¿Hay que mentir a los niños?
Aleteia
Fanny Leroux | May 27, 2018
Un tema delicado, las mentiras a los niños dividen las opiniones: algunos no ven inconveniente, dependiendo de la mentira. Otros las critican con vehemencia. Riesgos, beneficios, necesidad... ¿dónde está el límite correcto?
Según un estudio de 2013 sobre padres estadounidenses y chinos publicado en la International Journal of Psychology, entre el 84 y el 98% de los padres mienten a sus hijos. Otras investigaciones posteriores confirmaron que este comportamiento se extendería por todo el mundo. La mentira, considerada un pecado, parece por lo tanto generalizada cuando se dirige a los niños. Una realidad que no parece muy gloriosa y que nos empuja a cuestionar el sentido de esta actuación en los padres. ¿Cuáles son los riesgos de mentir a sus hijos? ¿Puede la mentira ser una “buena causa”? ¿Es a veces necesario, incluso indispensable? He aquí algunas pistas de respuestas sobre cómo comportarnos con nuestros hijos, favoreciendo la verdad y moderando nuestras mentiras según los contextos y las razones.
Privilegiar la verdad
La Biblia es categórica: “Por eso, renuncien a la mentira y digan siempre la verdad a su prójimo, ya que todos somos miembros, los unos de los otros” (Efesios 4,25). Por tanto, mentir se considera pecado. Abla Maache, jurista en el Ministerio de Sanidad francés, recuerda también: “La mentira nunca es algo bueno, siempre hay que privilegiar la verdad”. La diferencia que hay que hacer, según ella, residiría en el hecho de que los niños, por definición, no son adultos y no deberían ser tratados como tales. Por supuesto, deben ser respetados y escuchados, pero también señala que, como padres, es nuestro deber protegerlos de ciertas verdades que son demasiado duras. Una observación que confirma Sandy Severino, psicóloga clínica, quien afirma que un niño, dependiendo de su edad, puede o no ser capaz de entender o afrontar todas las verdades.
Así, el aspecto negativo de la mentira se opone a su necesidad en el deber de los padres de proteger a sus hijos. Así que hay diferentes razones para querer ocultar o maquillar alguna cosa, pero las dos profesionales insisten en un punto crucial: no debe convertirse en algo sistemático. En cuanto los padres abusan automáticamente de la mentira con sus hijos, se vuelve absurdo. No debemos olvidar, como añade Abla Maache, que “el niño puede entender y absorber muchas cosas”. A veces basta simplemente con explicarles las cosas con palabras sencillas, imágenes, conceptos que estén a su alcance.
Relativizar la mentira
Admitimos entonces que es necesario tomar más perspectiva y analizar lo que queremos decir, ocultar, disimular a los niños. La clave está en la intención detrás de la mentira. Aquí tenéis cinco formas emergentes y recurrentes de razones que empujan a los padres a mentir a sus hijos.
La mentira de amenaza
Esta es la mentira que usamos para incitar el buen comportamiento de nuestros hijos. De hecho, las investigaciones han demostrado que es el tipo de mentira más utilizado por los padres: “¡Si sigues, te dejo aquí y me voy sin ti!”. Dana Castro, psicóloga clínica, autora de Petits silences, petits mensonges [Pequeños silencios, pequeñas mentiras] explica: “Más que una mentira, es una amenaza, un chantaje que juega con el miedo. Pero el miedo no es una buena herramienta educativa. El niño obedecerá porque tiene miedo, no porque entienda un propósito”. Sin embargo, la psicóloga lo relativiza admitiendo que la tarea de educar a un hijo desde la mañana hasta la noche a veces puede llegar a ser difícil: mentir es, por lo tanto, una forma ayudarse, una alternativa que debe seguir siendo excepcional y no convertirse en una forma regular de funcionamiento.
La mentira de exageración
Se emplea generalmente para hacer que el niño obedezca ciertas leyes y reglas de buena conducta. El padre o madre distorsiona la verdad para inculcar unos principios que respetar: “¡Si no te pones el cinturón de seguridad, irás a la cárcel!” o “Si no te tomas la sopa, no crecerás”. Muchos de nosotros hemos crecido con estas creencias, repetidas por nuestros mayores y luego por nosotros mismos. De modo que, en términos absolutos, la intención no es mala, porque contribuye a la educación de nuestros hijos.
La mentira que embellece
En este caso, se trata de una forma de protección del niño. Y es que los niños no entienden las mismas cosas que los adultos. Por ejemplo, cuando se hace un dibujo, el hecho de que el adulto alabe el dibujo, aunque no sea realmente excepcional, ayudará al niño a fortalecer su confianza en sí mismo. Sin embargo, cuidado con abusar de estos elogios, hay riesgo de que el niño se acostumbre a sobreestimar sus habilidades.
La mentira estimulante
Los padres usan esta mentira para ayudar al niño a madurar. Sabemos que el niño crece notablemente por el desarrollo de su imaginación y de su creatividad, y es aquí donde interviene la mentira estimulante. Incluye las diferentes creencias de la infancia, el ratoncito Pérez, los Reyes Magos… todo lo que ayude al niño a desarrollar su imaginación. Cuando sea maduro y ya no necesite creer en ello, se dará cuenta por sí mismo de que no todo era verdad. Algunos niños, a pesar de lo que a veces escuchan de sus amigos, deciden seguir creyendo, precisamente porque estas creencias los reconfortan por el momento en un universo que les pertenece.
La mentira benevolente
En este último caso, los padres utilizan la mentira por una voluntad de protección del niño. Según explica Sandy Severino, “protegen de una realidad susceptible de tener efectos negativos sobre el niño”. Ya se trate de un fallecimiento o de otra mala noticia, si puede tener un impacto sobre el bienestar del niño o si el padre sabe que el niño no podrá asimilarlo por su corta edad, a veces parece juicioso guardar la verdad para más adelante, en un momento en que el niño sea más capaz de comprenderla.
En cualquier caso, y para todo tipo de mentiras, la idea principal es identificar la intención detrás de la mentira y no hacer de ella una solución sistemática a todos los problemas.
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