Reflexión para cada día de Cuaresma - Miércoles 9 de marzo
Índice de las Meditaciones extractadas de la Colección "Hablar con Dios" escrita por el Pbro. Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumidas por Tere Correa de Valdés Chabre. Publicadas en: http://www.encuentra.com
La muchedumbre pide una señal
Lucas 11, 29-32
Habiéndose reunido la gente, comenzó a decir: «Esta generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le dará otra señal que la señal de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con los hombres de esta generación y los condenará: porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás.
Miércoles de la primera semana de Cuaresma
Confesar los pecados
Muchas veces a lo largo de la vida hemos pedido perdón, y muchas veces nos ha perdonado el Señor. Cada uno de nosotros sabe cuánto necesita de la misericordia divina
I. Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas (Salmo 24, 6), leemos en la Antífona de la Misa. La Cuaresma es un tiempo oportuno para cuidar muy bien el modo de recibir el sacramento de la Penitencia, ese encuentro con Cristo, que se hace presente en el sacerdote: encuentro siempre único y distinto. Allí nos acoge, nos cura, nos limpia, nos fortalece. Cuando nos acercamos a este sacramento debemos pensar ante todo en Cristo. Él debe ser el centro del acto sacramental. Y la gloria y el amor a Dios han de contar más que nuestros pecados. Se trata de mirar mucho más a Jesús que a nosotros mismos; más a su bondad que a nuestra miseria, pues la vida interior es un diálogo de amor en el que Dios es siempre el punto de referencia. Somos como el hijo pródigo que vuelve a la casa paterna. Debemos sentir deseos de encontrarnos con el Señor lo antes posible para descargar en Él el dolor por nuestros pecados.
II. Muchas veces a lo largo de la vida hemos pedido perdón, y muchas veces nos ha perdonado el Señor. Cada uno de nosotros sabe cuánto necesita de la misericordia divina. Así acudimos a la Confesión: a pedir absolución de nuestras culpas como una limosna que estamos lejos de merecer. Pero vamos con confianza, fiados no en nuestros méritos, sino en Su misericordia, que es eterna e infinita, siempre dispuesto al perdón. La confesión debe ser concisa, concreta, clara y completa. Confesión concisa, de no muchas palabras: las precisas, sin adornos. Confesión concreta, sin divagaciones: pecados y circunstancias. Confesión clara, para que nos entiendan, poniendo de manifiesto nuestra miseria con modestia y delicadeza. Confesión completa, íntegra, sin dejar de decir nada por falsa vergüenza.
III. La Confesión nos hace participar en la Pasión de Cristo y, por sus merecimientos, en su Resurrección. Cada vez que la recibimos con las d as disposiciones se opera en nuestra alma un renacimiento a la vida de la gracia, fuerzas para combatir las inclinaciones confesadas, para evitar las ocasiones de pecar, y para no reincidir en las faltas cometidas. La Confesión sincera deja en el alma una gran paz y una gran alegría. “Ahora comprendes cuánto has hecho sufrir a Jesús, y te llenas de dolor: ¡Qué sencillo pedirle perdón, y llorar tus traiciones pasadas! ¡No te caben en el pecho las ansias de reparar!” (SAN JOSEMARIA. ESCRIVÁ, Via Crucis)
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
Dios siempre nos envía señales
¿Cómo nos envía Dios señales? Dios nos las envía fundamentalmente a través de nuestra conciencia. Una conciencia que tiene que estar buscando constantemente a Dios; una conciencia que no tiene que detenerse jamás a pesar de las barreras de las murallas que hay en la propia alma.
Jon. 3, 1-10
Lc. 11,29-32
Jesucristo califica con mucha dureza a la gente de su tiempo y dice que son una generación perversa. Perversa porque tienen una señal y no están dispuestos a aceptar la señal que Dios les da. La señal que Cristo dará, será su Resurrección. Pero Cristo mismo es consciente de que no es suficiente con que Dios dé señales a los hombres; Cristo es consciente de que es necesario que los hombres aceptemos las señales que Dios nos da, que estemos dispuestos a abrir nuestro corazón a las señales; de otra forma, nuestro corazón es un corazón perverso.
¿Qué significa esto? Esto significa que nuestro corazón puede estar caminando de una forma alejada de Dios Nuestro Señor, viviendo de una forma torcida, porque no está aceptando el modo concreto en el cual Dios llega a su vida. Todo este camino que es nuestra existencia, está sembrado por señales de Dios. Está de una forma o de otra, con una constante presencia de un Dios que nos va señalando, indicando, prestando, como una luz que parpadea en todo momento de nuestra vida. Así es Dios en nuestro corazón, con todas las señales que constantemente nos va marcando.
Señales que a veces podrían parecernos extrañas, como el que “la reina del Sur vaya a ver a Salomón”. ¿Qué es lo que la reina del Sur había hecho para ir a ver a Salomón? Simplemente había oído hablar de su sabiduría. ¿Qué es lo que Jonás predica a los ciudadanos de Ninive? Simplemente el hecho de que Ninive va a ser destruida. La reina del Sur cambia su vida y es capaz de ir hasta Israel para ver a Salomón y los ninivitas cambian su vida y se convierten. Es decir, no es problema el cómo Dios Nuestro Señor nos manda una señal particular para que cambiemos nuestra vida, el problema está en si nuestro corazón va abriendo los ojos a esas señales, si está dispuesto en todo momento a escuchar lo que Dios le quiere decir.
