El “regalo” del dolor de un padre ante la falta de Fe de su hijo

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Sólo el que es padre o madre católico, que ha tratado de inculcar a sus hijos la Fe y la vida cristiana, sabe el desgarro que se siente en el alma cuando ves que tus hijos se desvían del camino que conduce al cielo abducidos por el mundo moderno. Alejamiento que no sólo supone una afrenta a los padres, por rechazar la educación en la que amorosamente pusimos nuestra vida, sino que clava en nuestras almas una espada que atraviesa el corazón de lado a lado y cuyo dolor nunca se apaga.

Como padres, cuando vemos los logros materiales de nuestros hijos en el mundo, aprendemos a dibujar una sonrisa en nuestro rostro cuando las lágrimas del alma bañan nuestras mejillas; bajo esta expresión sigue habiendo un flagelo que estruja nuestros corazones contra una invisible corona de espinas que llevamos clavada con fuerza. Mientras la caridad nos esboza un gesto de alegría, nuestras almas se derriten de dolor, porque “¿de qué sirve ganar el mundo si se pierde tu alma (hijo mío)?” (Mateo 8, 16). ¿Cómo no evitar ese pensamiento y a la vez verse constreñido en muchos casos a ni poder decírselo por la cerrazón absoluta al cristianismo que se ha instalado en sus mentes imbuidos de esta sociedad podrida hasta los tuétanos?

Pero este dolor inmenso, constante y penetrante como ningún otro, también tiene su parte “positiva”, porque Dios de lo malo saca lo bueno si sabemos dirigirlo cristianamente. Este sufrimiento tan profundo que nos consume, no es más que un débil reflejo del inmenso dolor que el Sagrado Corazón de Jesús sintió por nuestros pecados y ofensas. Nuestros hijos, después de todo, tratan de agradarnos en lo humano y nos duele las ofensas que cometen a Dios, pero a Jesucristo le dolían las ofensas que cometemos sobre Él mismo, y que le llevaron a sudar sangre en el huerto de los olivos.

Diría que esta espada en el alma, es un “regalo” de Dios, que nos pone en bandeja una parte del dolor de su Sagrado Corazón para así poder unirnos a Él. Decía el padre Arnoldo en su inigualable obra “De la imitación del Sagrado Corazón de Jesús”, que para unirnos al Sagrado Corazón no había nada como “penetrar en el interior de su Corazón, considerando hasta que punto aquel Corazón inocente estuvo dolorido por tus delitos y cómo fue por ellos consumido y acabado”. ¿Ves querido padre, querida madre, que tienes ese dolor inmenso por tus hijos, qué fácil tienes penetrar en el interior del Sagrado Corazón, entender mejor que ningún otro cada gota de sangre que sudó y derramó Nuestro Señor? Si a ti te duele por lo que le hacen a Jesucristo, ¿qué no le dolerá al propio Cristo lo que le hacemos directamente a Él?

Aprovecha pues ese “regalo” para unirte a Él, y, con esa particular Cruz que te ha “regalado”, cogerla con fuerza y aplicar todo ese dolor por la conversión de tus hijos, en tu personal y única “Pasión”, en tu Calvario personal de Imitación y Unión con el Sagrado Corazón. Sin duda, si así lo entiendes y así lo aplicas, los frutos llegarán, aunque no lo veas en vida, pero llegarán.

Juan Gómez Sauceda

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