No te harán daño en el alma si no te dejas

La opinión de los demás, su juicio o su condena, no tiene tanta importancia, lo que quizás pesa más es mi vanidad, mi amor propio, mi orgullo desmedido… Aceptar las cosas como son es el único camino para tener paz y ser feliz

No sé por qué con frecuencia tengo miedo. Es una sensación extraña que recorre mi cuerpo. Me hace sentir vulnerable. Si fuera fuerte y estuviera protegido no debería tener miedo nunca.
Una canción me lo dice: «¿Por qué tengo miedo, si nada es imposible para ti?».
Tengo muchos miedos diferentes: miedo a la muerte, miedo a perder lo que amo, miedo a quedarme solo en medio del fracaso.
Miedo a la soledad que me hiere con sus garras, miedo al futuro que no controlo en medio de esta pandemia. Miedo a tantos futuribles posibles lejos de mi control.
Me asusta la vida con sus miles de variables. Quisiera aprender a vivir con más libertad interior. Además, me da miedo el mundo y los hombres que me amenazan.
Jesús dice: «No tengáis miedo a los hombres».
No quiero temer a mis enemigos, a los que me pueden hacer daño. Miro a lo alto en medio de mis miedos.

Envidias, odios,…

Me da miedo el poder del poderoso. La capacidad para hacerme daño que posee el malvado. El odio que despierta mi vida, aunque yo sólo haya querido amar.
¿No le pasó eso mismo a Jesús? Pasó haciendo el bien y lo mataron con odio, con rabia. Era necesario que uno muriera, pensaban. El odio al diferente, al justo, al que es mejor que yo.
En ocasiones la envidia conduce al odio. Al deseo de matar a quien no me conviene o me hace sombra. ¿Tengo yo enemigos? No lo sé. Puede que sí. Siempre habrá alguien que no quiera mi bien.
La vida es suficientemente dura y yo la hago todavía más complicada con envidias, celos y odios escondidos.
De repente deseo lo que el otro tiene. O me comparo con él y veo sus logros, sus ganancias, el reconocimiento y el poder que tiene. Y lo deseo para mí. Sufro y me vuelvo sin darme cuenta en su enemigo. Incluso aunque sea justo.
Más rabia me da su aparente bondad, su deseada mansedumbre, su humildad encomiable. Y me lleno de rabia o envidia inconfesables. Porque no puedo reconocer lo que siento muy dentro.
Me da miedo hacer daño a otros. Me da miedo el daño provocado por mi envidia. Tengo miedo. Buscan mi caída, desean encontrar mi defecto, mi mácula en mi vida intachable.

¿Y si se descubren mis defectos?

Yo mismo sé que tengo pecados. Y tal vez me asusta confesarlos. No vaya a ser que me difamen o ventilen al mundo mi mediocridad, y me quede solo. ¡Cuánta pobreza escondida en mi alma pobre!
Tengo miedo a los hombres con sus mentiras, con sus rabias, con sus difamaciones, con sus deseos de venganza. Pierdo la paz.
El miedo me aleja de los hombres. Temo sus acciones ocultas llenas de maldad. A veces me imagino un mal posible y vivo con miedo. ¿Y si pierdo la fama? ¿Y si me juzgan y condenan?

No puede hacerme nada el hombre si lo pienso bien: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma».
Podrán herirme en el cuerpo. Pero el alma permanece intacta. No pueden hacerme daño en el alma si yo no me dejo. Me pueden arrastrar por los caminos, pero mi alma no se corrompe. No se deja llevar.
La opinión de los hombres no tiene tanta importancia. No tienen valor su juicio, ni su condena. ¿Por qué me asusto tanto? Es mi vanidad la que me mata. Mi amor propio, mi orgullo desmedido.
Quiero triunfar y lograr lo que nadie ha logrado. No me basta con ser el número uno, quiero serlo siempre. El mayor tiempo posible.
El miedo a los hombres es expresión de mi pobreza. Me siento muy pequeño temiendo a los hombres. ¿Qué me pueden hacer?

No es tan malo…

Pueden mentir sobre mí, pueden inventar historias o proclamar por el mundo mis pecados. Todo eso sólo contribuirá a que yo crezca en humildad, a que dé valor a lo realmente importante.
Dejaré de mendigar amor y cariño al mundo. Aprenderé a vivir con paz en medio de la persecución. No es tan malo. Aceptar la vida como es resulta ser el único camino para tener paz y ser feliz.
No dependo de la aprobación de todos. El eco de mi vida entre los hombres no es lo más importante. Me relajo mirando a Jesús. El justo es condenado injustamente. El inocente es asesinado como si fuera culpable.
A menudo, cuando me acusan de algo que no es cierto, o se ríen de mí por un defecto que no creo tener, estallo con furia. No quiero que el mundo sea injusto conmigo. Quiero que sepan esa verdad que me conviene.
Me olvido de algo que Jesús me recuerda: «Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse».
Si inventan acusaciones falsas, el tiempo pondrá a cada uno en su lugar, aunque yo ya esté en el cielo. Si dicen algo que es mentira y me favorece, el mismo tiempo dejará las cosas claras. Lo oculto saldrá a la luz.
¿Por qué temo entonces que mientan sobre mí y me hagan acusaciones falsas? No es lo importante. También Jesús lo vivió y hoy está vivo, resucitado y conozco la verdad sobre Él. Y lo amo.
No quiero vivir con miedo, escondido, protegido, ocultándome con temor de ser acusado.
En este tiempo en el que todo quiere saberse me da miedo que inventen mentiras sobre mí. O me acusen de algo que no he hecho y manchen mi fama para siempre. Sé que no es lo importante, pero me cuesta.
Lo sé, Jesús me ama y me conoce. Y Él me protegerá siempre. Y si no me veo protegido en la tierra, estaré a salvo en el cielo, seguro.
No entro en esa lucha contra el que no quiere mi bien. Quiero vivir con paz sin protegerme ni defenderme tanto. Miro a Jesús y confío.

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