Y aquí donde Jesucristo nos pone en guardia: cuidado, porque a ustedes no se les van a dar otras señales más que la señal del profeta Jonás, la Resurrección de Cristo. Esta señal, se nos presenta en la vida de una forma que nosotros tenemos que tomarla arriesgando nuestra vida. Cristo cuando se nos presenta en la vida de una forma que nosotros tenemos que tomarla arriesgando nuestra vida. Cristo cuando se nos presenta en nuestra vida, no nos da mucha seguridad, al contrario, más bien nos pone en más riesgo. Cristo cuando llega a nuestra existencia, nos hace arriesgarnos más. La reina del Sur podría haber dicho: “¿Cómo voy a ir yo hasta allá para escuchar a un rey que dicen que es muy sabio?” Los habitantes de Ninive podrían haber dicho”. ¡Este señor esta mal! ¿Por qué va a tener que destruir nuestra ciudad dentro de tres días si no cambiamos nuestra existencia?”. Y a la reina del Sur se hubiera quedado sin conocer la sabiduría y los habitantes de Ninive se habrían quedado sin conocer la Misericordia de Dios. No habrán sido capaces de captar la señal con la que Dios, en ese momento, estaba pasando por sus vidas. No habrían sido capaces de captar la luz con la que Dios, en ese momento, quería iluminar su existencia.
Cuando uno mira para atrás de la propia existencia y empieza a ver la cantidad de señales que no ha captado y la cantidad de veces que la luz no brilló en nuestro corazón, podría preguntarse: ¿qué hago ahora si he dejado muchas señales, muchas luces de Dios? ¿No será un paso gigante para mi alma? ¿Tendré posibilidad de dar marcha atrás? ¿La reina del Sur tendría posibilidad de volverse a encontrar con Salomón? ¿Los habitantes de Ninive habrían tenido posibilidad de volver, otra vez a escuchar a Jonás? No lo sabemos. Sabemos una cosa como decíamos en el Salmo “Un corazón contrito. Dios no lo desprecia”. Que si en nuestro interior hay el anhelo y el deseo de volver a Dios, Él siempre va a esta listo para darnos de nuevo su luz. Dios siempre va a estar listo para presentarse de nuevo en nuestra vida.
¿Cómo nos envía Dios señales? Dios nos las envía fundamentalmente a través de nuestra conciencia. Una conciencia que tiene que estar buscando constantemente a Dios; una conciencia que no tiene que detenerse jamás a pesar de las barreras de las murallas que hay en la propia alma.
Lo contrario de la perversión es la conversión. Si nuestra alma está constantemente convirtiéndose a Dios, así encuentre un su vida mil defectos, mil problemas, mil reticencias, mil miedos, encontrará al Señor. Es lo mismo que les ocurrió a los habitantes de Nínive. Es la frase final, con la cual el rey de Nínive termina su mandato: “Quizá Dios se arrepienta y nos perdone, aplaque el incendio de su ira y así no moriremos”. Aunque halla murallas, dificultades; aunque seamos nosotros mismos los primeros que nos sintamos como obstáculo al regreso de Dios N. S., no olvidemos que Él siempre está en el camino de la conversión. Él siempre está ahí, dispuesto a darnos la mano, a tendernos la posibilidad de regresar a Él.
¿Por qué descorazonarnos, cuando en nuestro camino de conversión encontramos algo que se nos hace tremendamente difícil de superar? ¿Somos más grandes nosotros que la Misericordia de Dios? ¿Es más milagroso el hecho de que una mujer vaya a escuchar a Salomón, o el que una ciudad completa, se convierta ante la voz de una profeta, que la Resurrección del Hijo de Dios?
En esta Cuaresma tenemos que ir viendo hasta qué punto estamos aceptando las señales de Dios N. S. nos da. Viendo cómo Dios me habla, que detrás de ese cómo Dios me habla, a veces gozo, con penas, a veces con un quebranto tremendo de corazón y a veces con una grandísima alegría en el alma. Estas señales de Dios, tienen detrás un sello que es la Resurrección de Cristo y si nosotros las aceptamos, no simplemente vamos a estar aceptando a un Dios que pasa por nuestra vida, sino que vamos a estar aceptando la garantía con la cual, Dios N. S. pasa por nuestra vida.
Hagamos de nuestra existencia, de nuestro camino, de nuestro encuentro con Dios, un constante aceptar el modo en el que Dios me ha hablado, aunque yo no lo entienda. “Aunque este muy lejos Salomón”. Abramos nuestros ojos, abramos nuestro corazón, nuestra vida a las señales de Dios y permitamos que el Señor vaya señalando, indicando por dónde nos quiere llevar.
Si algún día no sabemos por dónde nos está llevando, que solamente nos preocupe el no perder de vista las señales de Dios. No importa por dónde nos lleve, eso es problema de Él. Nuestro autentico problema, es no perder de vista las señales de Dios, porque por donde Él nos lleve, tendremos siempre la certeza de que nos está llevando por el camino siempre correcto, por el que nosotros necesitamos ir.
Que ésta sea nuestra oración y el más profundo fruto de esta Cuaresma: ser tan auténticos con nosotros mismos, que seamos capaces de ver la autenticidad con la que Dios nos habla. Que nunca la autenticidad de Dios, choque con la inautenticidad de nuestra vida. Que la autenticidad con la que Él se manifiesta en nuestra existencia, a través de sus señales, encuentre siempre como eco el corazón abierto, dispuesto, auténtico, que recibe todas las señales que el Señor le da.
Para comunicarse con el autor:
P. Cipriano Sánchez
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