia de Dios: y aunque consumidos por las llamas, arrojados al fuego o lanzados a las bestias, ellos perdiesen la vida, no sería una corona de fe, mas antes castigo de su perfidia, no sería la consumación gloriosa de una vida religiosa intrépida, sino un fin sin esperanza.
Él se confiesa ser cristiano del mismo modo que el diablo se hace de Cristo, como el mismo Señor advierte diciendo: “Muchos vendrán en mi nombre, diciendo: ‘yo soy Cristo,’ e engañarán a muchos” (Mc 13,16). Así como el diablo no es Cristo no obstante usurpe su nombre, así no puede pasar por cristiano aquel que no permanece en la verdad del Evangelio y de la Fe. (San Cipriano de Cartago, De la unidad de la Iglesia, p. II, n.14 – ML 4, 510-511)
EXHORTACIÓN
¿Desahuciado y obstinado en el error del Cisma? Tan solo recuerda que es dogma de fe que fuera de la Iglesia no hay salvación.
Si logras persuadir o forzar a tus hermanos a volver a la concordia, tu enmienda será más grande que tu caída. Esta no se te tendrá en cuenta, mientras que lo otro se te alabará. Y si no puedes, porque no te obedecen, salva al menos tu propia alma. (San Dionisio de Alejandría, Carta a Novaciano in: Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesárea, lib. III, cap. 45 – BAC, 2007, p. 430-431)
Una eternidad no te alcanzará para pagar por lo que irremediablemente hayas destruido, precisamente por aquello que te correspondía velar. Una eternidad para preguntarte una y otra vez: ¿valió la pena?
Y a ti, que has sido engañada o engañado por una secta cismática, tienen ignorancia invencible los que fueron engañados por otros, pero buscan diligentemente la verdad. No pierdas tu alma – “No os engañéis, de Dios nadie se burla” Gálatas 6, 7.
“Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. Si no guarda el Señor la ciudad, en vano vigilan sus centinelas”. Salmo 127, 1.“Donde está Pedro, está la Iglesia; donde está la Iglesia allí no hay muerte alguna, sino vida eterna”.
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