Sin el Espíritu Santo no hay frutos: Comentario 10 de Mayo del 2018
Autor: Padre Manuel de Jesús de los Santos
Fuente: Misioneros Servidores de la Palabra,
Parroquia Santa Marìa de los Ángeles
Quien
anuncia a Cristo tendrá que acostumbrarse a ser impopular en ocasiones, a no
tener éxito en sentido humano, a ir contracorriente, sin ocultar los aspectos
de la doctrina de Cristo que resultan más exigentes: sentido de la
mortificación, honradez y honestidad en los negocios y en el desarrollo de la
actividad profesional, castidad y pureza en el matrimonio y fuera de él, valor
de la virginidad y del celibato por amor a Cristo… Porque no se tienen otras
recetas para curar a este mundo enfermo. ¿Desde cuándo un médico da medicinas
inútiles a los pacientes, porque tiene miedo de darles las que son
verdaderamente útiles?
En
un mundo que se presenta en muchos aspectos alejado de Dios y del pensamiento
cristiano, se impone a todos los cristianos la dulcísima obligación de trabajar
para que el mensaje divino de la revelación sea conocido y aceptado por todos
los hombres de cualquier lugar de la tierra. La primera obligación será de
ordinario, orientar nuestro apostolado hacia las personas que Dios ha puesto a
nuestro lado, a los que están más cerca, a los que tratamos con frecuencia. Y
siempre con oportunidad, haciendo amable y atrayente la doctrina del Señor.
Porque tampoco se atrae a los demás a la fe siendo imperantes o autoritarios,
sino con afecto, con bondad y con paciencia.
Nos
pide el Señor que sembremos sin descanso y que experimentemos la Alegría del
labrador, seguro de que ya brotará algún día la semilla que arrojó al surco.
Así evitaremos el desánimo, síntoma muchas veces de falta de rectitud de
intención, de no estar trabajando para el Señor, sino para afirmar nuestro yo.
Lo que nosotros no podemos acabar, otros lo terminarán. A nosotros nos toca
sembrar, regar y esperar. La constancia y la paciencia son virtudes esenciales
para toda tarea apostólica; ambas son manifestaciones de la virtud de la
fortaleza.
El
hombre paciente se parece al sembrador, que cuenta con el ritmo propio de la
naturaleza y sabe realizar cada faena en el tiempo oportuno: el arado, la
siembra, el riego; una serie de tareas previas, antes de ver la harina
dispuesta para el pan que alimentará a toda la familia. El impaciente quiere
comer sin sembrar. Si abandonáramos la lucha por la propia santidad y la de los
demás porque no viéramos resultados, estaríamos manifestando una visión
demasiado humana de nuestro quehacer apostólico, que contrasta abiertamente con
la figura paciente de Jesús. Hagamos bien la siembra y luego seamos pacientes;
pidamos fortaleza para ser constantes.
Pero
los frutos de todo apostolado dependen en gran medida de la presencia del
Espíritu Santo. El don más preciado que entrega Jesús es su Espíritu. El
Paráclito, Defensor, Abogado e intercesor. Sin éste Espíritu, dice San Pablo,
no es posible ser cristiano, ya que es el que conduce a la verdad total. El
Espíritu concede al cristiano una capacidad importantísima: el discernimiento.
Es a través de Él que se puede distinguir lo que viene de Dios y lo que viene
del mundo. Este discernimiento se hace más necesario en la medida que el
progreso humano, y sobre todo científico, va desarrollando argumentos que
pueden seducir a los creyentes desviándolos de su fe. Puesto que el progreso es
querido por Dios y no se puede rechazar, incluso habrá que alentarlo, hace
falta la luz del Espíritu para entender si va por el camino correcto, o merece
ser cuestionado; lo mismo vale para la reflexión doctrinal. Tratándose del
Espíritu de Dios, se tiene la garantía porque Él <<…examina todo, hasta las cosas más profundas de Dios>>, pues
<<…solamente el Espíritu sabe lo
que hay en Dios>>. (1-Cor. 2, 10-11).
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